31 diciembre 2019

UN PUEBLO APACIBLE



Esta  pequeña   comunidad parece sacada de un cuento de ciencia ficción, está  enclavada  en  el   Valle de la Corneja.  Al  estilo medieval  con sus vetustas casas de piedras  por  fuera, por dentro  habilitadas con todo lo que ofrece la era moderna. Aquí  no hay policías, ni  se escuchan sirenas a  media  noche, aquí  no hay  ladrones  ni malhechores. Tampoco existen pobres, todos  los   ciudadanos que conviven  en ella gozan  de buena  solvencia  económica. No hay escuelas porque  tampoco  hay  niños, no existen bares  ni  restaurantes, o discotecas, no hay ningún   ruido   ambiental, ni ningún tipo de comercio,  sus moradores hacen  sus  compras en el pueblo cercano, no obstante todos los días por las mañanas llegan  coches  paneles  habilitados con un mostrador  portátil, se parquean  en  el centro  de la plaza y al  sonar un silbato , salen los vecinos a comprar pan fresco, refrescos, yogures  y todo clase  de dulces, galletas y víveres  surtidos.
  Casi todos sus habitantes  son  mayores, solo se  ve juventud  en  tiempos de vacaciones u otras fechas significativas en las que  se celebran  las fiestas tradicionales con hermosos trajes y bailes por las generaciones  más  jóvenes. En la plaza principal se colocan hileras de mesas y sillas por los propios vecinos cubiertas de manteles y deliciosos  manjares  hechos  por  sus propias  manos, para  degustar entre todos,  los cuales  aclaman y cantan   alegres  a  su  tradicional  festividad.
La única iglesia católica es donde se reúnen los devotos  a escuchar  la misa  los domingos y los  Rosarios por las tardes  que  oficia un sacerdote del  pueblo  cercano de Piedrahita.
  En los amaneceres  se escuchan los  cantos de los gallos saludando  el  nuevo día  y el trinar de los pájaros  revoloteando   entre las   ramas de los árboles. Infinidad de gorriones, golondrinas y en la primavera  el arribo de  las  cigüeñas que año tras año  construyen sus nidos en lo más alto de la chimenea  de la iglesia al  aire libre.
 El sol emerge entre las montanas iluminando campos y valles. Las reses y otros animales pastan  libremente  y  beben  de  la fuente de la plaza del  pueblo donde brota un manantial de agua  potable muy dulce y fresca.
Por las noches el concierto de grillos y otros  insectos  es interminable. Este pueblo de sanas costumbres aún  las viudas  se  viste  de negro en riguroso luto por familiares  fallecidos.
Hay  varios  solterones que pasan de los 40 años y algunos se dicen que ni novia han tenido. No hay contaminación ambiental, los vegetales y frutas se cosechan en los huertos particulares sin utilizar productos químicos. Sus calles están siempre limpias a pesar de no haber barrenderos, sus propios moradores  se encargan de mantenerlas en óptimas condiciones.
Los perros no ladran ni los gatos maúllan y reciben  los visitantes amistosamente meneando  el rabo. Entre ellos un curioso perro con un ojo azul.
¿Cómo conocí  a Casas de  Sebastián Perez?  Pues  le contaré:
Soy  una  emigrante  retornada,  por ser  hija  de españoles  poseo  esa  nacionalidad, la que me permitió  llegar a la Madre Patria sin ninguna dificultad.
Hasta  la fecha de mi arribo no recibía ayuda alguna, realizaban  cualquier  trabajo doméstico temporal, como cuidar ancianos y niños. La solidaridad de algunas personas caritativas y las iglesias tanto católicas como  evangélicas para que no me faltara lo imprescindible.
Sufrí  humillaciones  realizando trabajos que  nunca  hice en Cuba mi país de origen, pero tenía que sobrevir. Todavía persistían en mi espíritu  algunos aires de superioridad, tuve  tiempos   de holgura económica, relaciones sociales acorde a mi  posesión, trabajos bien remunerados  y lugares con ciertos privilegios y comodidades. Por  mi  superación  profesional  siempre  ocupé cargos de  importancia, por lo que era respetada  y muy considerada.
En ese año, ya en el mes de julio me encontraba en la disyuntiva, si no viajaba a Cuba en el mes de septiembre perdía la  residencia, según una medida implantada por el gobierno de mi país, si  pasaba  mi  estancia en España de 11 meses, por lo cual también debía abonar ante el Consulado  Cubano  de  Madrid  40.00 euros mensuales, en total  por 11 meses  440.00 euros, tener actualizado mi pasaporte cubano. El pasaje  de  Madrid  a Santiago de Cuba. Una vez viajado se exigía  la llamada Carta Blanca, que no era otra cosa que  necesitar la autorización de Inmigración  y  Extranjería  para poder  volver de nuevo  a  España, más al pisar el aeropuerto  José Martí   de La  Habana pagar 25.00 en Moneda  Libremente Convertible, un sustituto del  dólar norteamericano.
Si  no viajaba  en  la fecha   señalada  perdía todos  mis derechos como ciudadana cubana.
¿Qué hacer si no tenía ni un céntimo?    Rogué a Dios con fe y mucho fervor  la ayuda oportuna. Abrí mi Biblia y me encontré el siguiente texto: _ Mi  Dios, pues, suplirá todo lo que os falta  conforme a las riquezas de su reino  en gloria  en Cristo Jesús.” Filipenses 4:19.  Sentí  una gran seguridad.
Oraba y oraba por un trabajo. Un domingo estando en el culto de la Iglesia Bautista “Dios es amor” de la Avenida de la Albufera  40 de Vallecas, una persona  para mi desconocida se me acercó y me saludo afectuosamente con estas palabras: Hermana   ¿Usted  quiere trabajar? ¡Claro que sí le respondí! -  Ella titubeo-Pero es lejos, en  un pueblo  de  Ávila, a más  de  2 horas  de  camino en autobús, es  muy  pequeño…
Ansiosamente le dije: -Yo  voy   a donde  sea, lo que necesito es trabajo. Me explicó que era por un  mes, que ella  deseaba  viajara a su país  Bolivia.  Seria precisamente  en  el  mes  de  agosto. Salí de la iglesia muy contenta y cantaba: “Puedo confiar en el Señor, El me ayudará, si el sol se llega a oscurecer y la luna  deja de brillar, yo confió en El, yo confió en El.
De todos modos  pasaron dos semanas y no   tenía  noticias de Neysa  la boliviana. Mi ansiedad iba en aumento  al  ver que mi problema  no tenía  solución.
Volví a colocar anuncios y hablar con cuanta persona conocía a mi paso. No había trabajo, crisis con millones de parados. Mucha  demanda  por personas  mucho  más  jóvenes  que  yo   tal vez más aptos físicamente, ya que pasaba los 70 años de edad.
El  tercer   domingo del  mes de julio fui a la iglesia como lo hacía habitualmente. Allí  estaba Neysa  para  comunicarme que había hablado con la hija de la señora que debía cuidar en el mes de agosto. Me  dio el  teléfono y la dirección para una entrevista  previa. Debería  ir el martes  siguiente a su casa del  elegante barrio  Arturo Soria pasadas las 8.00 de la mañana para  ultimar detalles.
Al  llegar me encontré con Concha González  y su esposo  Jesús. Pude notar que eran personas de buen poder adquisitivo. Me trataron con mucha amabilidad y explicaron que debía  estar por  lo menos 3 días antes  en el pueblo para adiestrarme en las labores de la  casa. Me facilitó la dirección exacta del pueblo y dónde debía  coger el autobús  en Estación Méndez Álvaro hasta  Piedrahita  y que allí me esperaría Neysa  para llevarme hasta  el pueblo  de Casas de Sebastián  Pérez.
Dando gracias a Dios por la repuesta a mis oraciones iba cantando por la calle: ¡Cristo vive, Cristo vi  en  mí!
Preparé mi pequeño equipaje y  puntual  llegué a  Piedrahita, allí me esperaba  Neysa.   Salimos a  ver en qué llegábamos al pueblo. Una  vecina conocida de Neysa nos llevó en su coche por la carretera a unos 10 kilómetros del  pueblo.
Nunca había tenido la oportunidad de conocer un pueblo pequeño, muy pintoresco y peculiar de casas con balcones  llenos de flores, rodeado de montañas y otros pueblos cercanos, fincas, organopónicos y huertos. Casas al estilo antiguo y otras saliendo  del  modelo arquitectónico. Por dentro equipadas con todos los adelantos de la era moderna. Por sus cortas y estrechas calles  circulando  coches de todo tipo.
Al   llegar a la casa me recibió una dulce ancianita con una  amplia sonrisa y lúcida memoria.
La  casa muy amplia, con el frente vetusto  de piedras, dentro  muy  extenso  y  hermoso, compuesto de un amplio  salón recibidor, bajar unos escalones a un  patio  lleno de macetas de flores, después el  gran salón, la cocina comedor,  tres baños  y  habitaciones. Saliendo del  principal patio una huerta.
Cenamos y Neysa  me  mostró la habitación que ocuparía durante el  mes  de estancia, me dijo cual sería mi labor. Como La señora Maxi  se podía valer por sí sola, me trabajo seria  mantener la casa limpia, cocinar, fregar y regar las plantas de los patios y atender la huerta aledaña y otra  como a medio  kilómetro  por un  camino.  Coger una manguera de 50 metros y regar todos los cultivos, si no alcanzaba, tomar una regadera para  irrigar algunos arbustos de frutas y  además  llevar  una palangana para recoger  frutas y verduras  del  huerto. También  remover  la  tierra  entre  las plantas para sacar las hierbas malas.
Neysa  viajó  al día siguiente, por lo que  me quedé al frente de todas las labores caseras. Me levantaba  a  las 7.00 de la mañana, me ponía unas  botas que había dejado Neysa, un sombrero grande  y  me  dirigía a la huerta  más lejana. A  veces me decía:-¿Qué  hago  yo  por este  camino  solitario? No  me encontraba un  alma viviente. Iba  una  caseta pequeña, desenrollaba la  amplia manguera  y comenzaba  cuidadosamente a regar las plantas para no estropearlas hasta donde llegara. Después tomaba una regadera  para  irrigar varios pequeños aún árboles frutales.
Ya terminado el riego, recogía verduras y hortalizas. Regresaba a  la casa y acto seguido  iba  a hacer lo mismo en la huerta del patio trasero.
Sacaba otra manguera y baldeaba los patios salpicados por las heces de los numerosos pájaros, regaba las plantas ornamentales de las  macetas y limpiaba toda la casa, incluyendo los tres baños.
Ya  Maxi  estaba  levantada y le  serbia  el  desayuno. Le pedía  orientación  de cuál sería  el menú  de  la comida del  día. La llevaba  a dar un paseo por el pueblo o visitar algún familiar o amigo.
Por las tardes algo calurosas nos sentábamos frente a la casa con varios vecinos. Pronto  hubo gran  empatía conmigo. Les gustaba que  les hablara de Cuba y sus costumbres o de temas de actualidad.  A las 6.00 de la tarde la llevaba a la iglesia al Rosario y los domingos a  la  misa.
Cenábamos y nos sentábamos  en  el  amplio salón a mirar la televisión,  ella a contarme pormenores  de su  vida. Si hacia frio me arropaba con una manta en  gesto lleno de dulce ternura.
Casi  todos  los fines  de semana  Concha  y Jesús  venían  de Madrid, era entonces que ella  tomaba el mando de la cocina. Otras veces  invitaba a familiares y amigos a una comida en el salón grande de la entrada. En  la sencillez que  la caracterizaba me pedía que me sentara con ellos.  Yo asombrada, ¿No  era  yo  una  sirvienta?  _Pues no, me  hacía sentir como una invitada  más. Lo mismo a la hora de las comidas me sentaba  en  su mesa.  Jesús y  yo  a veces cantábamos  aquellas canciones  como La Hiedra, Camino Verde y otras del trío Los Panchos. Hasta me llevaba a la casa de sus amigos y familiares, recuerdo la visita a casa de  su  prima Julita  en  Piedrahita. Esta muy atenta y también  desprejuiciada  me mostró  parte  del  pueblo  y hasta el palacio de la  Duquesa de Alba, donde se dice que  el pintor Francisco de Goya  pinto el  famoso  cuadro  La Maja  Desnuda. Quedé muy impresionada con esa visita y las atenciones recibidas que me hicieron olvidar que solo era una  doméstica  ocasional.
Los vecinos organizaron una  chocolatata  con churros, muy atentos  me invitaron.
En el pueblo se celebran todos los años las fiestas tradicionales, fue muy emotivo ver las  muchachas más jóvenes vestidas y adornadas con trajes  típicos realizar una hermosa corografía con bailes. Todo  quedó  muy  lucido con la participación de casi todo  el  pueblo.
En conclusión, aquel  mes  de agosto me pareció  unas  hermosas  y  agradables  vacaciones  en  la  que  nunca  me sentí  marginada  ni  discriminada  en  ese pueblo  sencillo y apacible.
Al  mes justo  regresó  Neysa, al día siguiente la  propia  Concha  al  culminar  mi trabajo  me pagó generosamente y  me  llevó  en  su  coche hasta la Estación de Piedrahita.
Esta  experiencia ha sido inolvidable, nunca  se aparta  de mi  mente  y  solo deseo volver a disfrutar algún día de aquella paz y cordialidad que recibí de sus  moradores. Gracias a  Dios y a ellos pude viaja a Cuba.


Madrid,  septiembre de 2012.

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