13 enero 2010

EL CASO SOSA

Relatos de amor y de guerra

Capítulo XXIII

Continuaban los asaltos, sabotajes y hasta ataque a inofensivos militares, como cocineros del Cuartel Moncada y otro tipo de servicios, con el objetivo de despojarlos del arma que portaban.

Esta vez la misión era quitarle su arma de reglamento a un militar, de unos 40 años de edad, vecino de la carretera de Cuabitas, muy próximo a un crucero del ferrocarril, de apellido Sosa.

Se presentaron en su domicilio, tarde en la noche, mi hermano Nino, Margarita, que era su novia y dos jóvenes. Como ella era del barrio, vivía el jardín “La Georgina” con una tía y varios primos, era conocida de vista del mencionado militar.

Esta se presento y tocó a la puerta, Sosa separó con cuidado una hoja, al reconocerla, abrió por completo. No le dio tiempo a preguntar qué deseaba a esas horas, detrás de ella los jóvenes lo encañonaron y solicitaron que les entregara su arma.

La madre del militar, que padecía demencia senil, al observar que a su hijo lo estaban amenazando unos sujetos armados, comenzó a dar gritos de auxilio, lo cual llamó la atención de los transeúntes y vecinos.

Margarita, que era la que dirigía la acción, los conminó a retirarse lo más rápido posible, ella conocía el lugar y por donde escapar, ya que seguro que el militar daría el aviso y al momento se llenaría la zona de microondas. Dos de los jóvenes le entregaron las armas y comenzaron a correr por los jardines circundantes, no conocían el terreno y fueron a parar precisamente debajo del puente elevado que separa la ciudad de Santiago de Cuba, de Altos de Quintero. Allí había una posta permanente, para evitar que se le hiciera un sabotaje y lo derribaran, obstruyendo también el paso del tren que cruzaba por debajo.

Inmediatamente fueron detenidos, llegó la policía, se dice que fueron torturados, para que revelaran quién tenía las armas. Uno de ellos en su agonía declaró que se las habían dado a una trigueñita de un jardín. Era cuanto sabían de ella.

Vecinos aledaños, al escuchar gritos y amenazas, permanecían dentro de sus casas, pero con el oído atento a todo lo se decía, esto fueron lo que al otro día propagaron la noticia.

Al amanecer siguiente, aparecieron los dos cadáveres tirados a los lados de los jardines, acribillados a balazos.

La policía se dio a la tarea muy temprano de visitar jardín por jardín en busca de “La trigueñita” la única que encontraron con esas señas fue una joven del jardín “El Lirio”, la detuvieron y se la llevaron para el Cuartel Moncada. Se dice que estuvo allí, hasta el 1 de enero de 1959.

Al parecer Sosa no reveló su verdadera identidad, de hacerlo, sabía que estaba condenado a muerte y prefirió callar.

Margarita y mi hermano, huyeron por todos los matorrales aledaños a la Universidad de Oriente, brincaron cercas, hasta la lechería “Las Cuabas” de Pancho Iglesias, allí pidió refugio, ya que era sumamente peligroso cruzar la carretera ha esas horas. Muy temprano llegaron a nuestra casa de Quintero. Ella no podía volver a donde vivía su familia, ya estaba descubierta. Tampoco permanecer allí, por las investigaciones que realizarían si Sosa comunicaba lo acontecido y podían sospechar donde se encontraba.

Permanecieron escondidos en la casa de la familia Céspedes, del Reparto Sueño, hasta que pudieron incorporarse a la Columna 9 comandado por Hubert Matos, ella, en el campamento San Pool, destinado a las mujeres, en las inmediaciones de La Gran Piedra. donde permaneció como guerrillera, hasta el 1 de enero de 1959.

Mi hermano en distintos puntos de avanzada. La huída de Fulgencio Batista lo sorprendió en el Campamento La Redondita, por la carretera de Siboney, muy próximo a la ciudad de Santiago de Cuba.


Madrid,
1 de diciembre de 2009

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