Estampa santiaguera
Una calurosa mañana del mes de mayo, me encontraba esperando mi turno para realizar una operación bancaria en mi cuenta de divisas en el banco de la esquina de Aguilera y San Pedro. Como era lunes, estaba como decimos en buen cubano: - “De bote en bote”. El aire acondicionado era insuficiente para refrescar el local con tanto público., mientras los cajeros y los uniformados “Guardadores del orden” trataban de organizar la creciente afluencia de usuarios.
Allí había de todo, extranjeros que venían a hacer los cambios de divisas de sus respectivos países por la moneda nacional, más conocida por “Chavitos” o moneda libremente convertible, que solo circula en el país, empleados de corporaciones y tiendas que operan con esa moneda, algunos jóvenes de ambos sexos, que son favorecidos por tener algún tipo de relación con ciudadanos de otros países, como las conocidas “Jineteras”, que tiene su “Pepe”, que les ha situado una generosa suma en su cuenta o los que como yo, que tenemos una cuenta gracias a nuestra “Fe” (Familia en el extranjero).
Cada cual esperaba su turno, yo para entretenerme observaba a cada uno de los personajes, entre ellos a jóvenes muchachas que comentaban entre sí “Sus conquistas” o futuros planes de viaje al extranjero, otras que ya habían viajado fundamentalmente a países europeos, vestidas con extravagantes indumentarias, como para llamar la atención, muchas gangarrias, exagerado perfume para la hora y el lugar y cuanto pudiese diferenciar de los demás que aún no habían tenido la posibilidad de viajar a algunos de esos estados
y cambiar de aspecto, ser diferente.
Pasadas las 11.00 de la mañana hizo su entrada un par de personas, con una niña de unos dos años, que llamó la atención de todos, por lo dispareja, él como de sesenta años de edad, gordo, calvo, vestía un short beige y un pulóver negro y sandalias .Ella tendría por su aspecto juvenil 20 años, toda vestida de negro, pantalón y pull over de mangas largas, zapatos puntifinos de altos tacones, un pequeño bolso colgándole del hombro. Masticando chicles, luciendo una peluca lacia y negrísima, varios pendientes en sus perforadas orejas, percing en la nariz, sortijas y pulsos de oro en todos los dedos y en ambos brazos. Era muy difícil reconocer su verdadera identidad, pues hablaba en italiano todo el tiempo con su presunto esposo y cuando se dirigía a la niña, que cada vez se mostraba más inquieta, dentro de un moderno y adornado coche, al parecer por la alta temperatura reinante y la vestimenta puramente invernal. Por su aspecto, , acababan de llegar del extranjero, después de un largo viaje y antes de dirigirse a un hotel o a la casa de algún familiar, debían hacer el cambio de la moneda circulante.
Detrás de mí pude escucharlos comentarios de alguna de las jóvenes que esperaban su turno para dirigirse la ventanilla a efectuar su operación: -¡Oye Aniuska,! ¿Esa no es Zuleidis, la del barrio de Los Pinos? Pero… ¡Ella no era jaba’a! Esa debe ser una peluca ¡Tú no crees? Pero… ¡Mírala, que orgullo! ¡Total! Tuvo que cargar con ese viejo… aunque esté podri’o en fulas . ¡ !Umm!
La tal Zuleidis trataba de que la niña se mantuviese tranquila y constantemente le hablaba en italiano, le mostraba un juguete, le daba algo de beber en un biberón no conocido en estos lares, pero la pequeña seguía protestando con chillidos, pastadas y tratando de salir del coche a toda costa.
La “extranjera” con aires de superioridad no miraba a nadie, se consideraba una reina entre sus antiguas conocidas a las que ni por casualidad les dirigía una mirada, ni mucho menos un saludo.
La espera se prolongaba tanto, que el impaciente italiano que aguardaba frente a la ventanilla se dirigió a Zuleidis, ella fue a su encuentro en el idioma antes mencionado. Al parecer le inquirió por la demora y fue directo a la ventanilla y en perfecto español preguntó al cajero . Sucedió algo insólito, al explicar el nombre de Franco, se percataron que había pasado algo inusual, el cajero se había equivocado y dado el pasaporte a otro italiano por error. Ella protestó y se formó tremendo corre-corre, sube y baja las escaleras del piso superior, funcionarios que se presentaron tratando de disculparse y prometiendo que localizarían al otro extranjero y le devolverían su pasaporte y así poder efectuar el cambio de divisas. Zuleidis estaba visiblemente mal humorada. ¡Pasarle eso a ellos, que venían de un país desarrollado!...
Las otras se reían burlonamente al ver el aprieto en que estaba Zuleidis, que la había hecho perder su ecuanimidad, acordarse de hablar español.
La niña muy cansada también se impacientaba por momentos, se tiró por fin al suelo, ya que se había salido del coche, lloraba, pataleaba, la madre continuaba hablando en italiano, tratando de levantarla, la pequeña se revolcaba y no le hacía el menor caso a las repetidas sugerencias , para tranquilizarla. Zuleidis fuera de si la levantó en peso gritándole: - ¡¡¡Francesca C…!!!
Todas las miradas se dirigieron a ella, que abochornada abandonó el salón y salió a la acera. Mientras las otras se reían a carcajadas: - ¡Se le salió la chusmería de la cuartería de Avenida de Los Pinos! ¡No se pudo controlar! ¡La mona aunque la vistan de seda!...
Santiago de Cuba,
11 de mayo de 2006
11 julio 2009
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