“Corona de los viejos son
sus nietos, y la honra de
los hijos, sus padres.”
Proverbios 17: 6
¡Qué tarde más triste es esta que la lluvia cae incesante. Negros nubarrones cubren el cielo y un niño de cara morena, cabellos muy rizados y revueltos, de grandes ojos negros, llenos de añoranza, espera detrás de la puerta impaciente a su abuelo.
Por su mente infantil cruzan muchos pensamientos:- ¿Cómo no quererte abuelo, si sabes adivinar mis deseos y aunque otros te riñan, porque dicen que me consientes mucho, no les haces caso y siempre me complaces.
¡Ay mi madre! Sigue lloviendo sin parar y tengo un hambre… hoy mamá no fue a trabajar, dice que no se va a subir en un camión sin techo, tener que pagar un peso y mojarse. La escuché refunfuñando:- ¡Bah! ¡Qué descuenten el día, que me sancionen si les da la gana, pero con esta lluvia y con hambre yo no le trabajo a nadie!
No fui a la escuela, mi abuela me llevó al dentista del policlínico, me tapó con un nylon. Yo no quería, pero dice ella que hay que arreglarse los empastes, que a cada rato se me caen, me explica que eso que ponen, no sé, amalgama, no sirve, sí eso que parece un cemento, que ella tiene un empaste de cuando era joven y ese sí que era bueno.
Yo iba temblando, pero no lloré, porque dice mi papá que los hombres no lloran, pero… a la verdad que le tengo un miedo… cuando el dentista me pone esa máquina… me parece a esas grandes que rompen la calle y me quiero morir del susto. Mi abuela me sujeta, porque si no… salgo corriendo y no hay quien me coja, me desprerendo por la calle Heredia para abajo…
Expresa mi papá que yo tengo tantas caries, porque me quitaron la leche a los siete años y que los niños deben tomarla por lo menos hasta que le salgan todos los dientes y las muelas también.
El día que mi abuelo la fue a buscar a la bodega y le dijeron que ya no me tocaba por la libreta, que ya tenía siete años, mi abuelo lloró de rabia y dijo muchas cosas. Ahora cuando me voy para la escuela por las mañanas, él me hace un vaso de agua de azúcar y cuando se acaba… entonces… mi abuelo no sabe qué hacer, mi abuela peleando, que si se acabó… que se gasta mucho y que son 5 libras al mes y no se puede derrochar. ¡Qué manera de decir cosas! ¡Qué refunfuñona es!
El sale a la calle y siempre me trae algo, un batido de zapote, un turrón de coco, que sabe que me gustan mucho, aunque a veces no tiene ni un peso, que es lo que cuesta y me dice:- ¡Compay, hoy la cosa está mala, no hay dinero, voy a ver si “invento” algo por ahí.
Al poco rato viene aunque sea con un platanito maduro y si hay mangos se va a una finca de unos amigos, allá por El Caney, allí si hay bastantes, trae una jaba llenita de mangos de bizcochuelos, mamey, toledo y corazón, que son los que más le gustan a mi abuela. Por eso lo quiero tanto, aunque mi abuela no es mala, ni mis padres tampoco, pero esas chuchearías, como dice él, nadie me las trae. Mi mamá dice que no se puede gastar u n peso a cada rato en esas cosas y que todo vale por lo menos un peso, un turrón de maní… cualquier cosa, lo que haga más falta, lo que aparezca.
Mi papá no tiene trabajo, tampoco tiene dinero, hace bastante tiempo que se iba a pescar por las orillas de las playas, vendía algunas ensartas de lo que pescaba y con eso ayudaba en la casa, los más hermosos, los dejaba, mi abuela decía que si hubiera manteca, como antes del Período Especial, los podía freír. ¡Qué rico, pescado frito! Pero ahora no hay, que la media libra de aceite viene a la bodega de pascua a San Juan, no alcanza. Ahora salió una ley en los periódicos, que prohíben pescar, que el que lo cojan, le aplican una multa…
El niño continúa en la larga espera pensando:- Con tanta lluvia me da miedo que la casa se derrumbe, ya en otra ocasión se le cayó el techo de las habitaciones de atrás, por ahí no me dejan pasar, indica mi abuela que es peligroso, ahora llenaron el frente de la casa de palos por todas partes, dice mi abuelo que está “Apuntalada”, yo no sé qué quiere decir eso, pero que si llueve mucho o tiembla la tierra, se puede caer. ¡Ay mi madre! Los pelos se me ponen de punta. Han venido mucha gente con papeles, pero dice mi papá que nada resuelven, que cuando se caiga y mate a uno, tal vez nos den otra casa, pero yo no quiero la casa más linda del mundo si esta se cae y mata a mi abuelito o a cualquiera de los demás. ¡Solavaya! Como dice mi abuela cuando pasa una lechuza por la noche, que anuncia muerto y mi abuelo que no, que lo se comen los ratones y… ¡Como hay por aquí!
En este día no se ha cocinado en mi casa, por varios motivos:- no hay kerosén para encender la cocina, el arroz no ha llegado a la bodega y los frijoles que nos vendieron el día primero ya se acabaron, no hay grasa de ninguna clase y nadie aquí tiene dinero para ir a la plaza de mercado a comprar algo. Mi abuela siempre con que hay que ser conformes y tener resignación y además estar calladitos, para que los vecinos no se enteren que hoy no tenemos qué comer.
Mi papá salió así, lloviendo, aunque mamá no quería, tiene catarro y tose mucho por las noches. El va a ver si encuentra algo, un trabajo o lo que sea. ¡Qué le pasó? Nada, dijo en una asamblea en la empresa donde laboraba que allí todo lo que se hablaba era pura basura, que no se resolvía nada y lo botaron, ahora a donde quiera que vaya le dicen que no es idóneo. ¿Qué quiere decir eso? No sé, pero ni de C.V.P. lo quieren.
Sigue lloviendo y yo tengo un hambre… abuela lee la Biblia y a veces cierra los ojos, no sé; estará durmiendo u orando, se limpia los ojos ¿Estará llorando? Pobre mi abuela, ella dice que no está acostumbrada a esta miseria, que antes no era así, cuando vivíamos en otra casa, la que se quemó, que era un barrio mejor que este, que aquí hay mucha gente mal hablada y boqui sucia, que las casas están muy feas y sin pintura, con las calles con muchos huecos y llenas de basuras y si mi abuelo dice:- Y gracias que nos dieron esta casa, que si no, nos meten en un albergue o cuartería y sería peor, que mucho tuvo que caminar y ver a no sé cuanta gente, para que se la dieran, después que se fue el gallego, que era dueño y cuando se la quitaron, se largó del país
Yusnay y Yasnay, mis compañeritos de la escuela Me dijeron que este lugar era malo, que aquí vivían las mujeres… bueno…esas parecidas a las ”Jineteras”.Que las calles no estaban tan sucias y rotas y que había muchos comercios. A mi abuela no le gusta que mis amiguitos me cuenten esas cosas, porque todavía soy muy chiquito para saber esas historias
En una escampadita, mi mamá salió a la calle con un paquete en la mano, abuela le preguntó y le dijo que iba a ver si vendía un vestido, ella la regañó y le dijo:- ¡Te vas a quedar sin ropa! Pero ella no le hizo caso y se fue. ¡Qué bueno que lo vendiera! Seguro que algo íbamos a comer hoy. Al poco rato volvió corriendo y mojada, lamentándose que nadie tiene dinero y aunque a muchas les gusto, no tenían con qué comprarlo. ¡Qué vamos a hacer! Dijo mi abuela, pero el estómago me dio un salto ¡Qué hambre tengo!.
Mi abuela se lamenta que cuando llueve da más deseo de comer, que antes uno iba a las muchas panaderías que había, que por cinco centavos le daban un cartucho de galletas partidas o pan viejo y con eso se resolvía, pero ahora… nada de eso, ya no hay galletas ni pan viejo, no queda nada.
Mi abuelo antes de salir me dio un vaso con agua de azúcar y me dijo sonriente ¡Tómate este té de gallo, para que te sostengas. ¿Qué quiere decir eso de té de gallo? Pues que yo sepa eso sabe a dulce y no a gallo.
¡Quién tuviera un gallo o una gallina en un día como hoy! Abuela haría una sopa con las patas y el hígado, la molleja, el corazón y el pescuezo, porque ella dice que hay que ahorrar, con lo demás hace un día un fricasé, otro día arroz con pollo, digo gallo, pero total, más o menos sabe igual.
Mi abuela le riñó a mi abuelo:- ¡Jacinto, vas a acabar con el poco azúcar que nos queda para el mes! ¡Con qué voy a colar el café por las mañanas? Mi abuelo la interrumpe:-
¿De dónde sacaste café?-
-¡Nada viejo, ¿No viste que tosté un poco de chícharos?
-¡Bah! Mi abuela todo lo confunde, dice que se le olvidan las cosas y ahora que el chícharo es café.
¡Ay mi madre! ¿Por qué no escampará? Mi abuelo no viene y yo se que algo me va a traer, yo lo sé, mi abuelo “inventa” cualquier cosa con tal de no venir a la casa con las manos vacías. Si al menos escampara, podía jugar un rato en la calle, aunque mamá no
Quiere que corra y retoce, porque dice que se me rompen los zapatos, que son los únicos que tengo y que no hay dólares para ir a las shopping y que en moneda nacional ya no venden nada.
Mi abuelo siempre hace cuentos e historias de cuando él era joven y las tiendas estaban llenas de comida y que había ropas y zapatos a patá ¿En qué tiempo sería eso? Que yo sepa, nunca he visto ni las tiendas, ni las bodegas y esa plaza de mercado como él me cuenta, ni los tranvías que por cinco centavos lo llevaban de un extremo a otro de la ciudad y que la gente siempre se ponía ropas y zapatos nuevos para las navidades y fin de año, aunque fuera pobre, que todo era muy barato, que él ganaba treinta pesos al mes y se ponía camisas de hilo y zapatos Ingelmo. ¿Qué zapatos serían esos? Yo vi una foto de mi abuelo cuando era joven y no se parece en nada a este de ahora. ¡Pobre mi abuelo! ¡Qué viejito está! Dice que cuando se acabe el Período Especial y haya bastante comida él va a volver a engordar, pero…joven… ¡Qué va!
¿Dónde se habrá metido mi abuelito? ¿Se estará mojando? ¿Y si se enferma y se me muere como el abuelo de Pedrito? ¡Ay no! Mi abuelito no se puede morir, si hay que orar como lo hace mi abuela a Dios, yo lo hago, pero… mi abuelito… Al niño se le ensombrece el rostro y sacude la cabeza, como para alejar tan mal augurio.
¡Niño! ¿No piensas venir a bañarte?, llama la abuela desde el interior de la casa. ¡Ten cuidado y no tropieces con esos trastos! Ya no sé qué voy a poner con tantas goteras, ahorita llueve más adentro que afuera. Sobre los muebles, las camas, el piso hay numerosos cacharros, que tratan de recoger el agua que se filtra por todo el cielo raso, ya bastante deteriorado y con mucha humedad, al igual que las paredes de cuje y tierra, que parecen no aguantar más.
¡Oye eso1 Mi abuela llama bañarse a echarse agua arriba sin jabón. ¿De dónde habrá sacado eso, que uno se puede bañar sin jabón? Un día me regañó porque le dije que le iba a pedir a Anabel, la niña de la esquina, que su papá trabaja en una shopping y su mamá en una corporación de esas que hay a montones por Vista Alegre y en su casa siempre hay jabón y… ¡Qué olor tan rico! Muchas cosas más que en la mía no hay nunca, pero mi abuela me dijo que tuviera vergüenza, que se debía tener dignidad ¿Y por qué ellos tienen tantas cosas y nosotros no? Yo no entiendo, su papá no va al trabajo en camiones como mi mamá, todos los días viene en un auto lindo, rojo y nuevo y la mamá cuando salen a pasear se pone ropas y zapatos que nunca les he visto ala mía, ellos tienen muchos juguetes, un televisor grande, y otros más pequeños en las habitaciones, grabadoras, radios y muchas cosas más. Mi abuelo dice que soy muy pequeño para entender esas cosas, pero lo que sé que tienen dólares para comprar dulces en “La Corona” y nosotros no. ¿Por qué? Mi abuelo me cuenta que antes no era así, que con lo que ganaba le servía para comprar en todas partes y se me hace la boca agua cuando me relata que en el TenCent de Enramadas, había muchas vidrieras llenas de toda clase de dulces y caramelos, galletitas y que en esa época los niños creían en los Reyes Magos y que cada 6 de enero le dejaban debajo de la cama juguetes, si le hacía una cartita pidiéndoselos. ¡Como no volvieran esos tiempos! Así yo tendría juguetes, porque yo me porto bien, no digo malas palabras, ni le falto el respeto a mis mayores, como me enseña mi abuela.
Me dice mi abuelo un día:- Michel, cierra los ojos y vas a ver a Enramadas en los tiempos de antes en navidad y yo cerré los ojos y no vi nada más que oscuridad, mi abuelito me decía bajito:- Mira las tiendas llenas de guirnaldas de brillantes colores, campanas y estrellitas rojas, azules, doradas… escucha los villancicos de una punta a otra de la calle Enramadas, mira el parque Serrano, como hay juguetes, los arbolitos de navidad en las vidrieras de las tiendas, mira a Santa Claus vestido de rojo y su barba blanquita como la nieve y muchas personas en la calle cargadas de paquetes. Pensé:- ¡Qué lindo ¡ Pero por mi madre que no vi nada, solo oscuridad.
-¡Michel ven! Lo llama la madre una y otra vez, él sigue con la mirada perdida en la oscura calle, la abuela va a sus encuentro.: - Ven mi hijito, para que comas algo, Juanita la vecina me dio por la ventana del patio un jarro de sopa. ¡Ven mi vida! Para que comas. El niño no quiere moverse de la puerta y exclama:- No, hasta que no venga mi abuelo no como, no quiero nada.
-Pero mi niño debes tener mucha hambre, mira la hora que es, son casi las 8:00 de la noche.
-Abuela, dime:- ¿Qué le habrá pasado a mi abuelito? No hay repuesta, ella también está preocupada. Sale la madre del niño y también mira a todo lo largo de la calle aún lluviosa.¿Dónde estará papá?
La abuela viene con el plato de sopa y trata de que el niño coma. ¡Mira mi amor! Si supieras los trabajos que pasó Juanita para poder comprar estas patas de pollo, hizo una cola la mañana entera en el avicentro de Corona y Santa Rosa, bajo el agua, y hasta se formó tremenda bronca con los coleros de siempre, que quieren tener el primer lugar y comprarlo todo, para luego salir a revenderlo, tuvo que intervenir hasta la policía, para tratar de organizar la cola, que las mujeres gritaban:- ¡Tenemos hambre! Por fin ella pudo lograr que le vendieran un kilogramo de patas, ya las demás cosas se habían acabado.
-¡Mira mi hijito, qué rica está esta sopa! Tiene plátanos fongos, yuca y calabaza, como te gusta a ti. El niño se echa a llorar. -¿Dónde estará mi abuelito, dime?
La madre y la abuela están nerviosas y angustiadas por la prolongada ausencia del anciano en un día como ese, él nunca se demora tanto. Mientras el niño murmura:- A mi abuelito le ha pasado algo malo, él me dijo que si escampaba me iba a llevar a la loma del Intendente, que a mí me gusta mucho, porque veo la bahía, los barcos que entran y salen, los que están atracados en el muelle… las montañas donde mi abuelo estuvo alzado con los rebeldes cuando la guerra contra Batista.
-¡Por tu madre Michel, no anuncies desgracias, que ya bastante tenemos!
Ya tarde en la noche, nadie se ha acostado, ansiosamente miran a la calle esperando al anciano. A lo lejos ven a Ofelia la presidenta del Comité de Defensa de la cuadra. –
¡Rosa! ¡Mariela! Jacinto está preso en el Palacete de Beija (Estación de la policía de la calle Corona y San Jerónimo)
Ambas mujeres salen a su encuentro, Michel detrás temblando de frío y del susto.
¡Ay Señor! ¿Qué le pasó? Por las mentes de ambas pasan veloces las ideas. ¿Será que habló algo de más y lo cogió la Seguridad del Estado? ¡Ay mi madre! ¡Eso es lo único que nos faltaba! Tal vez hasta se lo llevan para la policía política de Versalles y hasta lo metan en una celda tapiada y después a juicio por contrarrevolución y de allí a la cárcel. ¡Qué desgracia!
- Michel lloroso se pega a la madre y a la abuela. Exclamando: ¡Mi abuelito! ¡Yo quiero verlo! Nadie a podido convencerlo que se quede con la vecina. El triste trío camina de prisa por las oscuras calles llenas de huecos y de agua, una lluvia fina cae salpicando los rostros trémulos de ansiedad. Se dirigen a la Estación de l a policía. Ya están pisando el amplio corredor sostenido por gruesas columnas, se dirigen al policía de guardia que se encuentra en la carpeta. El local está lleno de una masa heterogénea, principalmente de jóvenes, algunos esposados, otros entran a empujones al salón. Se comenta que son ladrones, carteristas sorprendidos in fraganti, otros proceden de una reyerta tumultuaria en plena vía pública. Algunas mujeres discuten, vociferan acaloradamente, desgreñadas, se ofenden mutuamente, hasta que un oficial las manda a callar amenazadoramente.
-¿Dónde estará Jacinto? Lo buscan con mirada anhelante. Allá en un banco de un rincón está cabizbajo y triste el anciano. Ellos van a su encuentro. ¿Qué te pasó? Pronuncian al unísono.
-Nada, que estaba por los alrededores de la plaza del mercado de Padre Pico y me encontré “Un socio” y nos pusimos a vender limones a ver si nos ganábamos algo y de pronto nos sorprendió un operativo de la policía, de esos que caen de golpe y porrazo y no nos dio tiempo a desaparecer la mercancía, se paró el carro de patrulla y todos se lanzaron al mismo tiempo, cogieron a todos los que estaban en plena acera vendiendo algo y cargaron con nosotros, nos quitaron los limones, nos registraron y hasta el poco dinero de lo que habíamos vendido, pues dicen que tenemos que vender dentro de la plaza en una tarima y pagar impuestos y tener patente y todo lo demás. ¡Figúrate! Pagar todo eso por vender un ciento de limones, que fuimos a buscar lejísimos, pagar el transporte, caminar bastante y mojarnos hasta más no poder. Ahora esperar, nos van a imponer una multa, no sabemos de cuanto. ¿Con qué la voy a pagar? ¿Con qué? El anciano lleno de consternación se aprieta las sienes con ambas manos, como derrumbado. El niño lo abraza cariñoso, mientras murmura muy bajo a su oído:- Abuelito, no te dejaron ni un peso para que me compres un turrón de coco?
Santiago de Cuba,
15 de octubre de 1996
05 enero 2010
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