01 octubre 2021

MI DIARIO DE AVENTURAS CAPTULO 11

Capítulo 11

Como prólogo  les contare que este diario es continuación del  largo relato “Muerte anunciada” ya que es  parte de mi vida y vivencias. Lo escribí en 1967. Era la primera vez que  iba  movilizada  por 23 días a  las labores agrícolas por tanto tiempo.

En  esa época me encontraba trabajando  en el departamento económico de la Empresa  Minorista,  su vez dirigida por la Empresa Consolidada de la harina, situada en la calle Corona entre  Aguilera y Heredia (Antiguos almacenes Bigelman) Procedía  de Auxiliar de oficina  de la Panadería El Sol, de la calle Enramadas y Clarín. Cobraba como  Auxiliar de oficina, aunque  fungía como administradora, ya que todo el  trabajo lo hacía yo. Rolando Pérez lo representaba, pero  ni  hacía nada ni conocía el  manejo de una panadería y su buen funcionamiento. Por  los cambios hechos en lo que se llamó la Zona Este y con suerte puede  ir a trabajar a la antes citada empresa,  a finales de  1965 la que me quedaba más cerca de mi casa cuando nos mudamos el 28 de marzo de  l968 para  la calle San Carlos 257 entre San Pedro y Santo Tomás.

 Mis padres  eran comerciantes en el giro de panadería y dulcerías hasta octubre de 1963,  que nos intervinieron y despojaron de nuestra propiedad.

Era producto de las  nuevas nacionalizaciones, lo perdimos todo. Ahora había que adaptarse a las circunstancias. ¡Qué remedio! Como se podrán  comprender, aún estaban mis  costumbres muy arraigadas a mi memoria, a pesar de todo deseaba ser útil y acomodarme al medio. Me había criado en el seno de una familia burguesa religiosa, por lo que todo era nuevo para mí, trataba por todos los medios de adaptarme, pero sinceramente muchas veces chocaba entre el  presente y el  pasado, no es lo mismo ser dueño, que pasar de la noche a la mañana a ser empleado, a dirigir que  ser dirigido, por lo que muchas veces me veía en una encrucijada, si no trabajaba, me vería sin ningún recurso para mi subsistencia y la de mi familia. En esto me ayudaban mucho mis nuevos compañeros y la compresión de mi jefe inmediato Martín Álvarez.  Casi  todos  eran como yo antiguos propietarios de diversos comercios, pero, llevaban más tiempo trabajando y se encontraban más adaptados o lo parecían.

Unos días antes la económica Manolita  Se conmemoraba  un  año más del  fallido Asalto a Playa Girón) Nos exhortó a que  participáramos todos (Las que podíamos, ya que algunas compañeras tenían hijos pequeños o familiares mayores a su cargo y no le era posible ausentarse por tantos días)

Manolita tenía un poder de convencimiento extraordinario y muy buena forma  .Casi todos levantamos  la mano en señal de consentimiento, Hice el compromiso de movilizarme toda la jornada.

Al llegar a mi casa se lo comuniqué a mis padres, ellos alarmados ¿Cómo vas a ir a la agricultura por tantos días?  ¿No te acuerdas que eres alérgica y te puede dar una crisis?

Traté de convencerlos con razonamientos lógicos. Era una empleada del  único empleador: El Estado, si caía mal podía  acarrearme funestas consecuencias, tales como  perder el  trabajo o ser trasladada para algo peor. Además, había dado mi palabra y tenía que cumplirla.  Mi padre me había enseñado que eso era sagrado.

Días antes del señalado para la partida había preparado mi equipaje. Nunca había dormido en una hamaca. Mi compañera Nancy Prieto Pedraza me  prestó un catre. En dos maletines puse cuanta cosa se me ocurrió, una frazada, dos sábanas, una almohada pequeña, un mosquitero, varios pantalones, camisas de manga  largo, unas botas que  me prestaron, crema de almendra, manteca de cacao para la resequedad de los labios, una jeringuilla con su correspondientes inyecciones de Tiosulfato de sodio y Benadrilina (Eso era por si  daban en la comida carne rusa y me podía intoxicar,  Por cierto nunca  la pusieron, siempre fue carne fresca ) alcohol, almohadillas sanitarias, algodón, aspirinas, termómetro, cámara fotográfica… Cómo verán  no me faltaba nada de primeros auxilios. ¡Ah! También llevaba una caja con leche condensada y galletas.

A  de todo me encontraba muy entusiasmada, era algo nuevo para mí y trataría de pasarla lo mejor posible.

En la empresa no se hablaba de otra cosa, para mí era algo novedoso y  trataría de que fuera dado mi carácter alegre y optimista lo más divertida de las aventuras posibles.

El día 17  me  levanté a las 4.00 de la madrugada, ya me había puesto de acuerdo con un compañero que se encargaba de repartir dulces a las unidades, lo conocía de antes, ya que  yo contabilizaba  todas las panadería y dulcerías de Santiago, Cobre, Caney.   Él muy gentil se ofreció para llevarme, pues yo con tantos  paquetes me era imposible  trasladarme hasta el Parque Céspedes donde nos concentraríamos. Juanes, el  esposo de Ana Teresa Fiol, me ayudó a acomodar los paquetes en la guagua que nos  llevaría. Todas cantábamos, con la ropa de trabajo nueva y los sombreros de  yarey, para protegernos del  sol, el mío era una pamela malva que me dio Nancy Prieto Pedraza.

La aventura estaba a punto de comenzar.

MAMITA PUSO PIES EN POLVOROSA

Estampa santiaguera

Alrededor de la mesa de la cocina, se encuentra el núcleo familiar compuesto por Rafael, su esposa Eulalia y sus dos hijos Felito  y Lalita.

Todos ansiosos a que Lala termine de hacer el almuerzo y no cesan de preguntarle: _ ¡Falta mucho!  Ella algo molesta les  responde: ¿No pueden esperar a que sirva la mesa? ¡Caramba parecen auras alrededor de un muerto! _ ¡Mamita, afloja! Le dice el hijo en tono jocoso. Mientras  Rafael se queja_ ¡Vieja, tenemos hambre! ¡ Mira  la hora que  es! Casi las 2.00 de la tarde _ ¿Y qué quieren ustedes? soy sola para todo, tuve que ir a ver si había llegado algo a la carnicería, la bodega, el mercadito y… ¡Nada! Todo vacio. En estos 10 días del mes solo han vendido por la Libreta de racionamiento los mandados del mes y pare de contar. Después tengo que atender al que llega a la puerta, lavar algunas cosas, pasar  el trapo a la casa, porque ni frazadas de piso hay. Después ponerme a cocinar o qué inventar qué  hacer. Los frijoles que vendieron este mes  ¡Por favor, son durísimos! Si les digo que los he tenido más de dos horas en la olla de presión, que si me descuido me acaban con el gas de la balita y si los pongo en la hornilla eléctrica la corriente me sube un montón.

¡Vamos vieja, no hables tanto y acelera, que no aguanto más! ¿No hay por ahí  un pedacito de pan para entretener el  estómago?_ ¡Qué gracioso me ha salido mi hijo! ¿De dónde sacar pan? ¿No te lo comiste esta mañana en el desayuno? El joven mueve la cabeza en  gesto de qué se le va a hacer y comienza a jugar con los cubiertos tocando sobre los vasos. Lalita la intelectual, como le dice el hermano,  se ajusta las gafas y aprovecha el tiempo leyendo un libro, absorta a todo lo que pasa a su alrededor.

Finalmente Lala le sirve un plato a cada uno, pone la ensalada de tomates y lechugas en el centro de la mesa, saca del refrigerador la jarra de agua y se sienta a la mesa. _ ¡Felito! ¡Si me descuido me dejas sin ensalada! _Perdona mamita, es que me gusta tanto el tomate  y la lechuga… -Pues para que estés claro, esa ensalada que ves ahí me costó 10.00 pesos  el  maso de lechuga y  a peso cada tomaticos,  los más grandes son más caros. No sé a dónde vamos a llegar, si te digo que ser ama de casa en estos tiempos es una locura. Lalita interviene en la conversación ¿Ves?  ¡ Por eso no me quiero casar! ¡Los  fósforos! _ ¿Y qué piensas, quedarte pá tía? Le  dice la madre a lo que ella responde: ¿Qué pa tía de qué?  Ya eso no se usa, ahora se tienen amigos ¿Sabes? _ ¡Lalita, respeta a tu padre! Este la mira con gesto severo, ella no abre la boca.

Felito ha devorado el plato en un dos por tres  con  apetito voraz y le pregunta a Lala ¿Mamita, no queda algo en la olla? Como repuesta la madre le responde_ ¡Ven acá mi vida! ¿Acaso tienes una solitaria en la barriga? Te puse el plato más grande y … ¿Todavía tienes hambre? A propósito ¿Qué esperas para traer tu cuota  de libreta de casa de ex mujer? Ellos se la están comiendo y aquí fíjate, somos  3 en  la libreta, que son 18 libras de arroz para un mes, que es a razón de unas 11  tazas por cada 6 libras, que multiplicadas por 3 dan 33  tazas y aquí se están cocinando 2 diarias, que son 60 tazas al mes y si éste trae 31 días, serían 32, por lo tanto ¿Cómo va a alcanzar?  Por lo sumo 20 días, si acaso, así que busca tu cuota o sal por ahí a ver si encuentras antes que llegue el fin de mes que escasea y se pone más caro ¿sabes?   Pues cuando no tenga qué cocinar, me desaparezco de aquí, ya que no soy Dina la que hace magia en la televisión. ¡Hay mamita! ¡tú siempre sacando cuentas, que bien se ve que estudiaste economía! _ ¡Ah! ¿Qué te crees tú que hay que ser economista para saber cuándo te va a alcanzar el arroz? Di tú que tu papá está haciendo dieta, se puso gordo después que se jubiló y comenzó a hacer trabajos de electrónica por cuenta propia y todo lo que ganaba se lo comía por la calle en pizzas, bocaditos y refrescos. Tu hermana, que es igual que yo, somos de poco comer.  Dice Felito mientras comenta: Por eso las dos están en la línea, se ríe de la delgadez de ambas ¡Sigue queriéndote hacer el gracioso!

¡Cambia la conversación, Cuéntanos mamita cuando tú y papá se conocieron! Ahora es ella la que sonríe y exclama: ¡Qué muchacho éste! Si ya la sabes de memoria, que conocí a Rafael cuando la zafra de los 10 millones en el año 70. Yo era tan flaquita, que no pesaba ni 90 libras. ¡Pero con la cara muy linda! Expresa Rafael. Ella vuelve a reír y prosigue: _ Bueno, en medio del cañaveral de el central Los Reinaldos, a pleno sol, no podía alzar ni 4 cañas, tu papá fuerte y joven, las cortaba con una rapidez increíble y después venía y me ayudaba a hacer el bulto y lo llevaba a la carreta. Era tan amable… Después en la noche en el  campamento hacía cuentos y cantaba, hasta que un día  en plena guardaraya  me levantó en el aire y me dio un beso. Así nos  hicimos novios y lo demás tú lo sabes. Ambos hijos  los aplauden y a ella se le humedecen los ojos. Rafael  para cortar la escena le dice cariñoso: ¿No hay por ahí un poquito de café? ¡Ay mi  viejo! De los  tres  sobres de 4 onzas cada uno para el mes, ya no queda  nada, tendré que hacer aunque sea por la mañana  cocimiento de menta o cualquier cosa.

Pasan varios días y  Lala mira para el cubo donde deposita el arroz, ya se está acabando. Ese  día alerta a los hombres de la casa, que deben buscarlo por dónde sea, no queda ni para dos días y les vuelve a recitar la arenga que sin arroz ella no cocina y se pierde de la casa.

Por negligencia o porque no es fácil conseguirlo después de la segunda quincena, el arroz no aparece. Ese día les advierte: _ ¡Fíjense bien! Hoy cociné las  3 últimas  latas que quedaban, hay que apretar, voy a dejar la  mitad para mañana, por si acaso no hay por ahí esta tarde.

Pasa el día y ya por la noche Lala da un grito, está de muy malhumor y pregunta: ¿Quién se cómo el arroz que tenía en el refrigerador para mañana? Rafaelito  sale de la cocina silbando y  Rafael  se va a la calle presuroso.  replica: _ ¡Esta bien, se lo comieron!  allá ustedes, ya verán las consecuencias, sentencia y no dice más nada.

Al día siguiente, al medio día, Lalita hs llegado como siempre, se pone cómoda, coge un libro y la prensa diaria. Rafael  va al refrigerador y se toma un vaso de agua. Felito llega y pregunta: _ ¿Y mamá? Nadie la  ha visto, el padre  le dice  entono  tranquilo: Debe  estar por ahí.

Al ver que pasa de la 1.00 de la tarde y ni rastros de Lala, todos se preocupan. - ¡Dónde estará la vieja? No hay repuesta. Felito se dirige a la cocina, en vano destapa las ollas, no hay nada cocinado. ¡Uh¡ ¡Esto está malo! Exclama. Lalita se  levanta e instintivamente va a la habitación y ve un papel  escrito sobre la cómoda, pisado por la motera. Sale rápido ¡Miren esto!  Felito se lo quita de las manos y lee de prisa en voz alta.: ¡No me esperen! me fui para la casa de mi tío Marcial a la finca” La Doncella” Allí tendré por lo menos viandas y leche de vaca, no vengo hasta después del día primero. Lala

Con esta  noticia  todos exclaman: ¡Mamita puso pies en polvorosa!

Santiago de Cuba, 9 de mayo de 2001

 

 

LA HISTORIA DE MI COCINA DE BALON

Desde que nací y bien entrada mi juventud ví en mi casa como mi madre cocinaba los alimentos en un fogón con varias hornillas de carbón vegetal. Era muy seguro y económico, un saco grande costaba  1.00 peso. Ya en la década de los años 50 se fue modernizando existían las cocinas de balones de oxígeno, algunas de kerosene de 4 hornillas y otras más modestas de quemadores Radium, a las cuales se les echaba aire con una bomba manual, alcohol en una pequeña cavidad de los quemadores con el fin de calentarlos, se abría la llave y brotaba una llama azul. En mi casa compramos una de esas cocinas de dos hornillas. Los quemadores tenían una vida limitada o se tupían o dejaban de funcionar correctamente, por lo que se iba a cualquier ferretería y a un precio módico se   compraba uno nuevo y se sustituía el de mal estado. Esta operación era fácil, por lo que la usamos por varios años, pero… ¡Llegó la revolución y todo cambio! Ya era difícil adquirir uno nuevo, las piezas de repuesto escaseaban con el avance del proceso. También comenzó a deteriorarse la cocina. Se inflamaba, echaba humo y hasta resultaba peligrosa, ya que podía explotar y ocasionar un incendio y hasta la muerte por quemaduras del que estuviese cerca de ella, como ocurría con frecuencia.

Ante tantas calamidades el gobierno adquirió unas cocinas chinas de kerosene de dos hornillas, estas tenían unas juntas de algodón trenzadas que se ponían alrededor de los quemadores, no necesitaban alcohol, ni aire. Eran más seguras. Hubo que hacer muchas gestiones para lograr su venta, papales del Comité de Defensa de la Revolución de la cuadra exponiendo la necesidad y otros trámites burocráticos. 

Pasado unos años, ya no había juntas en las ferreterías, por lo que ingeniosamente se inventaba sustituirlas por unas tiras del mismo tamaño de un cartón grueso, estas duraban poco y había que cambiarlas con frecuencia, porque se quemaban. Ya no eran tan cómodas como al principio, con el uso se deterioraban, también se inflamaban por tener varios salideros y echaban un pestilente humo por el kerosene mal quemado. ¡Qué lucha señores para poder cocinar!

Esta situación también me provocaba alergia, el fuerte olor me asfixiaba, provocando ataques de asma, por lo que una vez más me dirigí al alergista que me atendía en la consulta del Hospital Provincial Saturnino Lora, me indicaba nuevas pruebas, entre otras muchas ronchas que revelaban lo que me producía el mal, estaban los olores inhalantes, por lo hasta sin solicitarlo me expedía un certificado con su puño y letra y autorizado por la dirección de dicho hospital.

Ya corría el año 1975 y mi pobre madre luchando con su deteriorada cocina procuraba tenerla encendida en el horario que yo trabajaba, para librarme del fuerte olor del kerosene quemado.

Había tanta escasez de los productos industriales, que era sumamente difícil acceder a una nueva inscripción para adquirir una cocina de balón y el derecho a comprar los cilindros de gas licuado, las algunas tiendas había cocinas, pero solo se vendían por reposición a los que ya tenían el contrato con el I.C:P, (Instituto Cubano del Petróleo de muchos años atrás. Un buen día me entero que en una de las oficinas del I.C.P.  del Distrito José Martí a varios kilómetros de mi residencia estaban recibiendo certificados de alergias y se estaban realizando nuevas inscripciones para otorgar el derecho a   la compra de una cocina y sus correspondientes balones.  ¡Qué buena noticia!  Se lo comuniqué a mi madre y en la madrugada siguiente me dispuse a llegar al lugar caminando.  A esa hora todavía no circulaban las guaguas, mi madre con temor me recomendaba tener cuidado, debía salir desde la calle San Carlos, hasta Corona, bajar toda Enramadas, tomar por la Alameda Michaelsen hasta la entrada de Crombet, hasta cerca del Cementerio de Santa Ifigenia, adentrarme en parte del Reparto San Pedrito hasta llegar al bloque de edificios prefabricados Gran Panel Soviéticos del Distrito José Martí y buscar donde se encontraba la oficina del I.C.P. Sin mentirles, aquello parecía una gran concentración, había calculo unas 3,000 personas en busca de la inscripción.  Estuve un buen rato buscando el último, en la algarabía y el descontrol, no lo encontré, no obstante, esperaba expectante a ver qué pasaba. Como a las 11.00 de la mañana se presentó un funcionario de dicha empresa que, al ver el tumulto, decidió que no se iba a recibir a nadie para la entrevista de ese día. Hubo protestas que nadie escucho y ya desalentados todos nos fuimos.

Al llegar a mi casa y contarle a mi madre, esta resignada a seguir pasando trabajos y sinsabores me instaba a no volver más.

No desistí y al día siguiente se repitió mi periplo hacía el Distrito José Martí. No se si muchos se arrepintieron al ver el nefasto resultado del día anterior, había poco público y logré entrar a la oficina donde estaba el director de la empresa recibiendo usuarios certificado en mano. Al sentarme frente a él y mostrarle mi certificado médico expedido por la consulta de alergia, este me dijo despectivamente: _ Este certificado no sirve. Le pregunté: _ ¿Por qué?  Me respondió: _No tiene cuño. Lo tomé en mis manos y pude observar que sí lo tenía, un poco apagado, pero se podía leer perfectamente su procedencia y así se lo hice saber.  Ya convencido que tal vez le hacían falta espejuelos, me volvió a expresar en el mismo tono desdeñoso: - Que se lo reciba no quiere decir que le voy a hacer la inscripción, hay miles como usted. Le manifesté: _Quien espera lo poco, espera lo mucho.

Yo todavía no se que pudo pasar dentro de esa oficina, lo cierto que la secretaria, la que no se dio a conocer en la presencia del jefe, era Raquel Tutusaus, hermana de mi amiga Marilyn, la que yo había acompañado a Varadero cuando se iba para Estados Unidos por el Puente Varadero-Miami. Nada me dijo, pero días después fui citada y se me otorgó el derecho a comprar la cocina y recibir de la empresa la venta de dos balones de 100 libras.

Esto me dio una gran alegría, mi madre tendría una flamante y limpia cocina, sin humo, ni malos olores.

Con el documento de la inscripción debería presentarme en la Empresa Municipal de Productos Alimenticios de la calle Lorraine 55 y ver al compañero Juan Llopis. Al día siguiente me presenté, tenía varios usuarios delante, por lo que solicité mi turno en la cola. En eso llegó una joven muy prepotente, refiriendo que el tiquet de compra decía una cocina de mesa, o sea de dos hornillas, pero que ella era parienta de no se quien, que era jefe en el MINCIN (Ministerio de Comercio Interior) y que había que darle una de 4 hornillas y horno. 

Al tocarme el turno para la entrevista, me atendió el jefe del departamento Juan Llopis, le plantee que deseaba una de horno, ya que le médico me recomendaba comer asados. Rotundamente me dijo que no se podía, que tenía que coger la de dos hornillas según lo señalaba la inscripción. - Bien, salí de la oficina, pero con este carácter que Dios me ha dado, me volví a sentar en el pasillo y esperé que la joven entrara y saliera para ver el resultado de su gestión. En efecto, salió muy eufórica, - ¡No se los dije, me dio la de horno! Sin pensarlo dos veces entré de nuevo y me presenté delante del compañero Llopis, el que me preguntó intrigado: _ ¿Yo no la atendí ya? –Si señor, pero si le solicité una cocina de horno y usted me la negó y se la dio a esa que acaba de salir por ser amiga o familia de no se quién, usted me la cambia a mi si no desea que yo le haga saber a Serafín Fernández Rodríguez, ministro de Comercio Interior y primo hermano mío los manejos turbios que usted tiene aquí, además yo soy la Planificadora de la Dirección Provincial de Comercio de Oriente, le mostré el carné que me acreditaba en tal puesto de trabajo. Palideció intensamente y casi me arrebata la solicitud firmada por él. Al instante me la cambio por la de horno con sus cuatro hornillas. Salí muy satisfecha, pero sin alardes. En realidad, yo era prima hermana del ministro, ahijada de sus padres Manuel Fernández Alvarez y mi tía Serafina Rodríguez Marañón, hermana mayor de mi madre.  Por divergencias políticas nunca tuve relaciones con él, pero en ese preciso momento su nombre y cargo me sirvieron de mucho.

Una vez más mi persistencia y tesón daban buenos frutos.

La alegría de mi madre fue indescriptible, al día siguiente con 125.00 pesos nos presentamos en la tienda por departamentos el Almacén No. 2 de la calle Enramadas y compramos la flamante cocina, posteriormente nos inscribimos en la Oficina del I.C. P. y nos llevaron a la puerta de la casa dos balones de 100 libras. Cada vez que se terminaba uno, se llamaba por teléfono y nos traían otro. Esta felicidad duró hasta que vino el Período Especial y todo comenzó a escasear, entre ellos, el gas licuado, pero le di el gusto y la comodidad a mi querida madre mientras vivió.

Madrid, 28 de enero de 2016