26 octubre 2009

EL DESCONOCIDO ASESINADO

Relatos de amor y de guerra, capítulo XI

La guerra contra el gobierno de Fulgencio Batista y Zaldivar, que había usurpado el poder mediante un traidor golpe de estado el 10 de marzo de 1952 aumentaba por días, con nuevos combates, toma de pueblos y ciudades importantes, principalmente en la parte oriental del país.

En la ciudad de Santiago de Cuba se había decretado el Estado de Sitio. Era sumamente peligroso andar por las calles de noche y si era de la raza blanca, mucho más riesgoso. ¿Era que los negros no se sumaban a la lucha por derrocar al tirano?
No, si los había, pero en realidad eran los menos,

Recuerdo que las madres temerosas les decían a sus hijos mestizos: - ¡Cuídate mi hijito, mira que eres casi blanco!

En la casa de Quintero solamente estábamos mis padres y mis dos hermanos más pequeños, los mayores, dormían en la Panadería “Titán”, por temor a transitar de noche y mucho más peligroso por la carretera .central.

Serían como las 12.00 de la noche, cuando nos despertamos al ruido de numerosos disparos, precisamente frente a la entrada de nuestra casa. Todos nos levantamos asustados por la cercanía de los disparos y escuchar la voz llena de angustia de un joven que gritaba:- ¡No me maten! ¡No me maten! Seguido la descarga de ametralladoras.

Escuchamos como un auto que arrancaba y tomaba la carretera rumbo al El Cobre.

Resueltamente me vestí y le dije a mi padre:- ¡vamos a ver quien es y si está vivo y podemos prestarle auxilio!

Mi padre con voz temblorosa me respondió: - ¡No mi hija, si nos ven nos matan a nosotros también!

Yo insistía, mi padre exponiendo razones muy lógicas, para no bajar hasta donde se suponía que estaba eL joven atacado, hasta que le dije: - ¡Papá,! ¿Y si fuera uno de tus hijos? Se estremeció y resueltamente me dijo: - ¡Vamos!

Encendimos un pequeño farol y bajamos cautelosos entre la hilera de crotos de la entrada del jardín, del estrecho camino de lajas que conducía a la parte lateral, tenía otra entrada desde la carretera a la izquierda, por donde subían los automóviles, a unos cuantos metros de separación. Ya habíamos bajado y observado un cuerpo boca abajo en la cuneta, vestía un pantalón oscuro y una camisa de mangas largas blanca, su cuerpo estaba acribillado a balazos, se veían las grandes manchas de la sangre que derramaba.

Por su aspecto y la ropa que vestía nos percatamos que no era ninguno de mis dos hermanos.

Mi hermano Ñico había sembrado precisamente frente a la entrada una hermosa mata e bungavilia morada. Ya estábamos muy cerca del infortunado joven, cuando escuchamos el ruido característico de un auto que venía de la parte contraria muy despacio., con la luz potente de sus focos, iluminando la carretera. Con horror supusimos que era la fatídica micro onda que regresaba después de haber dado la vuelta. Apagamos el farol y nos escondimos detrás de la mata, que era redonda y muy copiosa. ¡Nos salvó la vida!

En efecto, era la micro onda, un auto de la marca Ford, muy amplio, de color verde y blanco. Parquearon junto al cadáver, se bajaron los ”Tres pegaditos”
Como les decían , iban siempre un policía, un marinero y un guardia. Uno de ellos le dio al cuerpo con las botas varias patadas y dijo a los otros:- ¡Ya está muerto!
Abrieron el maletero y entre dos lo cogieron por las piernas y brazos, su cuerpo desmadejado, s u cabeza colgaba, estaba bien muerto. Lo introdujeron y estrepitosamente cerraron la puerta.

Se marcharon, mi padre y yo muertos de miedo ¡No era para menos! La visión que habíamos tenido era dantesca. Con el alma destrozada, regresamos a la casa, mi madre nos esperaba muy asustada detrás de la puerta y con la casa oscura.

Papá solo dijo:- Si nos ven, seguro que nos matan.

Nunca supimos quien era quien fue aquel infortunado joven. A la mañana siguiente nos enteramos que habían aparecido muchos muertos, por la carretera de Mar Verde, hacía la refinería, por la que conduce al Morro, cerca del Motel Versalles y como ya la prensa estaba censurada, desconocimos sus nombres, a no ser que algunos fuera del movimiento, como ocurrió con el asesinato de Roberto Lamelas Font y Joel Jordán, que eran muy conocidos, vecinos de El Caney.

Joel era hermano de Ruth y vivían en una amplia casa pintada de verde a la derecha, por la carretera que va para El Viso y El Rodeo. Roberto Lamela Fonf. Era empleado del Correo Central y esposo de Caridad Quiala, vivían a la entrada del pueblo a la izquierda, en una casa larga y blanca, hoy está casi en ruinas.

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