Mi historia comienza desde la fábrica donde de no muy buena gana me hizo un zapatero, digo esto por mi aspecto y muy mala terminación, bastante deficiente, pero… ¿Qué voy a hacer?, son los tiempos de vivimos, donde los trabajadores no tienen el menor interés de que las cosas salgan bien o mal, lo mismo le da, al fin y al cabo le pagan lo mismo y el pueblo los tiene que comprar, púes no les queda más remedio y si no, andarían descalzos. Pues bien, salí un día del vientre de mi madre, digo de la fábrica, bastante opaco y tieso. Me metieron con otros hermanos de distintas tallas en una enrome caja, sentí que me tiraban de un lado para otro. Hice un largo viaje, supongo que por una mala carretera por los grandes saltos que sentía.
Por fin llegué a la ciudad de Santiago de Cuba, me montaron en un camión y me llevaron a un almacén muy grande y feo, despintado y sucio de la calle Peralejo, sentí como unos hombres me tiraban de un lado para otro, hasta que me colocaron en un estante, allí pude reposar del cansancio de tan largo viaje.
Unos días después escuché que me iban a clasificar, ¿Qué sería eso? No crean, me asusté un poco, pero no fue nada del otro mundo, unas manos de mujer me llevaron para otro lugar, mientras que anotaban mis datos en un papel, unos días después de nuevo me montaron en un camión, dejaron a varios compañeros en distintas unidades, por fin me dejaron en una peletería de la calle Enramadas. El jefe de Almacén me recibió, chequeo y me llevó para el almacén del referido establecimiento, allí descansé unos días más, después me llevaron a unos escaparates de venta al público metido dentro de un cartucho y este en una caja vieja.
Llegó el día de la venta, en la parte de afuera había gran cantidad de personas esperando que dieran las 12:30 p.m., hora de abrir el establecimiento. Cada vez llegaban más personas, todos queriendo ser el número uno, se empujaban contra las puertas de cristal, que se quejaban lastimosamente ¡Ay! --¡Me van a romper!
El viejo reloj de la pared marcó las 12:30, el público impaciente preguntaba: ¿Por qué no abren? Las dependientas se paseaban de un lado para otro. A la órden de la administración, salió un empleado con toda calma y se acercó a la puerta, el público se atropellaba uno contra otro, tratando de alcanzar la puerta, los rostros demudados y sudorosos mostraban una extraña ansiedad, todos los ojos miraban el interior del establecimiento y en sus mentes la idea tan acaricia da de poder adquirir un par de zapatos.
Mientras yo observaba esta escena desde el escaparate pensaba: ¿A quién le tocaré? Ojalá que no sea alguien poco aseado, púes no resistiría que me dijeran ¡Que zapatos mas sucios y mal olientes!, también pensé tal vez sea alguien con los pies finos y delicados, ¡Pobre de él! Púes yo estoy hecho de un material tan duro, que seguro que le voy hacer varias ampollas y va a maldecir hasta el día en que me compró, ¡Pobre de mí!
Cuando más ensimismado me encontraba en mis meditaciones, sentí como una voz áspera se dirigía al público -¡Oigan bien lo que les voy a decir, traten de entrar en orden o paro la venta. Afuera la gente seguía protestando, ya eran casi las 12:40 y no habían abierto la tienda y un público impaciente esperaba empujándose para poder entrar.
Finalmente muy despaciosamente el poco simpático empleado abrió una hoja de la puerta. Lo que entró fue una avalancha, una señora mayor se cayó y la pisotearon, se lanzaron contra la vidriera tratando de coger un buen lugar en el mostrador, después de tanta y discusiones, la cola medio se organizó, todos se apretaban unos a otros sudorosos y mal humorados y esperaban que comenzara el despacho. Una dependienta pidió la primer libreta, la abrió y comprobó que era del grupo que le tocaba ese día, que tenía el carne de trabajadora actualizado y la foto y el nombre coincidía con la misma persona, púes le hizo un examen que iba del carné al rostro, la dueña de la libreta algo nerviosa de decía:- Es que esa foto tiene unos cuantos años ¿Sabe?, la dependienta sonrió exclamando ¿Bastantes?, le preguntó: ¿Qué número desea?, La cliente le dijo uno, le sacó un par de zapatos, ésta lo rehusó -¡No sabe no me gusta! Ella le respondió áspera: -decídase, pues éste es el único modelo que tienen ese número, la señora lo tomó en sus manos y trato de probárselo parada, ya que hace mucho tiempo desaparecieron aquellos asientos que tenían espejo delante, ella haciendo equilibrio logró medio probárselo, pero le quedaban chiquitos y muy apretados, pidió un número mayor, la dependienta le contestó francamente- No hay más números. La señora salió disparada de la peletería profiriendo mil barbaridades, yo alcancé a oír: - ¡Qué desgracia coño, estar tanto rato de pie y peder mi tiempo!
Así fueron pasando uno a uno muy pegados al mostrador, mientras que llegaban otros y trataban de colarse, el público protestaba: ¡No dejen que se cuele! ¿Que descaro! ¡Llegan ahora mismo y ya quieren comprar! También vi cómo llegaban los que nunca faltaban en una cola o sea, “los amigos”, éstos se hacían los bobitos y daban varias vueltas, velaban cuando la dependienta iba para la caja y allí le decían en secreto, que aunque nadie lo escuchaba, todos sabían, al poco rato salían muy orondos con su par de zapatos debajo del brazo. Algunos: -¡Es el socialismo, compañeros, no se dejen engañar!
Lo que más pena me dio fue una anciana que había tenido que padecer todos los atropellos por parte de los más fuertes y jóvenes, ella pidió su par de zapatos y haciendo increíbles proezas de equilibrio se los probó en el aire y muy satisfecha le dijo a la dependiente: --¡Me salvé! ¡Este es mi número! Ella le hizo la nota, arrancó el tiquete de la libreta y se dirigió a la caja, la señora con una sonrisa de felicidad secaba el copioso sudor, mientras se dirigía a la caja, abrió su bolso y comenzó a hurgar en su interior se fue poniendo roja y dio un grito de angustia ¡Me han cartereado! ¡Ay mi madre, qué es esto! La pobre señora casi se desmaya, algunas personas caritativas le echaban aire con un cartón y lamentaban lo ocurrido.- ¡Que desgraciados! ¡Que malditos! ¡Hacerle esto a una pobre viejita! la infeliz abandonó la peletería desgajada en llanto y lo más importante: Sin su ansiado para de zapatos.
Yo me dije para mis adentros: --Ese seguro que fue el tipo que vi haciéndose el simpático y que hace rato que desapareció.
Ya eran como las 3:00 p.m. y la peletería seguía llena, yo había pasado por varias manos y nadie me compraba aún, pensé: -¿Seré tan feo que nadie me quiere?, escuché a algunos decir: -¡Ese no, está muy feo, ya me estaba sintiendo acomplejado, de pronto le tocó el turno a una señora, pidió un número y la empleada me tocó entre sus manos por décima vez montándome a mi futura dueña, que estaba cansada, sudorosa y muy agotada. Le dijo a la dependienta: --¡Déme ese mismo!, ella hizo la nota de rigor, no sin antes revisar la libreta y el carné, como hacía con todos los que no gozaban de su amistad. Mi dueña salió rápidamente del establecimiento, se metió en varias colas más, trató de comprar cuanto había sacado con su número, púes sabía que ya no le tocaría comprar en mucho tiempo, ya que cuando surtían una letra, como ellos decían pasaban meses sin sacarle nada. Después de hacer otra cola en Las Novedades para tomarse un refresco, se dirigió a su hogar. Yo iba en el fondo de una jaba sin todavía haber tocado sus pies.
Ella llegó a su casa y lamentó con otros familiares de los trabajos que había pasado y lo cansada que estaba. Se quito los zapatos viejo que llevaba puestos y trató de introducir sus pies dentro de mí, ¡Imposible!, Yo era un número menor del que ella usaba. ¡Que cara de desencanto mostró mi dueña! Dijo mil cosas, yo me tapé los oídos para no escucharla! ¡Que barbaridades! y… ¿Qué culpa tenía yo que la dependienta se hubiese equivocado?, Por mi madre que le cogí miedo, con esa furia era capaz de cualquier cosa y yo indefenso sin poder hacer nada. Me tiró de mala gana dentro de un armario y dijo: --Los cambiaré cuando vuelvan a surtir.
Así paso más o menos, un día sentí que me sacaban del armario donde estaba tan tranquilo y me metieron dentro de la jaba. Me llevó y me mostró a sus compañeros de trabajo, les contó lo ocurrido, algunas trataron también de meter sus pies dentro de mí, me dio un asco tremendo cuando una de ellas sacó los pies callosos con uñas sucias y los metió dentro de mi y se paseo por todo la oficina conmigo. Menos mal que dijo:- Qué lastima me sirven, pero no tengo el tique, ya compré los que me tocaban este año. Yo me alegré, muchísimo, pues no me gustaría pertenecer a una persona tan poco aseada.
Por el medio día sentí que mi dueña se encaminaba a la misma peletería donde me había adquirido un mes y pico antes. aquello estaba lleno como en la otra ocasión, ella se acercó al mostrador, trató de hablar con la dependienta, varios del público que se encontraban amontonados como la vez anterior comenzaron a gritar -¡No queremos colaos! ¡Qué haga la cola!, ella trato de defenderse diciendo que era un cambio mientras me mostraba a todos, me enseño a la dependienta y esta le respondió ¡que de ese precio no habían sacado ninguno, por lo tanto no se podía cambiar, que esperara a la próxima venta a ver si…
Para no cansarlos les diré que esto se repitió por varios meses, una vez era por el color, otra por el precio, otra que no había el número, ya yo estaba acostumbrado a mis paseos de la casa a la peletería, por la calle Enramadas, siempre mi dueña me volvía a tirar dentro del armario cada vez más mal humorada.
Esta historia comenzó hace ocho meses, hoy mi dueña salió de nuevo conmigo, llegó a la peletería, me mostró e hizo el relato tantas veces repetido, la dependienta protestó -¡Ese modelo salió hace muchos meses! Ella le respondió -¿Qué culpa tengo de que nunca los haya podido cambiar?, la dependienta con cara de pocos amigos sacó un par de zapatos que se parecían algo a mí, pero según pude comprobar costaban algo más, mi dueña le rogó a la dependienta que ella pagaba gustosa la diferencia, esta fue a consultar con el jefe de almacén, esté con el administrador y esté con la empresa, al cabo de mucho rato, ya mi dueña estaba impaciente y con deseos de mandarlos a… por fin accedieron a cambiarme por el otro par de zapatos, pero mi dueña cometió el mismo error de la vez pasada, tal vez por el cansancio, por no molestar tanto, no se los probó y le dijo a la dependienta: --déme esos mismos. La dependienta me tomo entre sus manos y desdeñosamente me arrojó dentro de una caja, mi antigua dueña salió muy deprisa del establecimiento y ni adiós me dijo. ¡Qué ingrata! Después de tantos meses que vivimos bajo el mismo techo. Ya me había encariñado con ella. Hoy sentí cierta nostalgia al despedirme de ella tal vez para siempre y pensé: - ¿A quién le tocaré ahora?
Ya de nuevo en una parte del almacén, tuve la oportunidad de conversar con nuevos compañeros, algunos venían de lejos como yo, otros eran también producto de cambios.
Ya por la madrugada escuché unos lastimosos gemidos, que procedían de unos de los estantes que había en una esquina -¡Ay de mi hermanito! lloraba un zapato tristemente.
¿Qué será de nosotros cuando descubran que no somos gemelos? Muy apretadito por el par de cordones que les aprisionaban. Ambos se lamentaban de su mala suerte: -- ¡Ay hermano! Decía el menor: ¡Ay de nosotros! Yo soy el número seis y medio y tú el ocho. ¡Qué desgracia! Jamás podremos estar juntos, a menos que nos toque un lisiado… ¿Quién sería el irresponsable, que nos amarró sin fijarse en que no éramos del mismo tamaño?
Para no cansarlos, no me dejaron dormir en toda la noche.
¡Qué sorpresa! Al otro día aproximadamente a las 12:30 ví de nuevo a mi ex dueña con el nuevo par de zapatos en mano y bastante mal humorada. Me dije: ¿Será que también me extraña y viene a buscarme? Me quedé en la expectativa. Escuché que le decía a la dependienta: ¡Qué mala suerte la mía! Te equivocaste de nuevo y me diste un número más grande, estos me quedan…Ella le respondió como lo hizo tantas veces conmigo: - Debe esperara que vuelvan a surtir y que los modelos sean parecidos y del mismo precio ¿Sabe? Si no, no se lo puedo cambiar.
Por lo que se puede apreciar, que a mi compañero le va a tocar vivir la misma historia que a mí. ¿Y yo, a dónde iré a parar? ¿Encontraré al fin quien me pueda usar? ¿Seguiré descansando por tiempo indefinido en el fondo de un cajón? Tal vez tenga suerte y alguien me quiera y pueda al fin conocer y pisar las calles de Santiago de Cuba, disfrutar de un carnaval y arrollar Trocha arriba y Martí abajo, eso se lo escuché al jefe de almacén, parece que es muy fiestero. Después cuando me ponga viejo o se despegue las suelas, me lanzaran con desprecio a un latón de basura y de allí… al vertedero. ¡Qué fin tan triste!
Ocurrido en la Peletería Vidal de la
calle Enramadas en el año 1975.
16 marzo 2009
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