Relatos de amor y de guerra
Capítulo XXIV
Verano de 1958. Cada día se hacía más peligroso vivir en Santiago de Cuba, de ambas partes los fallecidos era numerosos, los tiroteos, las explosiones de bombas y petardos, estremecían la quietud de la noche, junto al tenebroso chirriar de las microondas, que presagiaban muerte por doquier. Registros, detenciones, eran sinónimo de nuevas víctimas.
Como era tan riesgoso transitar por las carreteras, de madrugada o de noche, mis dos hermanos mayores habían optado por dormir en la propia panadería “Titán.
Esa noche, mi hermano Nino, conocido por su nombre de guerra, como Ricardo, se encontraba visitando a sus amigos y compañeros de lucha Carlitos Corrales, su primo Esteban Cabrera, que vivían en la carretera de Cuabitas, muy próximo al cruce del ferrocarril, en dos chalet , uno de la abuela nombrada Nena, en la otra vivienda, su hermana Nieves, las primas Carmen, Cecilita y varios primos más.(Por donde hoy pasa la Avenida de Las Américas)
Serían alrededor de las 11.00 p.m. ¡Una temeridad en aquellos tiempos!, Y parados en la acera, un lugar muy conocido por los sabotajes que se hacían a diario al paso de los trenes.
Encontrándose en una amena charla, una microonda que hacía el recorrido, se paró frente a ellos, sin preámbulos los conminaron a subir al auto, siempre tripulado por “Los tres números pegaditos” como el pueblo los hacía señalar, un policía vestido de azul, un marinero de blanco y un guardia de amarillo mostaza.
Los testigos dijeron que habían expresado en forma amenazadora ¡Vamos para el Moncada!
Carmen, que era una muchacha de unos 30 años de edad y su sobrina Cecilita de 13 años, tuvieron el valor de salir a esa hora, subir a Altos de Quintero y coger la carretera central hasta nuestra vivienda en el kilómetro 5 1/5, para avisarnos de lo ocurrido.
Mi padre desesperado, pensando en el fin que pudiera tener su hijo, salió en su automóvil a toda prisa para la ciudad, llevándose a las dos valientes muchachas.
No se le ocurrió otra cosa que ir directo a la casa de un militar, que conocía desde los años 30 y que precisamente era chofer de microondas. Afortunadamente estaba en su domicilio y habían mantenido ciertas relaciones de amistad, (Iba a la panadería a pedirle dinero y pan a cada rato y mi padre por temor no se lo negaba)
Al contarle lo sucedido, este se rascó la cabeza en signo de preocupación, no obstante le dijo:- ¡Vamos, que si tu hijo está vivo, yo te lo salvo!, Te agradezco a ti y a tu familia lo que hicieron por mí en el machadato y el hambre que me quitaron.
Llegaron al Cuartel Moncada, con la compañía que llevaba lo dejaron pasar directo a la jefatura. Al indagar por los tres jóvenes detenidos en la carretera de Cuabitas a las 11.00 de la noche, mi padre pudo observar a varios matones con rostros de asesinos sedientos de sangre. Uno les dijo:- ¿Los tres blanquitos? ¡Ya se los llevaron!
Allí también estaba uno de los más temidos asesinos:- Despaigne.
¡Qué casualidad! Este era masón, pertenecía a la misma logia de mi padre, la nombrada Prudencia número dos, ubicada en la calle Trinidad entre Moncada y Calvario.
Al encontrarse se hicieron el saludo de los masones. Mi padre le contó lo que le sucedía a uno de sus hijos.
El militar ordenó que los localizaran e inmediatamente los trajeran para el cuartel.
El otro repitió:- ¡Si están vivos!
Mi padre palideció al escuchar aquellas fatídicas palabras y como era diabético, sufrió un ligero desmayo. El militar lo sentó en una silla y le pidió que tuviera calma, sudaba copiosamente.
Se escuchó como trataban de localizar el rumbo que llevaba la microonda.
Mientras… en la casa mi madre y yo permanecíamos sentadas una frente a la otra balanceándonos y rezando en silencio. Yo cerraba los ojos y veía a mi hermano tirado en una cuneta ensangrentado y acribillado a balazos, como le había ocurrido a muchos de nuestros compañeros de lucha en los dos últimos años.
Otra cosa sucedía en el interior de la microonda, que ya iba rumbo a la carretera de Mar Verde, los tres custodiados por los militares, que al sacarlos del cuartel habían pronunciado su sentencia de muerte.- ¡Díganme! ¿Esta es la carne fresca de esta noche?
Carlitos le dijo al oído a los dos:- ¿Saben rezar? Y comenzó a orar la oración del Justo Juez.
Al momento se estableció la comunicación desde el cuartel y la microonda, se escuchó como preguntaban: - ¿Ustedes llevan ahí tres blanquitos? Respondieron afirmativamente,.
¡Pues súbanlo inmediatamente!
Mil ideas pasaron por sus mentes. ¿Será para torturarnos? ¡Qué ocurrirá? Pero ninguno se atrevió a pronunciar una palabra. Lo cierto es que lo que tenían de hombre, lo sentían en la garganta.
Eran más de las 3.00 de la madrugada, cuando entraron de nuevo a tétrico lugar, al verlos, el militar le preguntó a nuestro padre:- ¿Cuál es tu hijo? Lo señaló con el índice, pero afirmó: - ¡Yo respondo por los otros dos!
-Está bien, pero te digo una cosa, no te los puedes llevar, si salen a esta hora, otra patrulla los coge y no hay quien los salve, déjamelos aquí, que mañana a las 8.00 te los suelto y no hay problemas, para eso somos amigos ¿No? Aunque… ¿Qué hacían ustedes a esas horas en ese lugar? A mí nadie me quita de la cabeza, que ustedes andaban en algo.
Como cuartada tenían que vivían allí, pero… ¿Mi hermano?’
Mi padre llegó a la casa muy eufórico y nos contó lo sucedido. ¡Vamos a acostarnos, que ya casi tenemos que ir para la panadería a repartir el pan!
Mi madre y yo nos miramos, teníamos tanta afinidad, que nuestros pensamientos se cruzaban. ¡Pobre papá! ¿Se habrá creído ese cuento?
Por supuesto, no pudimos dormir. Al poco rato mi padre se levantaba, quisimos irnos con él, para esperar las 8.00 de la mañana en la panadería, a ver si su amigo y su hermano masón había cumplido su palabra.
¡Increíble!, pero a esa hora exacta estaba mi hermano haciendo su entrada a la panadería.
A pesar de todo, en aquellos tiempos las amistades se respetaban, la hermandad masona era sagrada y la palabra de un hombre, mucho más.
Para que se pueda apreciar la magnitud del cargo que ocupaban esos militares y lo comprometido que estaban, que fueron de los 71 fusilados en los primeros días de enero de 1959.
Madrid,
2 de diciembre de 2009.
12 diciembre 2009
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