18 noviembre 2009

El ciclón Flora

EL CICLON FLORA
Relato

A la memoria de mi abuela Felipa.


Si dijera que el ciclón Flora, que azotó parte de la isla de Cuba en los primeros días del mes de octubre de 1963 fue un castigo de Dios, tal vez esté pronunciando una blasfemia, pero que fue algo terrible y poco conocido por los habitantes de la isla, principalmente la zona oriental, que muchos lo creyeron.

¿Qué había sucedido unos días antes? Pues la vesania del gobierno revolucionario comandado por Fidel Castro Ruz y sus seguidores, habían creado lo que se llamo La Ley de Reforma Agraria. Con este documento en sus manos, se apropió de la mayoría
de las tierras cultivadas, por laboriosos campesinos, muchos venidos de la Madre Patria en su juventud, los que entregaron su esfuerzo y sudor en construir productivas fincas, tanto de caña de azúcar, cafetaleras, ganaderas y de frutos menores diversos.

Al principio se les aplicó esta ley a los hacendados y terratenientes, que poseían grandes extensiones de terrenos y a los latifundios. En esta ocasión se expropió a los que tenían más de 5 caballerías, para según ellos, convertirlas en Granjas del pueblo.

Con el documento en las manos, los interventores se presentaban casi siempre al amanecer, a despojar no solo de la tierra, también de las casas, animales y cuanto de valor hubiese, se les hacía marcharse de sus viviendas, si tenían otra en la ciudad, o pueblo, sino se les cercaba un pequeño espacio, sin derecho a disfrutar de nada de lo que había sido expropiado.

Contaré una versión o pequeña muestra de lo que ocurrió a todo lo largo y ancha del país:- La intervención de la finca de mi abuela materna Felipa Marañón Ortiz, oriunda del pueblo de Angostina, municipio La Cavada, provincia de Santander, en el lugar conocido por Sitio Campo, del municipio de Songo, antigua provincia de Oriente.

Mi abuela y mi abuelo Serafín Rodríguez García, nacido en el pueblo Rio Miño, municipio de Calvos, provincia de Orense, arribaron a esa zona en el primer decenio del siglo XX con varios de sus hijos pequeños.

Allí solo había monte firme, es decir, no existía tierra cultivada. Con mucha voluntad tumbaron el campo, lo sembraron de frutos menores, cafetales, potreros, los llenaron de animales, como reses, cerdos y aves de corral diversas. Construyeron una casa de madera y pulidos pisos de tablas de cedro y techo de zinc, al estilo español, levantada sobre pilotes, con una amplio sótano, arriba cuatro habitaciones y en el medio la sala y saleta, a un lado una cocina comedor, con una amplia mesa, rodeada de taburetes de madera y cuero. La cocina de cemento y cabillas, con una plancha de hierro encima, debajo se introducía la leña, el humo salía por la chimenea y arriba se colocaban las enormes ollas y calderos, donde se hacía la comida de la familia y de los trabajadores. A un lado había un aljibe, que recogía las aguas en tiempo de lluvia, para las necesidades de la casa.


La finca se nombró “La Serafina” en honor al nombre de mi abuelo y de mi tía, la mayor, más conocida por Fina.

Con el tiempo se fueron proveyendo de comodidades de la vida moderna, como luz eléctrica, producida por una planta, alimentada con gasolina, luz incandescente, equipos electrodomésticos, un refrigerador de la marca Servel y hasta un pozo artesiano que bombeaba el agua en la misma cocina.

En el sótano no solo se guardaban los productos de la cosecha, principalmente de café, también los aperos de labranza y un moderno jeep de la marca Willis., que conducía mi tío Manolito.

Cerca estaban los secaderos de café y los barracones también de madera y zinc, donde se albergaban los trabajadores en tiempo de recolección.

Allí parecía todo armonioso, sin olvidar el pasado. Ya en ese época mi abuela Felipa tenía cerca de 80 años, sus hijos se habían casado y constituido sus propias familias,
Con ella vivían dos de sus hijos menores nombrado Manuel, con su esposa Romelia y sus menores hijos Xiomara, Felipa, Romelia y el más pequeño Manuel y tía Rosa.

¿Qué había sucedido durante los años entre l910 a l963? Parte de esta historia fue recogida, en su propia versión por el escritor santiaguero José Soler Puig en su novela “La otra mujer”.

Según me contaba mi madre, los primeros años en Cuba, fueron muy difíciles para la familia, hubo guerras, que se denominaron “La guerrita de los negros” en l917, donde tuvieron que abandonar una pequeña finca en el lugar conocido Por “La Genoveva” y de allí con otras familias españolas, como los Martínez, Alonso, Borruel, Santana, Vallina, López, Falagan, Rodríguez, Monteagut y algunos más. Se establecieron definitivamente en la zona de Sitio Campo, La Cecilia, Loma Azul, La Ficha y Jarahueca.

En 1925 ocurrió una tragedia. Mi tío mayor Víctor, que no tenía aún 20 años, se encontraba con un grupo de trabajadores tumbando monte en la finca “La Güira”, aledaña a ”La Serafina”, le cayó encima un enorme árbol y lo aplastó.

En aquellos tiempos se avisó al juzgado más cercano y a los médicos, para que certificaran la causa de la muerte, era lejos y demoraron más de la cuenta, por lo que ya mi infortunado tío se encontraba en estado de putrefacción. Al cumplirse los requisitos de la ley, fue sepultado frente al jardín de la casa,

Recuerdo desde mi más tierna infancia, la impresión que me causaba ver la tumba, cercada con rejas, pintadas de negro con una corona de flores hecha de hierro coloreadas de blanco, sembradas muchas plantas ornamentales, como crotos y rosas de muchos colores. El lugar era sagrado y venerado por toda la familia y los que nacimos después.

Exactamente un año después ocurría otra gran tragedia, en el mes de abril de l926, habían venido de la ciudad de Santiago de Cuba un equipo de agrimensores a medir las tierras y delimitar las propiedades. Cruzando el camino real, se encontraba la finca “La Cecilia”, propiedad de Miguel Martínez, una parte de la de mis abuelos colindaba con ella, se había originado un litigio de ambas partes, por no estar de acuerdo el uno y el otro y sostener grandes discusiones.

Martínez era muy influyente y trató por todos los medios de apropiarse de una parte de de la finca aledaña a la suya. Mi abuelo no estaba de acuerdo y la ley lo amparaba.

Una mañana del día 19 de abril, mi abuelo se encontraba arando con dos empleados de apellido Castro a la orilla del camino. Se presentó Miguel Martínez montado en su caballo, armado con un revólver, De nuevo discutieron acaloradamente, por lo que

Martínez extrajo su arma y le dio dos balazos en el vientre a mi abuelo. El agresor Huyó hacía su casa y se auto agredió, para poder demostrar que había sido en defensa propia.

El herido fue trasladado a la casa, allí mi abuela con sus con sus 9 hijos, la mayor Fina de 15 años, la seguían Marcial, Mercedes (mi madre de 12 años de edad), Rosa, Camilo, Teresa, Emérita, Manuel y Ana Celia de 7 días de nacida.

El suceso conmovió a la mayoría de los vecinos y paisanos, llegó la guardia rural del puesto más cercano, allí llevaron al asesino a declarar, el cual, como expliqué antes, se había producido varias heridas en los brazos, para alegar que había sido en defensa propia. Los niños lloraban, mi abuelo desfallecía por falta de atención médica, (Los galenos más cercanos se encontraban en el pueblo de Jurisdicción o en La Maya, uno opuesto del otro a varios kilómetros de distancia)

Mi abuela con la entereza de espíritu que la caracterizaba, se dirigió a los presentes y con toda energía pidió que sacaran de su casa al homicida del padre de sus hijos.

Varios vecinos condolidos ante el desdichado suceso, improvisaron una camilla y trasladaron al herido al pueblo más cercano, allí no había hospitales, ni recursos para practicarle una operación y extraerle los dos proyectiles que permanecían alojados en su vientre. En el tren de la tarde que procedía de la ciudad de Guantánamo y hacía correspondencia con el tren que pasaba por el pueblo de San Luis, fue llevado hasta la ciudad de Santiago de Cuba e ingresado en el Sanatorio de la Colonia Española.

El día 26 del propio mes fallecía víctima de peritonitis, solamente acompañado por sus más fieles amigos y nombrando en su testamento a todos sus hijos y viuda. Tenía 43 años de edad.

Fue sepultado en la bóveda de la familia Andrial, en el cementerio de Santa Ifigenia, sin que su esposa e hijos lo pudiesen ver por última vez.

El caso tuvo repercusión nacional, la prensa libre de aquellos tiempos se encargó de divulgar lo sucedido.

El culpable fue detenido, pero se buscó los mejores abogados para su defensa, los testigos presénciales, al parecer por miedo o algún interés mezquino pagado por Martínez, desaparecieron de la comarca.

Entre tanto mi abuela al frente de la finca y al cuidado de sus 9 hijos, al saber lo que pretendía Martínez, no vaciló y fue a ver a un comerciante del pueblo de La Maya, de apellido Couto, e hipotecó su finca, para poder también acudir a otros abogados de la ciudad de Santiago de Cuba, experto en la rama de criminalística.

Muchos de sus vecinos y amigos la aconsejaron que era una locura hipotecar la única propiedad que tenía, que de no poder pagarla en los plazos establecidos y con los correspondientes intereses, se podía ver en medio del camino con su amplia prole.

Me cuentan que viajó en tren hasta la ciudad de La Habana con parte de sus hijos a denunciar ante los más influyentes y leídos periódicos de la época, la injusticia que se pretendía cometer, de sacar absuelto al criminal, toda vestida de negro y con un crespón cubriendo su rostro.

Se celebró el juicio, el abogado encargado del caso realizó una magistral exposición de los hechos y sus antecedentes, logrando que los jueces lo condenaran a 30 años 9 meses y 21 días a cumplirlos en el presidio Modelo de Isla de Pinos, (Hoy Isla de la Juventud)

Durante varios años mi abuela y sus hijos trabajaban desde la madrugada hasta el anochecer en los campos, sembrando, recogiendo café, cuidando el ganado y demás animales. Mi madre me contaba que se despertaba a media noche y veía como ella les lavaba y planchaba sus ropas y realizaba las demás labores del hogar. Así logró pagar todas las deudas, sin escatimar esfuerzos en la buena crianza de sus hijos, buscarles maestros o trasladarnos a los pueblos cercanos, para que aprendieran a leer y escribir y otros oficios. Completamente sola, todos sus familiares residían en España y algunos primos en Estados Unidos.

A pesar que aún era una mujer joven y atractiva, de un recio temperamento, jamás quiso ponerles padrastro a sus hijos y si alguien se atrevió en algún momento a cortejarla, cogía un afilado machete y lo sacaba a planazos hasta el camino. Era un ejemplo vivo de moral y buenas costumbres, las cuales inculcó a sus retoños.

También he escuchado otra versión del caso, sucedió a finales de los años treinta, con el arribo al poder de Ramón Grau San Martín, como presidente de la república, firmó un indulto y en él fue favorecido Miguel Martínez, saliendo de la cárcel. Debía volver a su finca “La Cecilia”, frente por frente a la de mi abuela, que ella al enterarse, enclavó una escopeta de dos cañones en el corredor, apuntando para la casa y decía que si volvía a pisar aquel lugar, lo mataba.

Al enterarse Martínez,(esto lo relata la novela de Soler Puig, que era casado con su hija Cecilia) vendió la finca y todas las propiedades que tenían en el citado lugar, Se fue a vivir a un lejano paraje de Baracoa. Allí despreciado por sus hijos y esposa, por lo malo que siguió siendo (esto también lo narra novela), falleció.

Es bueno señalar que su familia, hermanos y sobrinos lo repudiaron, nunca estuvieron de acuerdo con lo sucedido y resultaron ser verdaderos amigos hasta el presente, así como la mayoría de los vecinos, ofreciéndoles un gran apoyo.

Con el transcurso de los años, adquirió más propiedades, debido a su tesón, y la ayuda de sus hijos, los cuales crió con gran disciplina y honradez. Se casaron y ella los ayudó a formar las nuevas familias, siendo un ejemplo para todos, de lo cual, sus descendientes estamos orgullosos.

Ya en el ocaso de su vida y después de haber trabajado tanto y ayudado a criar a sus nietos, mi tío Manolito quiso darle todas las comodidades de la vida moderna y le construyó una hermosa residencia en la calle 8 Número 53 del Reparto Fomento en la ciudad de Santiago de Cuba, donde pretendía que pasara sus últimos años rodeada de bienestar.

Allí estaba ella feliz, junto a sus nietos, sentada en su cómodo balance contemplando las flores de su jardín, cuando le llegó el aviso de que sus propiedades habían sido intervenidas, quiso volver a su finca, regada con la sangre de sus seres más queridos.

Al llegar, vio que la obra de tantos años, ya no era suya, la casa estaba ocupada por los nuevos inquilinos, que a nombre de la revolución le habían usurpado todo el trabajo de una vida. Se dirigió a la sala, miró los cuadros con las imágenes de sus muertos, fue a tomar uno, el interventor le señalo áspero:- No toque nada, ya eso no es suyo, esto está intervenido. Mi abuela con un gesto brusco los arrancó de la pared y los abrazó contra su pecho.

Nadie se atrevió a tocarla.

Los habían despojado de todos sus bienes, dejándolos prácticamente desamparados.

Recuerdo que mi padre conmovido iba todos los días y les llevaba el pan para toda la familia y trataba de consolar a mi abuela con estas palabras:- Felipa, mientras yo viva a usted no le va a faltar nada, sin sospechar que unos días después la panadería “Titán” iba a ser también intervenida y todos nos íbamos a ver en la miseria, trabajando como asalariados al mando de despóticos jefes y hasta el pan que nos comíamos debíamos pagarlo.

Desde ese día cambió por completo, parecía ida del mundo, nada le interesaba, ni la perspectiva de salir del país rumbo a Estados Unidos con sus hijos y nietos, reclamada por su prima Arsenia desde California, le llamaba la atención.

Su estado de salud se fue agravando y el 3 de marzo de l968 fallecía.

Fue velada en la funeraria Mayoral, mi padre, ya enfermo, lloro frente a su sarcófago y le decía:- Pronto voy a estar con usted. En efecto, el 25 de mayo de ese mismo año, dejaba de existir.

Si al principio me referí al devastador ciclón Flora y sus consecuencias, es un hecho curioso, que el interventor, que se paseaba por la finca en el caballo de mi tío Manolito, sin respetar la crecida del rio que la atravesaba, se lo llevó la corriente y se ahogó.

Hubo miles de muertos y desaparecidos, fincas arrasadas por la furia de las aguas y los vientos, de un devastador huracán como muy pocos habíamos visto, que se paseo indolente por varios días, entraba y salía, volvía a destruir e inundar , con el desbordamiento de los ríos todo a su paso Y me pregunto nuevamente:- ¿Sería un castigo del cielo a tan grande injusticia?.

Mi familia establecida en Estados Unidos, volvieron a Cuba, ya no eran los despreciados “gusanos”. Venían cargados de regalos y dólares.

Quisieron volver al lugar donde habían nacido y pasado parte de su niñez. Les costó mucho trabajo ubicar el sitio donde se encontraba la casa, ya no habían las cercas de alambre de púas de cinco pelos, los potreros y cafetales estaban cubiertos de maleza y bejucos abrazando los cafetos hasta llegar a los altos árboles, que los protegían con su sombra .Abriéndose paso con muchas dificultades encontraron la lápida de lo que fue el aljibe. Era lo único que quedaba, la vivienda había desaparecido., en su lugar un hermoso árbol de cedro, había crecido durante todos estos años.

Según versiones, se dice que fue desmantelada por los depredadores de la comarca, que tabla por tabla del mejor cedro, la fueron arrancando, junto a las tejas de zinc del techo.

No obstante tan triste panorama, quisieron ir hasta la tumba de tío Víctor, tampoco fue fácil llegar hasta allí, solo quedaban entre las hierbas y matojos, algunas matas de crotos, la cerca de hierro y la corona de flores, también habían sido víctimas del despiadado saqueo.


Con dolor en alma, me pregunto a tantos años:- ¿Por qué tanta destrucción en nombre de una revolución? ¿Qué se ha ganado con ello?

La respuesta es:- Esto son los frutos del socialismo en Cuba.


Madrid, noviembre 18 de 2009

No hay comentarios:

Publicar un comentario