Relatos de amor y de guerra
Capítulo X1V
Mes de junio de 1958, la guerra ganaba terreno, también los sabotajes en las ciudades y pueblos, uno de mis hermanos, que recién, había cumplido los 18 años de edad, era experto en eso de hacer espectaculares sabotajes, con ese fervor que arrastraba a los jóvenes de la llamada Gloriosa Generación del Centenario a combatir de cualquier forma al tirano Fulgencio Batista, que se había apoderado del poder mediante un artero golpe de estado el 10 de marzo de l952, derrocando al presidente constitucional Carlos Prío Socarras.
Ya estos hechos, sin premeditar las consecuencias, eran habituales en el espíritu de nuestro inquieto hermano. Mucho antes había confeccionado un cuño grande, utilizando algo parecido a una flota de albañil, cuidadosamente le fue dibujando, recortando y pegando letras de goma de la llanta de una bicicleta, hasta completar lo que decía:- ¡ABAJO BATISTA!
No sabemos como se hacía para impregnar el cuño en chapapote derretido y pagarlo en muchas paredes, principalmente de edificios públicos, pero un día… uno de los serenos del acueducto de la ciudad, que se encuentra en el kilómetro 4 de la carretera central, lo vio realizando la arriesgada operación un atardecer, casi de noche.
Al día siguiente puso a nuestro padre en conocimiento de lo que “El muchacho” estaba realizando y a la vez de alertarlo sobre el peligro que corría, ya que esa edificación también era vigilada por el ejército, por ser la principal fuente de abasto de agua a la ciudad y se temía que también fuera blanco de uno de los frecuentes sabotajes que hacían los miembros del Movimiento “26 de julio” Si lo sorprendían ¡Muerto seguro!
Mi padre asustado, trató de que le entregara el cuño, lo escondió en lugar seguro y por muchos consejos y reprimendas, los letreros continuaron apareciendo por numerosas calles de la ciudad.
En esta ocasión y siendo aún un adolescente, había preparado sin que nadie se diera cuenta, docenas de pequeñas tablas de plewood, como una lámina muy fina, atravesadas por varias partes de afiladas puntillas de ambos lados, por dentro y por fuera, para así, de cualquier modo que cayeran, pudiesen surtir el mismo efecto
Aprovechó la ocasión que nuestro padre iba a un asunto de negocios, al lugar conocido por El Castillito, en el kilómetro 10 de la carretera central, se montó y ocultó en la parte trasera del auto panel con todas las pequeñas tablas.
Papá sin percatarse de su presencia, estuvo largo rato tratando de negocios con las personas que había ido a visitar, regresó de vuelta por la misma carretera de doble vía, a esa hora de la mañana era muy concurrida, veloces autos, camiones y autobuses , que la transitaban de un lado a otro rumbo a pueblos cercanos o hacía la ciudad de Santiago de Cuba.
Ñiquito, era el diminutivo de su nombre de pila, abrió sigilosamente una de las ventanillas traseras y comenzó a arrojar las tablas a un lado y otro de la vía, por cerca de 5 kilómetros, nuestro padre sin percatarse de lo que estaba sucediendo detrás de su paso, llegó a nuestra casa, subiendo por la pequeña carretera que llegaba hasta el garaje de Altos de Quintero, kilómetro 5 1/5. Desde allí se observaba ya una larga hilera de automóviles ponchados y las explosiones que producía al pisar las tablas.
Alguien avisó a la policía, ya venía en sentido opuesto a toda prisa en una de las temidas micro ondas, sonando con estrépito las sirenas. Fue el último que se poncho, precisamente frente a la entrada de nuestra casa, desde la altura de unos 50 o 60 metros, que la separaban de la carretera, también todos nosotros mirábamos el singular espectáculo, de ver a cada lado de la carretera rastras, camiones, autobuses, autos de todo tipo y marcas ponchados y el tráfico interrumpido. Pero… eso no fue lo peor, la escarpada ladera que separaba los terrenos de nuestra casa y la carretera, estaba llena de enormes piedras, que servían como contén que circundaba el terreno de nuestra propiedad. Desde arriba, alguien pisó una de ellas de considerable tamaño, la que se desprendió, rodó cuesta abajo y fue a chocar precisamente con el carro microondas. Sus ocupantes ya en pie en la orilla de la carretera comenzaron a gritar:- ¡Sabotaje! Y tirar ráfagas de tiros al aire, para atemorizar y dispersar a todos los curiosos, que presenciaban tan inusual acción.
Recapacitando, que si se daban cuenta de donde había salido la formidable piedra y pudiesen señalarnos como sospechosos, no se quedó ni el gato, cerramos puertas y ventanas a toda de prisa y nos fuimos a refugiar en la residencia del Dr. Juan Emilio Cordiés Negret, que era vecino contiguo, médico, Especialista en cardiología y profesor del Instituto de Segunda Enseñanza en la cátedra de francés y persona de sólido prestigio y el que no levantaba sospecha de estar involucrado en semejante acto . Además a esa hora no se encontraba en su residencia, sino sus sirvientes.
Nuestro joven hermano, inmutable guardó el secreto hasta que papá se marchó, pues era posible que de saberlo en esos momentos, por su audacia y atrevimiento, este se hubiese sacado el cinto y dado una buena paliza, ya que esa temeraria acción nos podía haber costado posiblemente la vida de estar al corriente aquella jauría de asesinos que
Asolaban la ciudad de lo que en realidad había ocurrido.
Testimonio de mis recuerdos de la etapa 1952 a 1959
Madrid,
14 de noviembre de 2009
30 diciembre 2009
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