Relatos De amor y de guerra, Capítulo IX
Como mimbro del Movimiento 26 de Julio, me habían encomendado varias misiones, una de ella, era visitar los campamento rebeldes en plena zona insurgente, casi siempre lo hacía con Clara Luz Pantoja, que era además vecina de nosotros, hermana de Emilia y cuñada de Ramón Álvarez, que dirigía el Movimiento obrero, empleado de la fábrica de cervezas Hatuey, propiedad de la familia Bacardí y madre del Capitán Argelio González Pantoja que se encontraba en una columna móvil. .
Yo abrigaba la esperanza, que en cada visita a un campamento rebelde, me iba a encontrar con aquel joven que conocí accidentalmente y en muy difíciles circunstancias en El Rodeo, El Caney, del cual solo sabía por una carta que me había enviado desde la Sierra Maestra,
No lo encontré, me dijeron que había sido trasladado a otra columna. ¡Qué decepción! Deseaba tanto volver a verlo…
Varios jóvenes alzados me habían dado cartas, para sus familiares.
Al día siguiente de regresar del campamento, me di. A la tarea de repartirlas por varias zonas de la ciudad. La señal convenida era al tocar a la puerta, presentar un centavo americano de cobre.
Me vestí a la moda de esos tiempos, un vestido rosado, adornado con encaje de guipur y alforzas, muy ajustado al cuerpo, de tipo princesa. Altos zapatos de tacón blancos y bolso haciendo juego, donde llevaba las cartas, medias largas, bien maquillada y perfumada. Las prendas de moda, un fino reloj de oro, pulso con una medalla, sortija con una pìedra de agua marina, una cadena con una perla colgando y pendientes de perlas .Lucia muy elegante.
Serían las 3.00 de la tarde y ya había caminado por varias calles de la ciudad en el cumplimiento de mi misión, ahora me encontraba por la calle Corona a dos o tres cuadras del Paseo de Martí, acababa de entregar una carta, dejando a una madre llorosa y a una novia esperanzada y agradecida. Doble la calle y escuche numeroso disparos, corrí siempre pegada a las paredes, a ver si veía una puerta abierta que me ofreciera protección.
Di u tropezón y se me cayó u n tacón, seguí corriendo con dificultad y cojeando, venía un policía con el arma en alto y tirando tiros a diestra y siniestra, me dio el alto y secamente me dijo:- ¿Por qué corre?, con voz y mirada inocente, le dije:- Le tengo miedo a los tiros y mire, se me cayó u n tacón. Rápido cogió el zapato y el tacón suelto, lo colocó sobre un escalón de cemento y le dio varios golpes. Le di las gracias y seguí muy de prisa, para doblar en la siguiente esquina, allí me detiene otro policía, con la misma pregunta:- ¿Por qué correa? Se incorporó otro.
. Pronuncio una palabras que me helaron la sangre, instintivamente apreté la cartera contra mi pecho. – Esta debe ser cómplice del que corrió por ahí mismo y señalaba para la calle en que yo había doblado.¡Detenla!.Yo tratando de ocultar el bolso, ellos a empujones me introdujeron en un carro micro ondas, después me registraron y encontraron varias cartas muy comprometedoras. Me dije interiormente: - Este es mi último día. Menos mal que en febrero me fui a la foto Sueiro y me hice la foto grande de estudio, que tengo en la sala, ese será el recuerdo de lo que fui. Estaba muy conciente del peligro que corría por mis actividades y reuniones con los más importantes jefes de aquella gesta. No sé por qué me llevaron al vivac de la calle Aguilera y Padre Pico. Serian mis oraciones y mi salmo preferido el 23. Me introdujeron en una celda de la planta baja que está a la izquierda, después de la gran puerta de hierro y cerraron con un grueso candado. En el interior había dos hombres negros y de mal aspecto, sucios y barbudos, Al verme, se sorprendieron. - ¿Qué hace una mujer como usted entre nosotros, que estamos aquí por la mala cabeza, miré… nos cogieron robando, pero yo… vaya… somos un par de delincuentes, pero… usted…¿Qué le pasó?, ¿Por qué la han traído aquí?.
-Les respondí:- No se preocupen por mi, es un mal entendido, voy a salir rápido de aquí. Me puse a pensar ¡Como salir de allí! Me surgió una idea y comencé a gritar: - ¡Oficial de guardia! Varias veces. Vino un policía de mal talante. -¿Qué desea?- Ver al Oficial de Guardia. Ante lo apremiante de mi solicitud, vino el supuesto oficial- ¿Qué le pasa?. Con voz autoritaria le respondí:- Necesito urgente que me lleve a un teléfono. -¿Para qué? – Pues para llamar a La Habana a mi padrino el General Francisco Tabernilla Dolz. (Era el Jefe del Ejército del Fulgencio Batista.)
Inmediatamente abrieron la puerta y me liberaron, no esperaron ni a que hiciera la supuesta llamada, solamente perdí el bolso y las cartas. Salí presurosa y paré el primer taxi que pasó, le pagaría al llegar a la casa, temía que se dieran cuenta de mi treta y me volvieran a detener.
Madrid,
22 de julio de 2009.
11 octubre 2009
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