03 junio 2009

LAS AYACAS DE MARIA

Estampa santiaguera

María es una mujer todavía joven, quien con múltiples sacrificios, desvelos y malas noches, logró culminar una carrera de Licenciada en enfermería, el sueño de toda su vida, pero… debido a problemas de salud, se vio prematuramente fuera de servicio. Pasó por las manos de muchos especialistas, para finalmente terminar en la Comisión Médica, la cual dictaminó que no podía continuar ejerciendo su profesión y que debía ser jubilada por enfermedad. Esto significaba percibir menos de la mitad del salario, pues no tenía la edad requerida, ni el tiempo establecido para, por lo menos, tener el derecho al 50 %.

Muy pronto se dio cuenta que no podía vivir con tan bajos ingresos, por lo que tenía que buscar el modo de ganar algo extra, como única alternativa.

Por un tiempo se dedicó a fabricar turrones de coco, los cuales los vendía en la misma puerta de su casa. Poco le duró el pequeño negocio, el asedio de los inspectores estatales y la policía eran insoportables, además le costaba mucho trabajo conseguir los cocos y el azúcar para su confección. Quiso hacer prú, la deliciosa y artesanal bebida oriental (Se hace con raíces y hojas de diversas plantas aromáticas y se deja fermentar)

También confrontó problemas, principalmente con el producto de la dulce gramínea. Una amiga le sugirió que fabricara pastelitos, se vendían mucho, ya que éstos solo se encuentran en la dulcerías del área dólar, no asequible para la mayoría del pueblo. Esta actividad tampoco le dio resultado, no conseguía la harina de trigo, solo en las panaderías y dulcerías y el que le resolvía la manteca pastelera, lo sacaron de la dulcería y estaba esperando juicio por desvíos de recursos.

La apremiante necesidad la hizo tratar de buscar el sustento de otra forma. No podía realizar trabajos fuertes, por sus problemas de salud, no sabía qué hacer.

Un día se montó en un camión, de los que hacen viajes fuera de la ciudad, se fue al campo, después de varios trasbordos, volvió a sus orígenes: El barrio de Jarahueca, del municipio de Songo-La Maya.

Allí familiares y amigos le ofrecieron lo único que tenían: Maíz tierno. Pero ahora con dos pesados bolsos, tratando de obviar los dolores que le producían la bursitis del brazo derecho, la escoliosis lumbar, la sinovitis en la rodilla izquierda y la artrosis generalizada.

A pesar de esos impedimentos, al día siguiente María estaba frente al pequeño parque de la calle Carnicería esquina a Santa Rita pregonando sus ayacas. ¡Vamos ven y compra tu ayaca! ¡Prueba las ricas ayacas de María! ¡Están calientitas! ¡Coge tu ayaca!

Su rostro de ébano brillaba y finas gotas de sudor corrían por él, debido al fuerte calor del verano cercano y ser medio día.

¡De pronto se le para alguien de frente y secamente se dirige a ella: - Déme la autorización para vender. Ella, desafiante le responde: ¿Y usted quién es? El hombre saca un carné del bolsillo de su camisa: - Inspector, déme su patente. ¿Patente de qué, responde María furiosa. Aquel extrae el talonario de una carpeta para imponerle una multa. María se percata de la situación y le sale al paso: ¡Negro tenías que ser, so desgracia’o! ¡Atrévete a ponerme una multa, que soy capaz de meterte una puñalada y sacarte el mondogo! ¡Hijo de perra! Y profirió cuatro fuertes palabrotas más. El inspector al ver la agresividad y que varios curiosos le hacían un cerco, mientras se reían y burlaban del presunto “Guardián de las ilegalidades” No le quedó más remedio que meter su talonario en la carpeta y salir presuroso del lugar en busca de otra víctima más propicia, para cumplir la meta del día.

Gracias a la aglomeración de público, María pudo vender todas sus ayacas y salir cansada y adolorida, pero con lo suficiente para volver al día siguiente a Jarahueca y continuar tratando de buscarse el sustento diario.


Santiago de Cuba,
junio de 2006

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