Relato
Primeros años de la
década de los años 50, vivía en la casa de la familia López Ortíz en El
Rodeo, caserío cercano a él también en esos tiempos pequeño pueblo de El Caney,
a unos 10 kilómetros de la ciudad de
Santiago de Cuba.
El principal atractivo turístico era el Fuerte El Viso, por
su histórica participación en la guerra de independencia en que luchaban los mambises contra el
colonialismo español, donde se conserva un hermoso parque sobre una pequeña
colina, los cañones y trincheras de aquella época.
Como todos los años se celebraban carnavales y también otras actividades benéficas auspiciadas por
las dos iglesias del pueblo, la católica San Luis de los Caneyes, en el centro y frente al principal y único parque y en una calle
lateral la Iglesia Bautista, de la que
eran miembros una parte del pueblo.
Como los López Ortíz eran católicos, cooperaban en estos eventos, elaborando diversos platos, como pasteles, empanadillas,
croquetas, bocaditos, panetelas cakes,
batidos de frutas y refrescos. También se confeccionaban objetos artesanales por los filigreses. Se vendía en varios carritos puerco asado.
Para ello se contaba con kioscos frente a la iglesia y al parque.
Con entusiasmo juvenil
me sumaba a esa actividad y ayudaba sirviéndoles a los clientes. Había música de los traga
nikel, mucha alegría y una gran participación por parte de los moradores de toda la
comarca, visitantes de Santiago de Cuba y muchos de la poblada Carretera
de El Caney, que principalmente eran jóvenes.
La fiesta duraba tres
días, viernes sábado y domingo.
Ese primer día visitó
nuestro kiosko un joven de muy buen aspecto, trigueño y bien vestido, me
tocó a mí servirle. También se bailaba en la calle y un rato después le pidió
permiso a la que fungía como mi madre
Inesita López Ortiz y a su hermana Luisa
para que me autorizaran bailar con él.
Este se dio a conocer como:_ Alberto Troche y dijo que vivía en el elegante
caserío de Las Flores, a un lado de la carretera de El Caney. De
inmediato supuse que tendría una buena posesión económica. Sus modales eran
finos y correctos y allí solo había residencias y hermosos chalet.
Vino los tres días
que duró y por supuesto siempre estuvo a mi lado, bailábamos y conversábamos
de diversos temas, tenía un buen empleo
en una importante empresa de la ciudad, yo con el alborozo de mis cortos años
le hablaba de mis sueños de ser abogada
y pianista.
Finalmente me dijo que
yo le gustaba mucho y que deseaba volver a verme. Nos pusimos de acuerdo,
me dio su teléfono, cuando fuera a la ciudad lo llamaría y nos veríamos. A mí
también me gustaba e ilusionaba, sería mi primer novio, ya que la
férrea vigilancia de mis ya casi familiares no me perdían ni pie ni
pisada, pero tenía una buena coartada,
diría que iba a ver a mis padres y
hermanos en Altos de Quintero o a la
casa de mi tía paterna Solita que vívía
en la ciudad y a veces tambíén la visitaba.
En el pueblo tenía un
enjambre de enamorados y ninguno eran de sus gustos, entre ellos Miguelito Serret
Melián, medio pariente, decían que era muy delgado, de escaso porvenir, que esto, lo otro, nunca
lo dejaron acercarse a mí, un primo hermano llamado Pedro López, pero a éste yo
misma lo rechacé, él iba mucho a la casa de El Rodeo, primero como amigo y confidente, ya que me
contaba de otros ardientes enamorados y hasta me llevaba sus misivas, como
Taras Domitro Terlebauca, para mi gusto, muy blanco, era de origen rumano y hermano
de mis compañeras de estudios América y
Mirtha, de Rafael Alvarado, hermano de Rubén
novio de Martha, nieta de Jacobo
y Ángela, el cual no era del agrado de la
familia por tres razones, era
pobre, mestizo y sin trabajo. Por la insistencia de Martha, después de varios
años de escabroso noviazgo se casaron y
solo la muerte pudo separarlos. Otro era Raúl, demasiado joven para mí, casi un
niño con cuerpo de hombre,( tenía 14 años) Los primos Edgar Asencio Fernández y
Enriquito Gallart Fernández, (Eran
sobrinos de Pepe Fernández el esposo de Luisa). El primero era estudiante de medicina en la
ciudad de La Habana y todos me
aconsejaban que no me hiciera ilusiones, que la novia del estudiante nunca sería la
esposa del profesional. Este me gustaba
más que Enriquito el que sí era aceptado
en general por la familia, ya que tenía
una posesión social importante, era
graduado de ingeniero en una universidad americana, donde vivían sus padres y
él había decidido residir en Cuba,
ocupaba un importante puesto en la
Refinería Texaco (Hoy Hnos. Díaz) Además poseía una hermosa residencia rodeada de árboles frutales y jardines y un auto negro Cadillac del último
modelo, era socio de los principales clubes de la aristocracia santiaguera. No
me gustaba, era muy rubio y de baja
estatura. Tenía las más grandes atenciones
conmigo, me obsequiaba casi a diario
hermosos ramos de gladiolos de su propio jardín, Cada vez que podía me escondía detrás de los armarios o debajo de las camas para no
tener un encuentro con él. Inútil eran
los llamados que me hacían, no aparecía
hasta que no se iba, lo que me costó
varias reprimendas, que era una malcriada y mal agradecida de lo que la
vida me ofrecía. No me importaba. Siempre soñaba casarme con un hombre que me gustara y jamás lo haría por interés, siempre
sería por amor.
Otro era el abogado Félix Rodríguez Segura, este lo había
conocido casualmente un día en que me encontraba mirando una lista de números de la Lotería Nacional, a un lado de la
cafetería El Baturro, yo muy joven
vestía de azul y este hombre al
verme se quedó extasiado en el color de mis ojos, igual que mi vestido
y no se cansaba de alagarme, me regaló
un pedazo de un número que yo elegí, me
comentó que tenía su bufete en la calle
San Felix en el centro de la ciudad, una hermosa casa y flamante auto y sólida
posesión. Desde ese día no sé cómo supo donde vivía y fue obsesiva su persecución, pasó años tratando de conquistarme por
todos los medios posibles y no lo logró, hasta un día al ver mi rechazo
me dijo colérico: ¡Vas a ser mía, aunque tenga que echarte brujería! _ Me reí sarcástica y le respondí:- ¡A mí no
me entra nada! _ Me dice:_¡ Una gota de
agua con el tiempo le abre un hueco a una piedra! Con el mismo tono
alegué:_¡Soy una piedra de rayo, a mí nada me abre un hueco! _ No era mi tipo.
Desde muy joven ya
tenía sólidos principios. Resulta que Inesita, que ya tenía 35 años había
conocido a un ingeniero muy agradable y educado y acorde a sus edad. Al parecer
ambos sintieron una mutua atracción, lo invitó a visitar su casa
y ese día se esmeró preparando un brindis, en lo que ella era experta.
¿Qué sucedió en esa visita? Al momento me di cuenta de cómo me observaba de pies a cabeza con
gesto lascivo y trataba en las pequeñas
ausencias de Inesita en hablar conmigo. Disimuladamente me dio una pequeña tarjeta con su nombre, dirección y teléfono y me
rogaba que lo llamara y me pusiese de
acuerdo para vernos en un lugar más apropiado.
Sentí indignación
¿Cómo si había ido a esa casa interesado
por Inesita me hacía esas insinuaciones?
Cuando se marchó inmediatamente y con pena le hice saber todo a Inesita y que no se
hiciera ilusiones, era un pervertido y
un falta de respeto. Por supuesto jamás accedí a un encuentro con él, lo
hubiese considerado una vil traición a la que era mi benefactora. ¡Ni muerta!
Así fuera el único hombre que se cruzara en mi vida.
Hubo enamorados
platónicos y algunos más que se atrevían hasta ofrecerme serenatas a la luz de la
luna, enviarme encendidas cartas y poemas.
Esta familia a veces
me llevaba cuando se ofrecía un buen
show a lo que era cafetería, restaurante y pista de baile El Patio Club de El Caney,
muy de moda en esos tiempos, era propiedad de José Fernández Quintana (Pepe)
esposo de Luisa. Allí solo me permitían
bailar algunas piezas con sus sobrinos o muy conocidos, Me celaban
mucho.
Pedro un día se me declaro, que también estaba muy enamorado
de mí. Al instante lo refuté y le dije que siempre lo había visto como un
amigo, además la familia me decía que el día que tuviese un novio me iba para
la casa de mis padres, que no querían problemas ni compromisos y yo los respetaba mucho.(Exceptuando a
Enriquito)
Unos de esos días fui a la ciudad, llamé a Alberto y nos
pusimos de acuerdo para vernos en el Parque Céspedes. Nos sentamos un rato en
el referido lugar y entonces me invitó al salón privado del Restaurant El Baturro a tomar algo, le
dije que no, insiste: Vamos al Club 300,
me niego, al Kon Tiki. No y nó. Estos
clubes estaban en el centro de la ciudad, a pocos metros del Parque Céspedes. En esos tiempos una joven que se respetara no entraba
a un club ni se montaba en un auto con un hombre por nada de la vida. Al ver mi negativa me acompañó hasta la
parada para regresar a El Caney, con la promesa de volver a vernos.
Como dije antes, me
agradaba y volví a encontrarme con él. Muy serio me dice:- ¿Te acuerdas de aquel día que te invité a varios
lugares y no aceptaste?_Era para probarte, no me gustan las mujeres fáciles y
tú no lo eres, sé que eres una muchacha decente y no te puedo engañar ni hacer
perder el tiempo, me voy a casar y tú la conoces. Me mostré intrigada y
sorprendida, ¿Quién es? Me respondió: _Elsa
Girón. Sí que la conocía desde que yo era una niña de uno 11 o 12 años,
había sido Dama de Honor de la boda de Eva Álvarez, la madrina de mi hermano Antonio cuando se casó y después
conocí a toda su familia, eran varios hermanos, recuerdo a María, Virginia y varios varones. ¿Cómo supo que yo la conocía? ¿Acaso
le había hablado de mí?
Aquella revelación me causó un punsante dolor en el corazón, aunque como casi siempre oculto mis sentimientos y
al parecer no les doy importancia. Ni una queja, ni una lágrima, pero moría tal
vez mi primera ilusión por el más cruel de los desengaños.
Jamás nos volvimos a ver.
De mi recuerdos.
Agosto de 1951
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