09 noviembre 2009

UNA TRISTE HISTORIA DE AMOR

Relatos de amor y de guerra, capítulo X

José Fernández Quintana, era el marido de Luisa López Ortiz, hermana de Inesita, la que era como mi segunda madre. Hijas ambas de Jacobo López Martínez y Ángela Ortiz de López, los dueños de la Finca “La Dolorita” de El Rodeo, El Caney. En esa casa tan querida para mí pasé mis primeros años de adolescencia y juventud, rodeada del cariño de todos, no solo de los antes mencionados, sino de sus hermanos, sobrinos y primos y también de los muchos vecinos.

Pepe, como era conocido por todos, era como un tío para mí, a él ninguno de los muchos enamorados que tenía por el pueblo y el barrio, era bueno y me cuidaba y celaba como a una hija. Da la casualidad que dos de sus sobrinos me pretendían, uno era Enrique Gallart Fernández, hijo de la hermana , llamada Caridad y que vivía en Estados Unidos, pero tenía una hermosa residencia, rodeada de jardines, donde cultiva las más bellas flores , sobre todo gladiolos. Estaba en los terrenos de la familia Fernández Quintana, esta venía a veces en vacaciones. Enriquito se graduó en una universidad americana de ingeniero y vino a trabajar a la recién inaugurada refinería de petróleo de la firma Texaco, ubicada en la bahía santiaguera (Ahora se llama Hermanos Díaz)

Un día visitando la casa de los López Ortiz, me conoció. ¡Para qué fue aquello! En realidad yo parecía una americana, rubia y de ojos azules. Muy joven y…¡ que lo digan las fotos de aquella época!

A partir de ese momento, no me perdía ni pie ni pisada, cuando me veía bajar por la carretera rumbo a El Caney, presuroso sacaba su Cadillac negro del garaje, para llevarme a donde deseara, yo lo rehusaba, todavía en ese tiempo no era correcto que una señorita se montara sola en el auto de un hombre, solo aceptaba si iba acompañada.

Las visitas a la casa eran a diario, siempre con un hermoso ramo de gradiolos rosados en sus manos, como no era mi tipo, no me gustaba como hombre y de malcriada me escondía detrás de los armarios o debajo de las camas. La familia apenada me buscaban.
- ¡Pero si ahora mismo estaba aquí! ¡Dónde se habrá metido? Me llamaban a la casa de los vecinos, no aparecía hasta que escuchaba que se iba.

No me agradaba por varios motivos: Era rubio, rosado, de baja estatura… y a mí el que me gustaba era su primo Edgar Asencio Fernández, hijo de su tía Blanca, que era trigueño, alto y mejor parecido físicamente.

La familia me aconsejaba que Enriquito era mejor partido, ya graduado, con un alto puesto, casa, dinero, mientras que Edgar era aún un estudiante de medicina de la Universidad de La Habana, aunque sus padres pertenecían a la mejor sociedad de la ciudad de Santiago de Cuba, hijo de Armando Asencio, administrador de un banco de la calle Enramadas, con muchas propiedades y gran prestigio, una casa en la barriada de Sueño recién fabricada y a todo lujo. Otra de veraneo al lado de El Viso, era un chalet blanco adornado de rojo, con una entrada muy bonita y también jardín. Su madre era lo que se dice una dama elegante, muy dulce y fina, me trataba con mucho cariño.

A Inesita, no le disgustaba, pero… me decía:- Recuerda que la novia del estudiante nunca es la esposa del graduado. Tenía razón, él se pasaba el mayor tiempo en La Habana y solo nos veíamos en vacaciones o en navidad. No obstante se le permitía que me visitara en el corto tiempo que disponía y hasta aceptar una invitación a un exclusivo club o al cine, pero siempre acompañada de Inesita. E n la ciudad tenía sus amigos y compañeros de estudios y muchas actividades sociales, sus padres eran socios de uno de los mejores clubes de esos tiempos, el Ciudamar Yacht Club, en la bahía, frente a Ciudamar.

Un día del año 1957, me hizo una invitación a uno de los clubes mas elegantes de la ciudad, donde no iba cualquiera, estaba en los altos del Teatro Aguilera, se llamaba Flamingo Club, desde la altura tenía una vista panorámica preciosa.

Allí en un ambiente muy agradable, con la música de moda y siempre bajo los ojos vigilantes de Inesita, que fungía como chaperona, me dijo algo que me enfrió el alma. – Sus padres habían decidido que viajara a España, para terminar sus estudios, que la Universidad de La Habana se había convertido en un polvorín, huelgas, detenidos, muertos y todo tipo de represión en contra de los estudiantes por la policía y sus padres temían que se involucrara en los hechos que estaban ocurriendo y fuera una víctima más.

Sentí una honda tristeza, aunque supiera que tal vez era un amor imposible, me hacía ilusiones y me conformaba con verlo como dicen: -De pascua a San Juan.

En la vitrola automática pusieron una canción que estaba muy de moda, interpretada por el cantante chileno Lucho Gatica:- Reloj. Edgar me sacó a bailar, pidiéndole permiso a Inesita.

¡Qué emoción! Por primera vez estaba en sus brazos, al compás de la música me abrazaba, sentía los latidos de su corazón, me apretaba las manos, acercaba su rostro al mío y musitaba bellas palabras de amor. Nuestra chaperona, tomándose una Coca cola carraspeaba la garganta y nos separábamos un poco, vía sus ojos tristes y a la vez llenos d e pasión, sus labios deseando unirse a los míos. ¡Imposible! Solo miradas y suspiros,

Eso no nos estaba permitido. Se terminó la canción, volvimos a la mesa, ella miró su reloj pulsera y con mucha delicadeza nos dijo que ya eran casi las 11:00 de la noche y debíamos marcharnos. Hubiese querido como decía la canción: - “Reloj, no marques las horas, mira que voy a enloquecer, él si irá para siempre cuando amanezca otra vez”.

Esa fue nuestra despedida. Viajó a España, solo sabía de él por las cartas que le enviaba a su madre, donde siempre me ponía una breve nota.

Pasó 1957 y el más terrible de todos:- l958, culminó la guerra el 1 de enero de 1959, meses después volvió, pero no era el mismo, como si hubiese envejecido prematuramente, se sintió marginado por los que habían sido sus amigos y compañeros de estudios, estaban integrados a la naciente Revolución y lo consideraban un traidor a la patria, un cobarde desertor. Se enfermó de los nervios, sus padres lo llevaron a los mejores psiquiatras, su conducta era muy extraña, al punto que se decía que dormía debajo de la cama , evitaba el contacto con los que antes habían sido sus amigos y familiares.

Ya su padre había perdido su puesto en el banco y varias propiedades, su madre enfermó de cáncer, su hermana menor Caridad, se la habían llevado sus hermanos Raúl y Armando para New Jersey, donde vivían hacía muchos años. Al ver el estado de salud de su hijo, también hicieron que se marchara.

Blanca falleció en el Sanatorio de la Colonia Española de Santiago de Cuba en 1968 y Armando Asencio también viajó a reunirse con sus hijos meses después.

Pasado un tiempo, supe que Edgar se había suicidado en Miami.

En toda esta etapa, Enriquito no perdía las esperanzas, en una ocasión, por los años 50, él seguía empecinado en conquistarme, no dejaba de obsequiarme flores, al punto, que se creía mi novio y hasta mandó a buscar a su madre y en complicidad con Inesita le había mandado mis medidas, para traerme el traje de novia. En la Iglesia San Luis de los Caneyes, se celebraba la boda de una sobrina de Inesita, nombrada Ángela María, ese día del mes de diciembre, yo iba engalanada con un ajustado vestido corte princesa color vino, guantes negros y un adorno de cabeza a tono con los zapatos de altos tacones, cartera de gamuza negra. Cuando salían los novios de la iglesia, yo iba detrás, en la puerta estaba él con su madre muy elegantes, me tomó por un brazo y le dijo: muy emocionado:-¡Mira mamá, esta es mi novia!, será la próxima que pise esta iglesia. Yo en un acto intolerante, me quité de su brazo. Recuerdo que ella me miro con ademán de orgullo y superioridad de arriba abajo. Como el juez de un jurado de belleza y con la nariz muy levantada pronunció estas palabras:- No está mal.

Yo llena de enojo y con la sinceridad que siempre me ha caracterizado le respondí:- Su hijo está bromeando, entre nosotros no existe nada. Ambos palidecieron. Inesita me dio tremenda reprimenda. ¡Qué malcriada eres! ¡Eso no es lo que yo te he enseñado!

Mientras… en el barrio había una muchacha, que antes de yo conocerlo se había enamorado locamente de él, esta también decía que él era su novio, por lo que cuando se enteró de sus pretensiones conmigo, celosa, se puso a decir por el barrio que yo le había quitado el novio. La cogí un día cuando pasaba frente a la casa de El Rodeo, la llamé y la introduje en la habitación. Sin preámbulos le dije que sabía lo que ella estaba diciendo de mí. – Mira Cucha,. En primer lugar, él nunca ha sido nada tuyo, esas eran ilusiones que tú te hacías, el segundo lugar yo no tengo absolutamente nada con él, es más te lo regalo. Se echó a llorar y me pidió perdón.

Ya en 1959 nacionalizaron la refinería, Enriquito decidió marcharse del país , para Texas, donde vivían sus padres, me visitó y continuó con su propuesta de matrimonio, él sabía que yo estaba muy disgustada con el actual proceso revolucionario y hasta que había solicitado pasaporte. Como siempre, le dije que no., que jamás me casaría con un hombre sin estar segura de amarlo y saber que lo iba a hacer feliz.

Se marchó y no supe más de su vida. Hasta enero de 1991.

Pasaron los años y muchos sucesos, Inesita se fue del país vía España en junio de l968. Le habían quitado todas las propiedades que con tantos sacrificios había adquirido toda su vida, atrás dejó padres, hermanos y sobrinos. Un tiempo después se reunió en Miami con algunos de ellos, que se habían ido antes. Siempre mantuvo comunicación conmigo, por carta, o llamadas telefónicas. En abril de l990 me mandó una invitación, para que la visitara, vivía en New Jersey, había comprado un pequeño edificio de apartamentos y ya estaba jubilada y viuda de… ¡Armando Asencio!, se habían encontrado y casado.

Nos encontramos el 24 de diciembre en Miami, estaba pasándose las navidades con sus sobrinos Manolo, Martha y Pepín.

Antes de regresar a New Jersey, me llevó al cementerio donde están enterrados Edgar y Armando. Una pequeña placa sobre el césped, perpetúa sus memorias.

Inesita llamó a Enriquito a Texas, le dio la noticia de que yo estaba allí. Viajó hasta Unión City para verme, recuerdo que fue una fría mañana de enero, había cambiado poco, aunque se había casado y divorciado y tenía un hijo. De nuevo me propuso matrimonio, rehusé no me quedaría en los EE.UU. regresaba a Cuba. Maté sus ilusiones y también los de Inesita, que deseaba ardientemente que me quedara. Desde que nos conocimos a mediados de los años 50 aún no había perdido las esperanzas de conquistarme.

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