14 mayo 2009

EN UN REMOTO LUGAR

En medio de la selva africana, un ser humano vivía momentos terribles, en el lugar donde se encontraba no había agua potable, debía de caminar mucho con un cántaro en la cabeza, para satisfacer sus más perentorias necesidades. Tenía hambre, solo la poca ropa que llevaba puesta, en su pobre y famélico cuerpo.

Su hogar era de paja y adobe, sin muebles. Sus hijos también era víctimas de la
hambruna y las enfermedades que padecía la zona.

Tropezó con la raíz de un arbusto seco y cayó de rodillas. En su desesperación clamó al cielo: - ¡Dios mío, ten piedad de mí!. A su mente vinieron malos pensamientos, se sentía tan sola y desamparada…

-¿Cómo ese dios que me han enseñado algunos misioneros me va a escuchar, si según lo pintan en los cuadros y revistas es blanco y de facciones muy finas? – Yo negra, pobre… Creyó ver un gran resplandor a su alrededor. Se asustó y su débil cuerpo temblaba, cuando a sus oídos llegó una voz, la más dulce que había escuchado en su vida: - “Hija mía, tú eres parte de mi creación, yo no hago acepción de personas, a todos los amo por igual. Los seres humanos son como la tierra, las flores, los árboles, las montañas, los ríos y mares. Todos diferentes. ¿Ves las flores? ¿Cuántos colores no hay?. Todos los seres humanos no tienen la misma sangre? De no ser así, la de un blanco no le serviría a un negro o viceversa, ¿Verdad?, pues para el Reino de Dios todo tiene su belleza, sucede que cuando poblé la tierra a cada uno le di el color según el clima., En la tierra hay lugares muy fríos donde apenas sale el sol, los hay muy templados, con mucho sol y calor, por eso sus habitantes tiene la piel más oscura,
pero… todos son mis hijos amados, solo te pido que te mantengas unida a mi en oración, que yo te recompensaré.

Luanna, aún no se había incorporado y oraba con fervor, cuando vio asombrada a unos pasos de ella, que brotaba un hermoso manantial, tomó de la fresca agua hasta saciar su sed.

Ya camino a su hogar se encontró una caravana con nuevos misioneros, que traían abundantes alimentos, ropas y medicamentos, para los habitantes de aquella remota aldea.

¡Dios había escuchado su oración¡

Entre cantos de alabanza todos dieron las gracias al Supremo Creador, por aquellos hombres y mujeres de otra raza y color, que venían a socorrerlos y sobre todo a llevarles la palabra de Dios, el mejor de los alimentos para el espíritu.

Madrid, 22 de abril de 2009

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