Me encontraba en la puerta de mi casa conversando con un vecino, eran cerca de las 6:00 de la tarde, cuando se paró un niño con un pequeño bulto en las manos, con timidez nos dijo: - ¿Me quieren comprar esta libra de frijoles? Al desenvolverlo me percaté que eran los mismos frijoles que habían vendido en la bodega ese mes a razón de 10 onzas por persona, por la Libreta de Racionamiento. Miré a mi vecino y éste conmovido como yo, extrajo de su billetera 5.00 pesos.
Tendría por su apariencia física unos 9 años de edad, muy delgado, su rostro trigueño lucía triste, ansioso, vestía un desteñido pullover y un short corto, en sus piernas y brazos sobresalían los huesos, producto de una mala nutrición. Nos contó que vivía a muchas cuadras de distancia, pero que nadie le había querido comprar los frijoles, que su mamá los vendía, para poder comprarle la leche a su hermanito enfermo y que precisamente había llegado esa tarde a la bodega y como era piloto… Por último con pena y humildad nos dijo que si teníamos un pedazo de pan.
Con un nudo en la garganta lo invité a pasar a mi casa, me había tocado las fibras más sensibles de mi corazón: Tenía hambre. Lo llevé hasta la cocina-comedor, le serví un plato de sopa, que iba a ser mi cena de esa noche. Pensé que tal vez no le gustaría, la había hecho con picadillo de soya y plátanos burro, pero como estaba bien condimentada, sabía bien. Se la tomó con avidez, mientras me miraba con gesto agradecido, yo le acariciaba los cabellos rizados y revueltos con los ojos nublados. Me di cuanta que no se había llenado, por lo que le brindé algo de lo que me quedaba, un poco de arroz amarillo sobrante del almuerzo. También se lo comió sin dejar ni un grano, pero me dijo: - me llevo el pan, es para mi mamá. Ese era mi desayuno del día siguiente, pero sentí la satisfacción de haber aliviado en algo la necesidad de ese pobre niño. Mientras pensaba:- ¿Desde cuándo no se tomará un vaso de leche, un simple, pero costoso refresco o un caramelo? ¡Cuánta necesidad habría en su hogar, para tener que vender la mísera cuota de frijoles de un mes! Y todavía existen personas indolentes que cuando ven un caso como éste, para justificar la dureza de su corazón dicen:-Yo no le doy nada, a lo mejor ese dinero es para que su padre alcohólico se lo beba. ¡Qué lejos está Dios de los que proceden así!, Esos no conocen el amor de Cristo, que enseñó a sus semejantes: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Menos mal que no todos pensamos igual. En Cuba tenemos tanta miseria, que aún nos condolemos de los más pobres y compartimos lo poco que tenemos con solidaridad y amor para con los demás.
Esa tarde le di gracias a Dios por haberme mandado a Yovannis y al destapar la olla, pude comprobar que había suficiente comida para no acostarme sin comer. El milagro de los panes y los peces se repetía una vez más.
Santiago de Cuba
26 enero 2009
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