Relatos de amor y de guerra
Capítulo XVII
El silencio de la noche se rompió bruscamente, desde la altura en que vivíamos en el kilómetro 5 1/5 de la carretera central, se escuchaban los ruidos de la ciudad, la música, las explosiones de bombas y los tiros, que asolaban a diario la urbe santiaguera.
En esta ocasión se podía percibir con claridad, que el intenso tiroteo procedía de la carretera de Cuabitas (Hoy Patricio Lubumba) muy cerca de donde habíamos vivido parte de nuestra niñez y adolescencia.
¿Qué estaría pasando? No lo podíamos saber. ¿Quién se hubiese atrevido a acercarse a lo que sin dudas era un combate entre las fuerzas del ejército de Batista y un grupo de revolucionarios?
Por lógica, opinamos que debía ser entre algunos de los muchos combatientes, que operaban a diario por toda esa zona, realizando sabotajes, para mellar la moral de los soldados de la dictadura.
Continuaba el tiroteo y las ráfagas de ametralladoras, se percibió claramente el rodar de tanques. Nos dijimos:- La cosa es en grande, cuando hasta han sacado los tanques a la calle.
¿Qué habrá pasado? Nos seguíamos preguntando cada vez más acongojados, sin poder acostarnos, pendientes de todos los ruidos, como tratando de adivinar lo que estaba sucediendo.
La desigual ofensiva duró, más de una hora, poco a poco iban disminuyendo los tiros, por último, una ráfaga de ametralladora seguida, después silencio total.
¿A quién habrán matado?
Mil ideas cruzaban por nuestras mentes:- Debe ser alguien conocido, por ahí, casi todos eran nuestros vecinos, amigos, compañeros de escuela…
¡Qué angustia por no poder conocer la realidad de los hechos!
Al día siguiente muy temprano supimos lo ocurrido.
Nuestro antiguo vecino, condiscípulo desde la primaria y también compañero de lucha, había muerto. Era Eugenio Nogués, más conocido por Cuchi, hermano de la Cucha, la Nena y el Nene, así se apodaban los hermanos Nogués. Principalmente y por ser más o menos de la misma edad, mi amiga era la Cucha, la Nena era mayor.
¡Qué golpe tan sensible! Habíamos perdido a uno de nuestro más aguerrido compañero.
Como siempre que ocurría un suceso de esa índole, no se permitía que los familiares lo velaran y dieran cristiana sepultura, ellos se encargaban de trasladar el cadáver hasta el necrocomio y de enterrarlo en una fosa común.
Quisimos acercarnos a su casa, para expresarle nuestras condolencias a la familia, no fue posible, toda la manzana estaba tomada militarmente.
Por los vecinos más cercanos, supimos todo lo que en realidad había acontecido. Se dijo que Nogués había convocado a una reunión a los miembros de su célula, Todos se encontraban en la amplia sala de la casa, de madera marchimbrada, pintada de verde claro. Al parecer, fue una delación, ya que se aparecieron cuando todos estaban congregados, Al percatarse Eugenio de lo que iba a suceder, mandó a toda su familia (Hasta su madre anciana) y a sus compañeros con una orden estricta: -Debían dispersarse por la parte trasera de la casa y saltar a los patios contiguos y así salvar sus vidas, algunos quisieron oponerse, él con un arma en la mano, de las varias que había en la morada, los hizo salir en forma imperativa, ya los militares habían comenzado a disparar indiscriminadamente todo el frente. Nogués también repostó el ataque moviéndose continuamente a todo lo ancho y largo, para hacer parecer que eran muchos los que combatían, mientras los demás escapaban.
La soldadesca al suponer que eran numerosos, pidió refuerzos, por lo que desde el Cuartel Moncada mandaron los tanques, armados hasta los dientes, los que al llegar arreciaron la ofensiva.
Nuestro mártir luchó hasta la última bala, ya cuando los agresores se dieron cuenta, que no había sobrevivientes o que se les habían acabado las municiones, violentaron la puerta y ya dentro del recinto, lo ultimaron.
Al ver que estaba solo, registraron toda la casa, no había nadie, todos lograron dispersarse, pero… Uno de ellos tal vez no fue tan ligero y no le dio tiempo a correr por la calle paralela del Reparto Santa Rosa y perderse de vista antes que tomaran toda la manzana. Saltó un alto muro y fue dar a la nave de Guillermo Maceira, que era donde se depositaba la leche de su vaquería nombrada “Guaninicún” y lavaban los embases, después de vendida por las mañanas. Miró por una pequeña rendija y pudo observar que ya los soldados corrían por toda la cuadra Volvió a brincar otro muro y logró caer en otro patio. Lo único que podía salvarlo era un enorme árbol que estaba en el terreno de la Escuela número 41, (de la que todos habíamos sido alumnos) Se trepó ágilmente hasta lo más alto y copioso. Como había una profunda oscuridad, los esbirros, que registraron casa por casa, abrieron puertas a la fuerza, pasaron por debajo en innumerables ocasiones, no percatándose de su presencia, él estaba hecho un ovillo y se supone que aterrado.
Por la mañana cuando los conserjes abrieron la escuela, pudo bajar de su improvisado refugio y salir sigilosamente y así salvar su vida.
De mis recuerdos.
Madrid,
19 de noviembre de 2009
12 enero 2010
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