Si fui débil y caí, ¡Qué caro lo estoy
pagando!
¿Por qué no apelé a mi fortaleza de
espíritu y lo rechacé?
¿No tenía una vida llena de múltiples
motivaciones?
Me cegué, no escuché consejos, no quise
pensar en la grave falta que cometía.
Me lancé al abismo sin antes analizar las
consecuencias de la caída.
Quise huir del mundo que me condenaba
traté de arrastrarlo en mi loca aventura.
Creí que en la lejanía podría esconder mi
pecado y así alcanzar la felicidad.
¡Qué tonta fui al querer desafiar a la vida,
mi cruel destino!
Ahí a todas horas, de día, de noche está
presente mi conciencia condenándome.
No tiene piedad, me persigue como mi
sombra, me niega la paz.
Y pienso: - Por mucho que me arrepienta
¿Podrá perdonarme Dios?
Haydée B. Rodríguez Rodríguez
27 de diciembre de un año cualquiera
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