27 noviembre 2020

MI PRIMER DESENGAÑO

 

Relato

Primeros años de  la década de los años  50, vivía en  la casa de la familia López Ortíz en El Rodeo, caserío cercano a él también en esos tiempos pequeño pueblo de El Caney, a unos 10 kilómetros  de la ciudad de Santiago de Cuba.

El principal atractivo turístico era el Fuerte El Viso, por su histórica participación en la guerra  de independencia  en que luchaban los mambises contra el colonialismo español, donde se conserva un hermoso parque sobre una pequeña colina, los cañones y trincheras de aquella época.

Como todos los años se celebraban carnavales y también  otras actividades benéficas auspiciadas por las dos iglesias del pueblo, la católica San Luis de los Caneyes,  en el centro y frente  al  principal y único parque y en una calle lateral  la Iglesia Bautista, de la que eran miembros una parte del pueblo.

Como los López Ortíz eran católicos, cooperaban  en estos eventos,  elaborando  diversos platos, como pasteles, empanadillas, croquetas, bocaditos, panetelas  cakes, batidos de frutas y refrescos. También se confeccionaban objetos  artesanales por los filigreses.  Se vendía en varios carritos puerco asado. Para ello se contaba con kioscos frente a la iglesia y al parque.

Con  entusiasmo  juvenil  me sumaba a esa actividad y ayudaba sirviéndoles  a los clientes. Había música de los traga nikel, mucha alegría y una gran participación por parte de los moradores  de toda la  comarca, visitantes de Santiago de Cuba y muchos de la poblada Carretera de El Caney, que principalmente eran jóvenes.

La fiesta duraba  tres días, viernes sábado y domingo.

Ese primer día  visitó nuestro kiosko  un joven de muy  buen aspecto, trigueño y bien vestido, me tocó a mí servirle. También se bailaba en la calle y un rato después le pidió permiso a la que  fungía como mi madre Inesita López Ortiz  y a su hermana Luisa para que  me autorizaran bailar con él.

Este se dio a conocer como:_  Alberto Troche y dijo que vivía en el elegante  caserío de Las Flores,  a un lado de la carretera de El Caney. De inmediato supuse que tendría una buena posesión económica. Sus modales eran finos y correctos y allí solo había residencias y hermosos chalet.

Vino  los tres días que duró y por supuesto siempre estuvo a mi lado, bailábamos y conversábamos de  diversos temas, tenía un buen empleo en una importante empresa de la ciudad, yo con el alborozo de mis cortos años le hablaba de mis sueños de  ser abogada y pianista.

Finalmente me dijo que  yo le gustaba mucho y que deseaba volver a verme. Nos pusimos de acuerdo, me dio su teléfono, cuando fuera a la ciudad lo llamaría y nos veríamos. A mí también  me gustaba  e ilusionaba, sería mi primer novio, ya que la férrea  vigilancia de mis  ya casi familiares no me perdían ni pie ni pisada, pero  tenía una buena coartada, diría que  iba a ver a mis padres y hermanos en Altos de Quintero  o a la casa de mi tía paterna Solita que  vívía en la ciudad y a veces tambíén la visitaba.

 En el pueblo tenía un enjambre de enamorados y ninguno eran de sus gustos, entre ellos Miguelito  Serret  Melián, medio pariente, decían que era muy delgado,  de escaso porvenir, que esto, lo otro, nunca lo dejaron acercarse a mí, un primo hermano llamado Pedro López, pero a éste yo misma lo rechacé, él iba mucho a la casa de El Rodeo,  primero como amigo y confidente, ya que me contaba de otros ardientes enamorados y hasta me llevaba sus misivas, como Taras Domitro Terlebauca, para mi gusto, muy blanco, era de origen rumano y hermano de mis compañeras de estudios  América y Mirtha, de Rafael Alvarado, hermano de Rubén  novio de Martha,  nieta de Jacobo y Ángela, el cual no  era del  agrado de la  familia por tres  razones, era pobre, mestizo y sin trabajo. Por la insistencia de Martha, después de varios años de escabroso  noviazgo se casaron y solo la muerte pudo separarlos. Otro era Raúl, demasiado joven para mí, casi un niño con cuerpo de hombre,( tenía 14 años) Los primos Edgar Asencio Fernández y Enriquito Gallart Fernández,  (Eran sobrinos de Pepe Fernández  el  esposo de Luisa). El  primero era estudiante de medicina en la ciudad de La Habana y  todos me aconsejaban que no me hiciera ilusiones, que la novia del estudiante nunca  sería  la esposa del  profesional. Este me gustaba más que Enriquito el que sí  era aceptado en general  por la familia, ya que tenía una  posesión social importante, era graduado de ingeniero en una universidad americana, donde vivían sus padres y él  había decidido residir en Cuba, ocupaba un  importante puesto en la Refinería Texaco (Hoy Hnos. Díaz) Además poseía una hermosa residencia  rodeada de árboles frutales  y jardines y un auto negro Cadillac del último modelo, era socio de los principales clubes de la aristocracia santiaguera. No me gustaba, era  muy rubio y de baja estatura. Tenía las más grandes atenciones  conmigo, me obsequiaba casi a diario  hermosos ramos de gladiolos de su propio jardín, Cada vez que  podía me escondía detrás de  los armarios o debajo de las camas para no tener un encuentro con él. Inútil  eran los llamados que  me hacían, no aparecía hasta que no se iba, lo que me costó  varias reprimendas, que era una malcriada y mal agradecida de lo que la vida me ofrecía. No me importaba. Siempre soñaba  casarme con un hombre que me  gustara y jamás lo haría por interés, siempre sería por amor.

Otro era el abogado Félix Rodríguez Segura, este  lo había  conocido casualmente un día en que me encontraba  mirando una lista de números de  la Lotería Nacional, a un lado de la cafetería  El Baturro, yo muy joven vestía  de azul y este hombre al verme  se quedó extasiado en el  color de mis ojos, igual que mi vestido y  no se cansaba de alagarme, me regaló un pedazo de un número que yo  elegí, me comentó que tenía su bufete  en la calle San Felix en el centro de la ciudad, una hermosa casa y flamante auto y sólida posesión. Desde ese día no sé cómo supo donde vivía  y fue obsesiva su persecución, pasó  años tratando de conquistarme  por  todos los medios posibles y no lo logró, hasta un día al ver mi rechazo me dijo colérico: ­ ¡Vas a ser mía, aunque tenga  que echarte brujería!  _ Me reí sarcástica y le respondí:- ¡A mí no me entra nada! _ Me dice:_¡ Una gota  de agua con el tiempo le abre un hueco a una piedra! Con el mismo tono alegué:_¡Soy una piedra de rayo, a mí nada me abre un hueco! ­_ No era mi tipo.

Desde muy joven  ya tenía sólidos principios. Resulta que Inesita, que ya tenía 35 años había conocido a un ingeniero muy agradable y educado y acorde a sus edad.  Al parecer  ambos  sintieron una  mutua atracción, lo invitó a visitar su casa y ese día se esmeró preparando un brindis, en lo que ella era experta.

¿Qué sucedió en esa visita? Al momento me di cuenta  de cómo me observaba de pies a cabeza con gesto lascivo y trataba en las pequeñas  ausencias de Inesita en hablar conmigo. Disimuladamente me  dio una pequeña tarjeta  con su nombre, dirección y teléfono y me rogaba que  lo llamara y me pusiese de acuerdo para vernos en un lugar más apropiado.

Sentí  indignación ¿Cómo si había ido a esa casa  interesado por Inesita me hacía esas insinuaciones?

Cuando se marchó inmediatamente y con pena  le hice saber todo a Inesita y que no se hiciera ilusiones, era  un pervertido y un falta de respeto. Por supuesto jamás accedí a un encuentro con él, lo hubiese considerado una vil traición a la que era mi benefactora. ¡Ni muerta! Así fuera el único hombre que se cruzara en mi vida.

 Hubo enamorados platónicos y  algunos más  que se atrevían  hasta ofrecerme serenatas a la luz de la luna, enviarme encendidas cartas y poemas.

  Esta familia a veces me  llevaba cuando se ofrecía un buen show a lo que era cafetería, restaurante y pista de baile El Patio Club de El Caney, muy de moda en esos tiempos, era propiedad de José Fernández Quintana (Pepe) esposo de Luisa. Allí solo me permitían  bailar algunas piezas con sus sobrinos o muy conocidos, Me celaban mucho.

Pedro un día se me declaro, que también estaba muy enamorado de mí. Al instante lo refuté  y le  dije que siempre lo había visto como un amigo, además la familia me decía que el día que tuviese un novio me iba para la casa de mis padres, que no querían problemas ni compromisos y  yo los respetaba mucho.(Exceptuando a Enriquito)

Unos de esos días fui a la ciudad, llamé a Alberto y nos pusimos de acuerdo para vernos en el Parque Céspedes. Nos sentamos un rato en el referido lugar y entonces me invitó al salón privado del  Restaurant El Baturro a tomar algo, le dije  que no, insiste: Vamos al Club 300, me niego, al  Kon Tiki. No y nó. Estos clubes estaban en el centro de la ciudad, a pocos  metros del Parque Céspedes.  En esos tiempos una joven que se respetara no entraba a un club ni se montaba en un auto con un hombre por nada de la vida. Al  ver mi negativa me acompañó  hasta la  parada para regresar a El Caney, con la promesa  de volver a vernos.

Como dije antes, me  agradaba y volví a encontrarme con él. Muy serio me dice:- ¿Te  acuerdas de aquel día que te invité a varios lugares y no aceptaste?_Era  para  probarte, no me gustan las mujeres fáciles y tú no lo eres, sé que eres una muchacha decente y no te puedo engañar ni hacer perder el tiempo, me voy a casar y tú la conoces. Me mostré intrigada y sorprendida,­ ¿Quién es? Me respondió: _Elsa  Girón. Sí que la conocía desde que yo era una niña de uno 11 o 12 años, había sido Dama de Honor de la boda de Eva Álvarez, la madrina de mi  hermano Antonio cuando se casó y después conocí a toda su familia, eran varios hermanos, recuerdo a María, Virginia y varios  varones. ¿Cómo supo que yo la conocía? ¿Acaso le había hablado de mí?

Aquella revelación me causó un punsante  dolor en el corazón, aunque  como casi siempre oculto mis sentimientos y al parecer no les doy importancia. Ni una queja, ni una lágrima, pero moría tal vez mi primera ilusión por el más cruel de los desengaños.

Jamás nos volvimos a ver.


De mi recuerdos.

Agosto de 1951

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