Estampa santiaguera.
Hacía ocho meses que se había acogido a la jubilación, a pesar de sentirse físicamente apto para el trabajo, se sentía tan hastiado de la constante propaganda política, los trabajos voluntarios, las guardias obreras, los mítines relámpagos, las charlas de los que él llamaba “los prodri’os” estos siempre a favor de “concienciar a las masas” la excesiva vigilancia de los dirigentes, lo mantenían a la expectativa y no se atrevía ni a abrir la boca, por temor de expresar algo que lo pudiese comprometer y Lupercio era una persona muy medida y nunca quiso hacerse de problemas ni en el trabajo ni en la cuadra, donde acataba dócilmente cuanta orientación se diera por parte de las organizaciones políticas y de masas como le llaman a los Comités de Defensa de la Revolución y que seguramente tenían en sus manos la historia personal de cada miembro. Era tan inofensivo, que al parecer nadie sospechaba lo que llevaba por dentro, aunque en el interior de su casa y procurando no ser escuchado “explotaba” como le decía su esposa cuando lo veía llegar rojo de ira y descargar su mal humor.
Por estas razones ella misma le aconsejó que se jubilara, ya tenía suficiente edad y años de servicios, antes de que en una reprimida rabieta le diera un infarto o un derrame cerebral.
En los primeros meses Lupercio pareció sentirse aliviado, ya que era libre de pensar y actuar sin que nadie lo estuviera vigilando, podía levantarse y acostarse a la hora que le diera la gana, el reloj despertador no sería una tortura más, pero…con el transcurso del tiempo se dio cuenta que las necesidades en el hogar aumentaban, todo era más difícil de lo que él se había imaginado, ahora la entradas de dinero se habían reducido a la mitad y se quejaba que por lo menos en la unidad del INIT (Instituto Nacional de Industria y Turismo) donde laboró más de 30 años tenía su seguro el almuerzo, la merienda y algo que siempre se le pegaba. Comenzaban las dificultades, la cuota mensual de la llamada “Canasta Básica” no alcanzaba, ni el dinero que percibía por la chequera tampoco. Se aburría enormemente, al principio quiso hacer lo que por muchos años había postergado por falta de tiempo. También esos pequeños proyectos presentaban grandes dificultades, no habían tejas para reparar el techo, que ya presentaban muchas goteras, los azulejos de la cocina estaban en las ferreterías del área dólar, no tenía ni clavos, ni madera para arreglar algunas puertas y ventanas que se estaban deteriorando progresivamente, tampoco se podía pintar, otro sueño inalcanzable, cada lata de pintura costaba como él decía: - Una fortuna.
Después de haber limpiado el patio de escombros y basura, tratar de hacer algo para detener los estragos del tiempo y el abandono, se dio cuenta que ya nada más podía hacer. La televisión en un viejo Krim 218 y el casi inservible radio VEF lo aburrían enormemente y aumentaban su mal humor las repetidas mesas redondas, las tribunas abiertas, las que consideraban las mas grandes de las torturas psicológicas de los últimos tiempos. Ya ni jugar dominó en el corredor de la esquina le llamaba la atención, pues el viejo Agustín siempre quería entre juego y juego meter la charla política, aquello lo exasperaba al extremo, ya que le molestaba “ese fervor revolucionario” cuando se decía por el barrio que vino huyendo de Sagua de Tánamo por temor a que los rebeldes lo ahorcarán por chivato. Por eso esa mañana salió a respirar otro aire.
Caminó por toda la calle Enramadas, dobló Aguilera y observó los restaurantes del área dólar enclavados en la Plaza de Dolores. ¡Qué cosa tan grande, como esta parte ha cambiado! Antes aquí en esta esquina estaba la Peletería New York. Al lado del café Aguilera, frente a la farmacia Grimany, el café Nuviola, la ferretería Dolores, del otro lado el café El Champagne, la ferretería Marcé, allá la tienda de ropa La Habanera, la heladera de los Italianos, los Almacenes Inclán, al doblar la fonda que vendía la completa de arroz, fríjol colorado, picadillo de carne de res, plátanos maduros fritos y hasta ensalada por solo 15 o 20 céntimos. En frente estaba el hotel Flor de Cuba y la panadería al lado, mas arriba el mejor teatro de toda la provincia Oriente, el Aguilera, que se quemó en 1966 y estos sala’os no lo han podido hacer nunca más, con él se quemó el Subway y el Flamingo, uno en el sótano y el otro en la azotea y muchas cosas más. ¡Qué caray, nos cayó la desgracia. ¿Y ahora qué… uno con su mísero peso cubano no puede entrar a ninguna parte. ¡Mira pa’eso ¡ ¡Cómo había carritos por aquí vendiendo manzanas, uvas, melocotones y peras!¡Ay Señor! ¿No volveré a ver eso jamás? Su rostro se ensombrece por los recuerdos, camina despacio, casi arrastrando los pies cuando escucha: -
¡Lupercio! ¿Desde cuando no nos vemos, mi amigo?- Chago su ex compañero de trabajo lo saluda efusivamente. Se sientan en el parque y ambos comentan sobre la dura y difícil situación en voz baja, púes por allí abundan los policías que lo observan todo, rememora con nostalgia los tiempos pasados, la transformación de aquel evocador paraje y los años que trabajaron juntos en uno de los cafés del área.
Chago le pregunta: -¿A qué te dedicas? Lupercio le cuenta a grandes rasgos su situación actual y su amigo le comunica que él trabaja por cuenta propia y no le va mal.
¿Tienes patente?
¡No viejo! Eso es un embarque te cobran un ojo de la cara, no puedes hacer esto, lo otro… entre patente y los impuestos, los inspectores y los policías que siempre tienes detrás ¿Qué te queda? Yo trabajo por la izquierda ¿Sabes? Un día aquí, otro allá…y siempre me busco algo extra.
Se para del banco y convida a Lupercio.- Mira, vamos conmigo, voy hacer un trabajito en una casa por aquí. Lupercio vacila. ¡Vamos chico!
Dos horas después ya han arreglado varias llaves de agua poniendo zapatillas inventadas de la lengüeta de un zapato viejo, o un pedazo de una llanta inservible, arreglar un enchufe y apretar un tornillo a una plancha eléctrica. Por ese trabajo la señora de la casa le ha pagado con tres monedas de 25 céntimos de dólar, que son aproximadamente unos 15 pesos cubanos.
Al salir Chago le regala una de las monedas, Lupercio no la quiere aceptar, pero Chago insiste, quedan de verse al día siguiente para hacer otros trabajos de pintar una cuna y coger unas goteras de un techo.
Nuestro personaje baja toda la calle Santo Tomás con la moneda en la mano, mientras piensa: -¿Qué hago con esto?, No me alcanza para nada, si fuera como antes serían 5,00 pesos, entraría en la dulcería La Corona y compraba dulces para todos los nietos y me sobraba, le llevaba a Mima plátanos fruta, que a ella le gustan mucho. Mira a través de los cristales y observa la variedad de dulces, pasteles, cake, refrescos, cervezas, pizzas, bocaditos, yogurt y vuelve a pensar: -¡Total! ¡Todo es en dólares! Con estos 25 centavos me voy a comer un panquecito que hace tiempo que no los pruebo. Empuja la puerta y el fresco del aire acondicionado lo hace sentir el confort de lo bueno y moderno, se acerca al mostrador y mira los precios ¡Qué cosa más grande! Una señorita 0,25 centavos, lo mismo un tarrito, los pasteles de hojas. ¡Ah! Me comeré un panqué, es lo más barato, 0,15 centavos, con el real que me sobra compraré plátanos fruta, por lo menos me dan tres.
Rememora otros tiempos en que un panqué tenía una masa suave que se deshacía en la boca y pasitas. Se decide y pide uno, ya que no puede tomarse un refresco de lata, cuestan más de 0,50 centavos, pregunta y no hay agua si no es Ciego Montero también en divisa. Toma el panqué y se sienta en una de las mesas, muchas ocupadas por extranjeros y cubanos con mayores posibilidades que él, tienen la mesa llenas de latas de cerveza Cristal y hasta botellas de ron. Se lleva el dulce a la boca,¡ Ahí mismo comienza la gran batalla! Se le ha pegado al cielo de la boca, la prótesis se le sale del lugar, el pobre Lupercio no sabe como salir del apuro, mira a todas partes. ¿Cómo sacarse el mazacote? ¡Imposible! Se encuentra pegado como si fuera un cemento, trata con la lengua de moverlo, no puede hacer nada, la lucha se entabla cómo desprender el mazacote que se encuentra adherido a la bóveda palatina. Si tuviera por lo menos un vaso de agua, tal vez se ablandaría, pero… ¿Cómo? Mira de nuevo ¿No habrá aquí baño? Por ninguna parte ve el anhelado letrero de Damas y Caballeros o en su lugar el dibujo de un hombre y una mujer.
Ya Lupercio ha enrojecido y no sabe qué hacer, por más que lo intenta el mazacote ni se mueve, mientras la prótesis se niega a volver a su lugar y hasta teme ahogarse, Sudando frío sale del local rápidamente mientras murmura mentalmente: -Algo tengo que hacer, si por lo menos conociera a alguien por aquí, pero… si no puedo ni hablar ¿De qué me valdría? Llega a la esquina y trata de arrimarse al poste de la luz, siente una pena tremenda el tener que meterse los dedos en la boca en plena calle, pero no le queda mas remedio, con inusitado valor mira para todas partes, introduce sus dedos y trata de sacar el hormigón digo, al mazacote, este sale con dificultad, pero con él se va la prótesis y es tanta la fuerza que hace que se le cae de las manos ¡Salación! Se le ha caído en el tragante que no tiene tapa. ¡Ahora si que me desgracie! Piensa atribulado el anciano. El tragante sin tapa, está desbordado de lodo líquido, latas, desperdicios, ratas y cucarachas. Murmura:- ¡Qué asco! ¡En la misma puerta de esta dulcería, que parece de luj!
Allí está su prótesis, la que tantos trabajos le costó, largo tiempo asistiendo a la Escuela de Estomatología, un día por que no había electricidad, otro que no había agua, la técnica no vino, falta el material. Al fin un buen día salió de allí con su prótesis nueva, después de más de dos años de incansable lucha, de ir cuanta veces lo citaban y siempre había un problema. ¿Ahora? ¿Qué diría su esposa María? Le parece escucharla:- ¡Qué tonto eres! ¡Mira que sacarse la prótesis frente a una cloaca!
¡ Imposible resignarse a perderla! Intenta recuperarla, se agacha y trata de hurgar entre los deshechos y la pestilencia y el perverso mazacote que se ha convertido en su más grave tormento.
Unos niños del barrio indagan al ver al anciano en lo afanoso de la búsqueda y se brindan a ayudarlo, buscan un pequeño trozo de palo y revuelven la masa pestilente a ver si encuentran el objeto perdido, escarban tanto que se va por la cloaca.
Ya con las esperanzas perdidas exclama:- ¡Qué mala hora en que me dio por comprar ese desgraciaó panqué ¡Carajo!
Santiago de Cuba
24 de julio de 2001
03 enero 2010
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