Corrían los primeros años de la década del 50 y en la elegante barriada del reparto Sueño, ocurrió un suceso, que conmovió a media ciudad y a todos los que conocían a la bella muchacha nombrada Linda, que aún no había cumplido los veinte años de edad.
Esta hermosa muchacha, por rarezas de la naturaleza, había nacido melliza con Gloria, según contaba la madre, se llevaban 25 minutos. Primero nació Gloria, pesando 5 libras, después Linda, de una libra más, pero… desde el primer momento se notó la diferencia entre ambas hermanas, Gloria era fea, muy rubia, sonrosada, mientras Linda le hacía honor a su nombre, trigueña, de pelo y ojos negros.
Así crecieron las dos niñas, la una miope, pecosa, desgarbada, con la voz ronca y desagradable, el pelo tan rubio, que parecía albina, de baja estatura, con los pies planos, los dientes prominentes, de chuparse el dedo desde que nació como si la naturaleza se hubiese ensañado con ella.
La otra muy hermosa, de un rostro perfecto, al igual que su cuerpo, de ondeada melena, de voz dulce y melodiosa, su piel aterciopelada, todo en ella guardaba armonía.
Entre mimos y halagos se convirtió en una mujer sumamente orgullosa, que paseaba su belleza por lo mejor de toda la ciudad.
Su familia pensaba que haría un ventajoso matrimonio, con uno de los hombres ricos de aquella época, por lo que se vestía y calzaba con lo mejor, usaba valiosas y finas joyas, los más caros perfumes, cuidaba su aspecto físico con sumo interés.
Gloria al contrario, era resentida, acomplejada y no participaba de las fiestas y otras actividades sociales como su hermana, era tanta. Su frustración, que se apartaba de todo lo que para ella no tuviese interés alguno, dedicándose desde pequeña a leer mucho, estudiar, pintar y todo tipo de labores manuales, por lo cual a pesar de su extraño carácter, tenía cierto aire de intelectual, podía entablar cualquier conversación del tema que fuera. Al contrario Linda vivía para cultivar su primorosa estampa, asistía a los salones de belleza semanalmente y cuidaba al extremo su apariencia personal, pero no tenía la cultura de Gloria, cuando alguien se lo señalaba le respondía despectivamente, que a ella eso no le hacía falta. Por esa causa perdió algunos pretendientes, por su mala educación, tan pobre y mediocre.
Un día se enfermó repentinamente, fue ingresada en el mejor sanatorio de la ciudad, La Colonia Española. Allí fue tratada por los mejores especialistas, a pesar de los ingentes esfuerzos, Linda falleció.
El triste acontecimiento se conoció en toda la amplia barriada y buena parte de la cuidad, la esquela mortuoria fue publicada en el Diario de Cuba, de la mañana y Oriente de la tarde.
Además de la familia y los más íntimos amigos, los curiosos, que concurrieron a la Funeraria Mayoral todo el día y la noche en que su cadáver estuvo expuesto, desfilando delante del sarcófago para ver por última vez el rostro de Linda, que muy maquillada, parecía sonreír al paso de tantos admiradores y fisgones. Muchos lamentando su repentino deceso.
Llorosa y acurrucada en un rincón de la sala mortuoria se encontraba Gloria escuchando los comentarios de todos que se encontraban presentes, algunos tan indiscretos, que no reparaban en su presencia y se lamentaban, mientras la miraban despectivamente.
¡Qué lástima, tan bella y morirse tan joven! ¡Qué cosas tiene la vida1 ¡Es increíble que sucedan estas cosas! ¡Ella, ser ella!
Un momento antes de partir el entierro, ya Gloria estaba harta de tanta e irónicas insinuaciones. Una de las amigas más íntimas de Linda dando gritos reprochaba al destino:-
¿Cómo es posible tanta injusticia? ¿Cómo te la llevas a ella, precisamente a ella?
La joven no pudo soportar más tantas indirectas, se puso frente a la triste y llorosa comitiva y les gritó en medio del salón.- ¡Está bueno ya! ¡El que le tocó le tocó, la suerte de la fea, la bonita la desea!
Santiago de Cuba,
24 de abril de 2002
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