Relatos de amor y de guerra
Capítulo XIX
Mi hermano Antonio (Ñico) era intrépido y no analizaba las consecuencias de sus actos en su afán de hacer algo para cooperar al derrocamiento de la dictadura bastistiana.
Ese día de 1958, se encontraba limpiando el jardín y sembrando nuevas plantas, era muy aficionado a cultivar margaritas de diversos colores.
Enfrascado en su labor, observó una avioneta del ejército dando repetidas vueltas alrededor de nuestra propiedad. Sin que nadie se diera cuenta, sacó de un escondite una escopeta de caza, le apunto a la nave aérea, justo sobre el techo de nuestra casa y le disparó.
Nosotros asustados:- ¡Muchacho! ¿Qué haz hecho?
-Nada, estoy cansado de ver a esos desgraciados dar vueltas por aquí.
En un tiempo muy breve se aparecieron varias avionetas artilladas y comenzaron a disparar metralla a diestra y siniestra, principalmente sobre la casa, que era de madera y zinc.
Como medida de protección, colocamos tres colchones sobre una cama, y debajo se introdujeron mi madre, él y mi hermana menor, yo debajo del fregadero, que era grande y de cemento armado.
De vez en cuando se alejaban y ametrallaban las fincas colindantes, me asomaba y cuando los veía venir, corría a mi improvisado refugio.
Al parecer creyeron que era una columna rebelde que se encontraba por el territorio, ya que muy cerca estaba la dirigida por Juan Almeida Bosque.
En realidad eran fincas ganaderas, la de Pancho Iglesias, Juan Gómez Fals y Urbano Sánchez.
En su interés de aniquilar al supuesto enemigo, mataron varias reses, que inocentes pastaban en los potreros, cuando observaban algo que se movía, creían que eran los rebeldes y disparaba indiscriminadamente.
El ataque duró hasta que oscureció.
La casa quedo llena de agujeros en el techo y por el piso recogimos innumerables casquillos.
Días después y también por estar prácticamente la carretera cerrada, tuvimos que abandonar la vivienda e irnos a vivir cerca de la panadería “Titán”.
Fue ocupada por los llamados “Casquitos” nuevos soldados del ejército de Fulgencio Batista, que se incorporaban a la tropa, en apoyo a el ejército, la policía, la marina y los tristemente célebres “Tigres” dirigidos por Rolando Masferrer.
Esta tenía una posesión estratégica, se encontraba en un lugar elevado, desde donde se divisaba un extenso paisaje, de frente la ciudad de Santiago de Cuba, a la derecha, las montañas de la Sierra Maestra, a la izquierda los poblados de Santa María, Cuabitas y algo más alejado el Puerto de Boniato, a la espalda la amplia carretera central, la pedrera de los Gómez Fals y otras fincas lecheras.
De mis recuerdos.
Madrid,
23 de noviembre de 2009
24 noviembre 2009
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