22 febrero 2009

LA ODISEA DE SER PERIODISTA INDEPENDIENTE EN CUBA

Aunque desde muy pequeña me sedujo la vocación de escribir en un papel todo lo que me pasaba por la mente, lo que sentía y observaba a mí alrededor, nunca pensé que con el transcurso del tiempo y por obra y gracia de la censura de prensa impuesta en Cuba, me convertiría en Periodista Independiente.

Desde mis inicios y grandes tropiezos me sentí fascinada ante la idea de poder proclamar la verdad que tan celosamente tratan de ocultar los medios de prensa al servicio del régimen. Esta libertad se conquista a fuerza de coraje y desafío de las de las leyes creadas para silenciarnos, con todos esos riesgos, les grité a los cuatro vientos, muchos de los sucesos que ocurrían en las cárceles y población en general, sin desconocer el peligro al que me exponía al enfrentarme abiertamente a ese sistema represivo, autoritario, que pretende hacer silenciar al precio que sea necesario la voz de un pueblo reprimido, sojuzgado por más de 50 años.

Nuestra principal premisa ha sido: Mantenernos aún bajo las más severas amenazas, con todas las dificultades que se nos presenta día a día, la poca cooperación, a veces hasta de los que se dicen ser opositores. Lo más difícil no es solamente no tener en ocasiones una hoja de papel o un lápiz, para plasmar nuestras ideas y fundamentalmente no poseer un teléfono en nuestro hogar. También por obra y gracia del sistema y el cómplice funcionamiento de la Empresa Telefónica ETECSA, que desde el año l979 solicité ese valioso servicio y cursado numerosas cartas a cada director de turno. (Los cambian con frecuencia, casi siempre por corruptos) Siempre he recibido la misma respuesta: No tenemos capacidad.

En la actualidad han aumentado esas capacidades, pero…¡Ni soñarlo! Por mis actividades en la oposición pacífica, se me niega ese servicio, el que en cualquier país del mundo libre es como el agua o la electricidad, para todos, pero en Cuba debe ser llevado, mediante el relleno de una planilla de solicitud al Comité de Defensa de la Revolución (CDR) de cada cuadra, ser discutido en asamblea entre los miembros de dicha cuadra, si están de acuerdo, se eleva para su autorización al Delegado de la Circunscripción de la zona donde uno vive y éste a su vez a demás factores políticos y si todos están de acuerdo en la adjudicación del servicio, se eleva a la empresa, que es la que otorga el “Visto Bueno”

Como se me considera “Una papa podrida” dentro de la “Pureza” de esta nueva sociedad, jamás obtendré ese útil servicio. No es solo ese insalvable impedimento, lo es también la cobardía, el miedo visceral que tienen muchos a la hora que se les pide de favor que nos permitan hacer una llamada. No comprenden que somos el único medio para difundir una noticia impublicable en los medios de prensa al servicio del estado de lo que ellos no pueden expresar, sobre sus problemas, sus criterios, tan libremente y que nosotros tenemos el valor de decirlo por el medio que nos sea posible.

Entre mis experiencias me he encontrado varios casos: En una ocasión toque a una puerta, pensé. Este no me niega que use su teléfono, no puede ser posible, vive solo, es jubilado, además no creo que esté de acuerdo con el sistema, pues a principio de la Revolución la mataron a una hija, cuando trataba de escapar en una embarcación por la boca del Castillo del Morro y a la embarcación un traidor le colocó una carga explosiva, estalló y murió destrozada, su cuerpo le fue entregado completamente desnuda, Este asesinato conmovió a toda la ciudad. El señor me dijo que no, pues tenía miedo.

A pesar de mis más de siete décadas de vida, de tener que tomarme un Diazepán y 60 gotas de Caña Santa para controlar la presión arterial, no desistí de mis propósitos. Esta vez toqué en la casa de un joven matrimonio que aspiraba a irse del país, los que manifestaban con frecuencia que esto no había quien lo resistiera. Ninguno de los dos tenía vínculo laboral, por haber presentado la solicitud de salida definitiva del país y afrontar una severa crisis económica. El me dijo: Debo consultarlo con mi esposa, le ofrecí, inclusive una pequeña ayuda monetaria. La respuesta no se hizo esperar: Tenemos miedo.

Otro intento, esta vez a una anciana enferma, jubilada con una mísera pensión, que según ella no le alcanzaba ni para comprar el spray para combatir los ataques de asma crónica que padecía. Me sugirió que fuera al día siguiente. Acudí puntual a la hora señalada, para encontrarme que la susodicha era, más cuentista que yo. Me narró que esa misma tarde se le había aparecido un policía y que le pidió examinar el teléfono, que le introdujo en su interior una capsula desconocida, que seguro que era para grabar todo lo que se hablara, por lo que de ninguna manera lo podía usar, que ella tenía mucho miedo.

Con la tenacidad que me caracteriza, toqué otra puerta, también una jubilada y con bastante necesidad. Siempre iba con el ofrecimiento de que por prestarme su teléfono una vez a la semana le daría una ayuda. Me contestó que sí, que cuando quisiera podía hacer la llamada. Quedamos que sería al día siguiente por la mañana.

Esa noche me acosté muy tarde preparando los trabajos que pensaba transmitir. Me levanté temprano, cogí mis espejuelos de ver de cerca y todos los papeles. Al llegar a la casa la encontré sentada conversando con dos jóvenes, me hizo una seña que volviera más tarde. Di varias vueltas, busque mi cuota de pan de ese día (0.05 centavos) planificados por la Libreta de Racionamiento) Volví, estaba sola, pero me dijo rotundamente que no, tenía mucho miedo.

Algo decepcionada regresé a mi casa. Al poco rato se me encendió “El bombillito”. –Ahora sí, ese otra veces me ha ofrecido su teléfono, pero como disponía de otros, no lo había necesitado. Iré a verlo enseguida, aunque eran las 14:00 horas de un día muy caluroso del mes de mayo, me dije: No puedo perder tiempo, sino… las noticias se me pasan y ya no tienen objetivo. Subí varias empinadas calles, además de subir una larga escalera, llegué extenuada y sudorosa. Me recibió muy atento. Noté que la nueva casa en que vivía tenía cierto confort, estaba recién pintada, bien amueblada, adornos, cortinas y plantas ornamentales exclusivas de las tiendas shopping del área dólar.

Al plantearle el motivo de mi visita, se rascó la cabeza preocupado. Ya había escuchado en el patio a uno de sus hijos conversando animadamente con unos extranjeros. Me dijo: - Mira, yo quisiera, pero… Me di cuenta enseguida. Ahora su casa recibía turistas extranjeros como huéspedes y si se atrevía a prestarme el teléfono… seguro que se le caía el negocio, le quitaban la patente. Lo comprendí, por lo que apenada me retiré lo antes posible.

No obstante tenía el ánimo de servirme, ya tarde en la noche fue a mi casa muy eufórico. -¡Te resolví, ya te encontré un teléfono! ¡Toma la dirección y ve mañana temprano, allí no hay problemas!

Se lo agradecí mucho y al día siguiente papeles bien ocultos, en una jaba vieja, como si fuera al mercado y tomando las debidas precauciones, por si alguien me seguía, tomé por varios vericuetos, sube y baja lomas y cuando me cerciore que nadie me seguía, toqué a la puerta. Para mi sorpresa la dueña de la casa resultó ser una antigua compañera de la misma empresa en la que yo trabajaba 20 años atrás. Como saludo me respondió cuando le dije que yo era la que el fulano le había hablado.

¡Pero eres tú! ¡Qué va, ni loca! A ti todo el mundo te conoce por tus actividades en la oposición, ¡Me quitan el teléfono, mis hijos… mi marido… , no puedo, lo siento, pero tengo miedo.

Salí de allí, como decía mi padre: - Destemplada. Aun me quedaba otra posibilidad. Me dije: - Esa está loca por irse del país, tal vez algún día le concedan una entrevista en la Oficina de Intereses de Estados Unidos en La Habana y yo… bueno… le puedo hacer un buen aval por su cooperación. En efecto, algo titubeante y sin separarse de mí, me dejó hacer una llamada de enlace con La Habana con mi buen colega Ricardo González Alfonso (En prisión, Grupo de los 75), quedé de ir más tarde, para recibir la llamada del exterior. Ni tan siquiera esperó a que fuera, mandó al poco rato un emisario para que me dijera que por su casa no fuera más, que eso le perjudicaba, que su hija trabajaba y aunque ella estaba subsidiada por enfermedad, su esposo sin trabajo a causa de haber pertenecido a un movimiento opositor y estar esperando la ansiada entrevista en la Oficina de Intereses y que si tenían la suerte de que los aprobaran, se iban todos del país, tenía miedo.
Otra de nuestras aventuras fue cuando conocí a Héctor, un joven simpático y bien parecido, se dirigió a mi casa para ver si le daba algunos medicamentos para su madre enferma, en la conversación salió a relucir los problemas que tenía por la falta de un teléfono, me ofreció el suyo, vivía solo con su madre y tenía una extensión en la última habitación, bien alejada de la calle y donde nadie podía interrumpir, ni escuchar. Me dije: ¡Perfecto! Nos pusimos de acuerdo para ir al día siguiente con todos los periodistas de mi agencia La voz de Oriente.

Nos presentamos puntual, Vimos a su madre enferma soñolienta en una cama, nos fuimos a la última habitación, allí con toda comodidad se estableció la comunicación. ¡De pronto! Llegó su hermana, empleada de una shopping y cuando nos vio y escuchó parte de lo que transmitíamos, nos botó violentamente de la casa y hasta nos amenazó de denunciarnos pues según pudimos saber su madre y hermano era esquizofrénico y nosotros nos habíamos aprovechado de su situación. Anita, José Antonio, Alicia Hernández, José Luis y yo salimos como el perro que tumbó la olla.

La última solución que se me ocurrió, sería ir a más de 5 kilómetros a un lugar muy reservado, donde otras veces me habían atendido con muchas atenciones y esa gente sí que no tenían miedo. Dí en el blanco, en efecto, pude establecer de nuevo la comunicación y…¡Milagro! Estaba hablando con Radio Martí sin problemas. Llegó alguien, hice un gesto y el dueño de la casa me dijo que era de confianza, se fue hasta el patio donde había una enorme perra, que comenzó a ladrar y gruñir con todas las fuerzas de sus pulmones. Se cayó la llamada, no volvió a restablecerse.

Recorrí de nuevo los 5 kilómetros caminando, pues el transporte estaba tan malo… a pleno sol del medio día, cansada y con hambre, sin saber qué cocinar, llegué a mi casa con la nariz roja como un tomate por la larga exposición al sol.

Por la noche recibí en la casa de unos vecinos, que como sabemos que por ese teléfono estar en mi cuadra los “Efectivos” agentes de la Seguridad del Estado los tienen tomados y escuchan las conversaciones, hablamos en clave. Me comunicaron que “Mi tío el de allá” había llamado y que la grabación no había servido por los ladridos de la perra, que fuera al día siguiente a la misma hora, que me llamaría.

Ni corta ni perezosa me dirigí a la hora señalada por otro camino, por si acaso. La llamada fue puntual, debía leer de nuevo todo lo anterior. Se cayó la llamada. Pensé: esto se está poniendo malo, creo que la Seguridad me ha detectado. Sonó de nuevo el teléfono, se estableció la comunicación. Lee de nuevo noticias, artículos, comentarios, párrafo por párrafo. Casi terminando: ¡Se cayó la comunicación! Esta vez definitivamente, le habían cortado la corriente. Pasaron varios días y cada vez que llamaba de otro teléfono público, me salían una voz de mujer: “Teléfono fuera de servicio”

¡Nada caballeros, que ser Periodista Independiente en Cuba no es nada fácil!

Crónica de Haydée Rodríguez
Santiago de Cuba
27 de mayo de 2005

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