Capítulo 11
Como prólogo
les contare que este diario es continuación del largo relato “Muerte anunciada” ya que
es parte de mi vida y vivencias. Lo escribí
en 1967. Era la primera vez que iba movilizada
por 23 días a las labores
agrícolas por tanto tiempo.
En esa
época me encontraba trabajando en el
departamento económico de la Empresa
Minorista, su vez dirigida por la
Empresa Consolidada de la harina, situada en la calle Corona entre Aguilera y Heredia (Antiguos almacenes
Bigelman) Procedía de Auxiliar de
oficina de la Panadería El Sol, de la
calle Enramadas y Clarín. Cobraba como
Auxiliar de oficina, aunque
fungía como administradora, ya que todo el trabajo lo hacía yo. Rolando Pérez lo
representaba, pero ni hacía nada ni conocía el manejo de una panadería y su buen
funcionamiento. Por los cambios hechos
en lo que se llamó la Zona Este y con suerte puede ir a trabajar a la antes citada empresa, a finales de
1965 la que me quedaba más cerca de mi casa cuando nos mudamos el 28 de
marzo de l968 para la calle San Carlos 257 entre San Pedro y
Santo Tomás.
Mis
padres eran comerciantes en el giro de
panadería y dulcerías hasta octubre de 1963, que nos intervinieron y despojaron de nuestra
propiedad.
Era producto de las nuevas nacionalizaciones, lo perdimos todo.
Ahora había que adaptarse a las circunstancias. ¡Qué remedio! Como se
podrán comprender, aún estaban mis costumbres muy arraigadas a mi memoria, a
pesar de todo deseaba ser útil y acomodarme al medio. Me había criado en el
seno de una familia burguesa religiosa, por lo que todo era nuevo para mí,
trataba por todos los medios de adaptarme, pero sinceramente muchas veces
chocaba entre el presente y el pasado, no es lo mismo ser dueño, que pasar
de la noche a la mañana a ser empleado, a dirigir que ser dirigido, por lo que muchas veces me veía
en una encrucijada, si no trabajaba, me vería sin ningún recurso para mi
subsistencia y la de mi familia. En esto me ayudaban mucho mis nuevos
compañeros y la compresión de mi jefe inmediato Martín Álvarez. Casi todos
eran como yo antiguos propietarios de diversos comercios, pero, llevaban
más tiempo trabajando y se encontraban más adaptados o lo parecían.
Unos días antes la económica Manolita Se conmemoraba un año
más del fallido Asalto a Playa Girón)
Nos exhortó a que participáramos todos
(Las que podíamos, ya que algunas compañeras tenían hijos pequeños o familiares
mayores a su cargo y no le era posible ausentarse por tantos días)
Manolita tenía un poder de convencimiento
extraordinario y muy buena forma .Casi
todos levantamos la mano en señal de
consentimiento, Hice el compromiso de movilizarme toda la jornada.
Al llegar a mi casa se lo comuniqué a mis
padres, ellos alarmados ¿Cómo vas a ir a la agricultura por tantos días? ¿No te acuerdas que eres alérgica y te puede
dar una crisis?
Traté de convencerlos con razonamientos
lógicos. Era una empleada del único
empleador: El Estado, si caía mal podía
acarrearme funestas consecuencias, tales como perder el
trabajo o ser trasladada para algo peor. Además, había dado mi palabra y
tenía que cumplirla. Mi padre me había
enseñado que eso era sagrado.
Días antes del señalado para la partida había
preparado mi equipaje. Nunca había dormido en una hamaca. Mi compañera Nancy
Prieto Pedraza me prestó un catre. En
dos maletines puse cuanta cosa se me ocurrió, una frazada, dos sábanas, una
almohada pequeña, un mosquitero, varios pantalones, camisas de manga largo, unas botas que me prestaron, crema de almendra, manteca de
cacao para la resequedad de los labios, una jeringuilla con su correspondientes
inyecciones de Tiosulfato de sodio y Benadrilina (Eso era por si daban en la comida carne rusa y me podía
intoxicar, Por cierto nunca la pusieron, siempre fue carne fresca ) alcohol,
almohadillas sanitarias, algodón, aspirinas, termómetro, cámara fotográfica…
Cómo verán no me faltaba nada de
primeros auxilios. ¡Ah! También llevaba una caja con leche condensada y
galletas.
A de
todo me encontraba muy entusiasmada, era algo nuevo para mí y trataría de
pasarla lo mejor posible.
En la empresa no se hablaba de otra cosa, para
mí era algo novedoso y trataría de que
fuera dado mi carácter alegre y optimista lo más divertida de las aventuras
posibles.
El día 17
me levanté a las 4.00 de la
madrugada, ya me había puesto de acuerdo con un compañero que se encargaba de
repartir dulces a las unidades, lo conocía de antes, ya que yo contabilizaba todas las panadería y dulcerías de Santiago, Cobre, Caney.
Él muy gentil se ofreció para llevarme,
pues yo con tantos paquetes me era
imposible trasladarme hasta el Parque
Céspedes donde nos concentraríamos. Juanes, el esposo de Ana Teresa Fiol, me ayudó a acomodar
los paquetes en la guagua que nos
llevaría. Todas cantábamos, con la ropa de trabajo nueva y los sombreros
de yarey, para protegernos del sol, el mío era una pamela malva que me dio
Nancy Prieto Pedraza.
La aventura estaba a punto de comenzar.
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