Por robarme un beso, te
pegué en la mejilla con
todas las fuerzas de mí
alma ofendida.
Con la edad de un niño,
ya eras un hombre.
¿Por qué lo hiciste?
por mi porfiado orgullo.
Yo era una soñadora y te
hubiese correspondido, si antes
me hubieses obsequiado una
sencilla flor, un poema de amor.
Mis mejillas se llenaron de rubor,
no sé si de vergüenza o rabia,
guardaba en lo secreto de mi ser
toda la ilusión de una adolescente.
Más, te creí imprudente, poseído
de tu varonil prestancia, atrevido
y audaz, muy dueño de sí mismo,
seguro de tu conquista.
La mano me ardía, aunque comprendía:
¡Qué hermoso es!
Tú podías encarnar mi ideal de hombre,
el tipo soñado.
Tenías los ojos verdes, muy negras las
pestañas, la piel que me fascinaba, los
labios rojos y carnosos, la estatura
que siempre me gustó.
¡Qué lástima que no supiste el camino
a seguir para llegar a mí!
¡Qué lástima! Lo siento por ti, porque
Nunca pudiste lograr tu anhelo.
Lo lamento por mí, porque tal vez
pudiste haber sido el tipo ideal, lo que
muchas deseaban y no tenían, el que
me diera la soñada felicidad.
Santiago de Cuba,
abril 12 de 2001
01 junio 2009
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