02 octubre 2009

¡QUE HOMBRE!

Relatos de amor y de guerra, capítulo XII

Me ocurrió algo curioso e inesperado, me encontraba como otras veces pasándome unos días en El Rodeo, allí tenía el cariño de toda la familia López Ortiz y muchos amigos, entre ellos Fernandito, sobrino de Pepe, e hijo de Fernando, y primo hermano de Edgar, Enriquito y Martha .Su padre, era uno de los hermanos mayores, que tenía una tienda de víveres al lado de su regia mansión verde, que hacía esquina entre las carreteras que van a El Escandell, pasando por El Aceite, continuando por Altos de Villalón y más allá Ramón de las yaguas y por la derecha, los caminos a Zacatecas y la antigua Colonia Infantil (Hoy Hospital psiquiátrico).

Al lado de la casa de los Fernández, estaba la antigua casa familiar, en esa etapa vivían Caridad (Niní, hermana de Inesita) y su esposo más conocido por Chicho, con sus dos pequeños hijos Oscar y Caridad. Era su cumpleaños y lo estábamos festejando.

Había muchos invitados del barrio, bebidas, dulces, refrescos, música, baile y muy muchos chistes del simpático Chicho. Nos estábamos divirtiendo de lo lindo.

Entre los presentes se encontraba un jovencito de unos 15 años, aunque tenía la edad de un adolescente, su cuerpo era fornido, muy alto, eran los de un hombre hecho y derecho, poseía unos hermosos ojos verdes, se llamaba Raúl ¡Qué iba yo a sospechar que era uno de mis furibundos enamorados?

Si sabia que cuando yo estaba en El Rodeo, visitaba mucho la casa, me llevaba las mejores frutas de la finca de sus padres, que estaba cerca de El Aceite, pero nunca me había dicho absolutamente nada.

Esa noche tomó bebidas alcohólicas más de la cuenta, me sacó a bailar, para mí era un niño, yo le llevaba unos diez años y me consideraba toda una mujer.

Bailando me di cuenta que estaba ebrio, comenzó a apretarme más de la cuenta y yo a apartarme. ¡Muchacho, estate tranquilo o no bailo más contigo!, su abrazo se hizo más apretado.

¡Niño, por favor!

¡Yo no soy un niño, soy un hombre y estoy locamente enamorado de ti, no duermo, solo pensando en poder abrazarte y besarte.

¡Muchacho, ¡ ¿Tú estás loco? ¿Sabes lo que estás diciendo?

- Si estoy loco por ti y vas a ser mi novia o me quito el nombre.

A duras penas pude safarme de su abrazo, tomé un vaso de agua fría y lo llevé debajo de la mata de Anacahuita que estaba a la salida, lo senté en una de las grandes rocas del lugar y le dije que se lavara la cara y después conversaríamos. El seguía impetuoso, no sabía como contenerlo. Lloraba al ver que me reía y burlaba de él.

-Yo te voy a demostrar que soy un hombre, tú verás lo que voy a hacer.

¡Me salvó la rueda!, Pedro, uno de los sobrinos de Jacobo, se dio cuenta de la situación y vino a nuestro encuentro, era mucho más maduro y comenzó a conversar de otros temas. Se calmó un poco, pero no quiso volver a la fiesta.

Al día siguiente todo el barrio alborotado, Raúl había dejado una carta a su familia y otra para mí, donde se despedía de todos, se había llevado la pistola de su padre y un rifle de caza y se había alzado con los rebeldes de la Columna 9 de Hubert Matos, rumbo a Ramón de las yaguas.

En los primeros días de enero de 1959, se apareció en mi casa con un grupo de compañeros de lucha, venía con el pelo largo y muy barbudo.

Me había demostrado que en realidad era un hombre y... ¡De qué forma!


De mis recuerdos:
Madrid, 25 de julio de 2009, 12.05 de la madrugada.

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