Esta pequeña comunidad parece sacada de un cuento de
ciencia ficción, está enclavada en el
Valle de la Corneja. Al estilo medieval con sus vetustas casas de piedras por fuera, por dentro habilitadas con todo lo que ofrece la era
moderna. Aquí no hay policías, ni se escuchan sirenas a media noche, aquí
no hay ladrones ni malhechores. Tampoco existen pobres,
todos los ciudadanos que conviven en ella gozan
de buena solvencia económica. No hay escuelas porque tampoco hay niños, no existen bares ni restaurantes,
o discotecas, no hay ningún ruido ambiental, ni ningún tipo de comercio, sus moradores hacen sus compras
en el pueblo cercano, no obstante todos los días por las mañanas llegan coches
paneles habilitados con un
mostrador portátil, se parquean en el
centro de la plaza y al sonar un silbato , salen los vecinos a
comprar pan fresco, refrescos, yogures y
todo clase de dulces, galletas y víveres surtidos.
Casi todos
sus habitantes son mayores, solo se ve juventud en
tiempos de vacaciones u otras fechas significativas en las que se celebran
las fiestas tradicionales con hermosos trajes y bailes por las
generaciones más jóvenes. En la plaza principal se colocan
hileras de mesas y sillas por los propios vecinos cubiertas de manteles y
deliciosos manjares hechos
por sus propias manos, para
degustar entre todos, los cuales aclaman y cantan alegres a
su tradicional festividad.
La única iglesia católica es
donde se reúnen los devotos a
escuchar la misa los domingos y los Rosarios por las tardes que
oficia un sacerdote del
pueblo cercano de Piedrahita.
En los amaneceres se escuchan
los cantos de los gallos saludando el
nuevo día y el trinar de los
pájaros revoloteando entre
las ramas de los árboles. Infinidad de gorriones,
golondrinas y en la primavera el arribo
de las
cigüeñas que año tras año construyen
sus nidos en lo más alto de la chimenea de
la iglesia al aire libre.
El sol emerge entre las montanas iluminando
campos y valles. Las reses y otros animales pastan libremente y beben
de la fuente de la plaza del pueblo donde brota un manantial de agua potable muy dulce y fresca.
Por las noches el concierto de
grillos y otros insectos es interminable. Este pueblo de sanas
costumbres aún las viudas se viste de negro en riguroso luto por familiares fallecidos.
Hay varios solterones que pasan de los 40 años y algunos
se dicen que ni novia han tenido. No hay contaminación ambiental, los vegetales
y frutas se cosechan en los huertos particulares sin utilizar productos
químicos. Sus calles están siempre limpias a pesar de no haber barrenderos, sus
propios moradores se encargan de mantenerlas
en óptimas condiciones.
Los perros no ladran ni los gatos
maúllan y reciben los visitantes
amistosamente meneando el rabo. Entre
ellos un curioso perro con un ojo azul.
¿Cómo conocí a Casas de
Sebastián Perez? Pues le contaré:
Soy una
emigrante retornada, por ser
hija de españoles poseo
esa nacionalidad, la que me
permitió llegar a la Madre Patria sin
ninguna dificultad.
Hasta la fecha de mi arribo no recibía ayuda alguna,
realizaban cualquier trabajo doméstico temporal, como cuidar
ancianos y niños. La solidaridad de algunas personas caritativas y las iglesias
tanto católicas como evangélicas para
que no me faltara lo imprescindible.
Sufrí humillaciones
realizando trabajos que nunca hice en Cuba mi país de origen, pero tenía que
sobrevir. Todavía persistían en mi espíritu
algunos aires de superioridad, tuve tiempos
de holgura económica, relaciones
sociales acorde a mi posesión, trabajos
bien remunerados y lugares con ciertos
privilegios y comodidades. Por mi superación profesional siempre
ocupé cargos de importancia, por
lo que era respetada y muy considerada.
En ese año, ya en el mes de julio
me encontraba en la disyuntiva, si no viajaba a Cuba en el mes de septiembre
perdía la residencia, según una medida
implantada por el gobierno de mi país, si
pasaba mi estancia en España de 11 meses, por lo cual
también debía abonar ante el Consulado
Cubano de Madrid
40.00 euros mensuales, en total por 11 meses
440.00 euros, tener actualizado mi pasaporte cubano. El pasaje de
Madrid a Santiago de Cuba. Una
vez viajado se exigía la llamada Carta
Blanca, que no era otra cosa que
necesitar la autorización de Inmigración
y Extranjería para poder volver de nuevo a España, más al pisar el aeropuerto José Martí de La Habana pagar 25.00 en Moneda Libremente Convertible, un sustituto del dólar norteamericano.
Si no viajaba en la
fecha señalada perdía todos
mis derechos como ciudadana cubana.
¿Qué hacer si no tenía ni un
céntimo? Rogué a Dios con fe y mucho
fervor la ayuda oportuna. Abrí mi Biblia
y me encontré el siguiente texto: _ Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a las riquezas de su reino en gloria
en Cristo Jesús.” Filipenses 4:19.
Sentí una gran seguridad.
Oraba y oraba por un trabajo. Un
domingo estando en el culto de la Iglesia Bautista “Dios es amor” de la Avenida
de la Albufera 40 de Vallecas, una
persona para mi desconocida se me acercó
y me saludo afectuosamente con estas palabras: Hermana ¿Usted quiere trabajar? ¡Claro que sí le respondí!
- Ella titubeo-Pero es lejos, en un pueblo
de Ávila, a más de 2
horas de
camino en autobús, es muy pequeño…
Ansiosamente le dije: -Yo voy a donde sea, lo que necesito es trabajo. Me explicó
que era por un mes, que ella deseaba
viajara a su país Bolivia. Seria precisamente en
el mes de
agosto. Salí de la iglesia muy contenta y cantaba: “Puedo confiar en el
Señor, El me ayudará, si el sol se llega a oscurecer y la luna deja de brillar, yo confió en El, yo confió
en El.
De todos modos pasaron dos semanas y no tenía
noticias de Neysa la boliviana.
Mi ansiedad iba en aumento al ver que mi problema no tenía solución.
Volví a colocar anuncios y hablar
con cuanta persona conocía a mi paso. No había trabajo, crisis con millones de
parados. Mucha demanda por personas
mucho más jóvenes
que yo tal vez más aptos físicamente, ya que pasaba
los 70 años de edad.
El tercer domingo del mes de julio fui a la iglesia como lo hacía
habitualmente. Allí estaba Neysa para
comunicarme que había hablado con la hija de la señora que debía cuidar en
el mes de agosto. Me dio el teléfono y la dirección para una entrevista previa. Debería ir el martes
siguiente a su casa del elegante
barrio Arturo Soria pasadas las 8.00 de
la mañana para ultimar detalles.
Al llegar me encontré con Concha González y su esposo
Jesús. Pude notar que eran personas de buen poder adquisitivo. Me
trataron con mucha amabilidad y explicaron que debía estar por lo menos 3 días antes en el pueblo para adiestrarme en las labores de
la casa. Me facilitó la dirección exacta
del pueblo y dónde debía coger el
autobús en Estación Méndez Álvaro
hasta Piedrahita y que allí me esperaría Neysa para llevarme hasta el pueblo de Casas de Sebastián Pérez.
Dando gracias a Dios por la
repuesta a mis oraciones iba cantando por la calle: ¡Cristo vive, Cristo vi en mí!
Preparé mi pequeño equipaje y puntual llegué a
Piedrahita, allí me esperaba Neysa.
Salimos a ver en qué llegábamos al pueblo. Una vecina conocida de Neysa nos llevó en su
coche por la carretera a unos 10 kilómetros del
pueblo.
Nunca había tenido la oportunidad
de conocer un pueblo pequeño, muy pintoresco y peculiar de casas con
balcones llenos de flores, rodeado de
montañas y otros pueblos cercanos, fincas, organopónicos y huertos. Casas al
estilo antiguo y otras saliendo del modelo arquitectónico. Por dentro equipadas
con todos los adelantos de la era moderna. Por sus cortas y estrechas calles circulando
coches de todo tipo.
Al llegar a la casa me recibió una dulce
ancianita con una amplia sonrisa y
lúcida memoria.
La casa muy amplia, con el frente vetusto de piedras, dentro muy
extenso y hermoso, compuesto de un amplio salón recibidor, bajar unos escalones a
un patio
lleno de macetas de flores, después el gran salón, la cocina comedor, tres baños y
habitaciones. Saliendo del principal
patio una huerta.
Cenamos y Neysa me
mostró la habitación que ocuparía durante el mes de
estancia, me dijo cual sería mi labor. Como La señora Maxi se podía valer por sí sola, me trabajo
seria mantener la casa limpia, cocinar,
fregar y regar las plantas de los patios y atender la huerta aledaña y otra como a medio kilómetro por un camino. Coger una manguera de 50 metros y regar todos
los cultivos, si no alcanzaba, tomar una regadera para irrigar algunos arbustos de frutas y además
llevar una palangana para
recoger frutas y verduras del
huerto. También remover la
tierra entre las plantas para sacar las hierbas malas.
Neysa viajó al día siguiente, por lo que me quedé al frente de todas las labores
caseras. Me levantaba a las 7.00 de la mañana, me ponía unas botas que había dejado Neysa, un sombrero
grande y
me dirigía a la huerta más lejana. A
veces me decía:-¿Qué hago yo por
este camino solitario? No
me encontraba un alma viviente.
Iba una
caseta pequeña, desenrollaba la
amplia manguera y comenzaba cuidadosamente a regar las plantas para no
estropearlas hasta donde llegara. Después tomaba una regadera para
irrigar varios pequeños aún árboles frutales.
Ya terminado el riego, recogía
verduras y hortalizas. Regresaba a la
casa y acto seguido iba a hacer lo mismo en la huerta del patio trasero.
Sacaba otra manguera y baldeaba
los patios salpicados por las heces de los numerosos pájaros, regaba las
plantas ornamentales de las macetas y
limpiaba toda la casa, incluyendo los tres baños.
Ya Maxi
estaba levantada y le serbia
el desayuno. Le pedía orientación de cuál sería el menú
de la comida del día. La llevaba a dar un paseo por el pueblo o visitar algún
familiar o amigo.
Por las tardes algo calurosas nos
sentábamos frente a la casa con varios vecinos. Pronto hubo gran
empatía conmigo. Les gustaba que
les hablara de Cuba y sus costumbres o de temas de actualidad. A las 6.00 de la tarde la llevaba a la
iglesia al Rosario y los domingos a
la misa.
Cenábamos y nos sentábamos en
el amplio salón a mirar la
televisión, ella a contarme pormenores de su vida.
Si hacia frio me arropaba con una manta en gesto lleno de dulce ternura.
Casi todos
los fines de semana Concha
y Jesús venían de Madrid, era entonces que ella tomaba el mando de la cocina. Otras
veces invitaba a familiares y amigos a
una comida en el salón grande de la entrada. En
la sencillez que la caracterizaba
me pedía que me sentara con ellos. Yo
asombrada, ¿No era yo una
sirvienta? _Pues no, me
hacía sentir como una invitada más. Lo mismo a la hora de las comidas me
sentaba en su mesa. Jesús y
yo a veces cantábamos aquellas canciones como La Hiedra, Camino Verde y otras del trío
Los Panchos. Hasta me llevaba a la casa de sus amigos y familiares, recuerdo la
visita a casa de su prima Julita en
Piedrahita. Esta muy atenta y también
desprejuiciada me mostró parte del pueblo y hasta el palacio de la Duquesa de Alba, donde se dice que el pintor Francisco de Goya pinto el famoso
cuadro La Maja Desnuda. Quedé muy impresionada con esa
visita y las atenciones recibidas que me hicieron olvidar que solo era una doméstica
ocasional.
Los vecinos organizaron una chocolatata
con churros, muy atentos me
invitaron.
En el pueblo se celebran todos
los años las fiestas tradicionales, fue muy emotivo ver las muchachas más jóvenes vestidas y adornadas
con trajes típicos realizar una hermosa
corografía con bailes. Todo quedó muy lucido
con la participación de casi todo
el pueblo.
En conclusión, aquel mes de
agosto me pareció unas hermosas y agradables vacaciones
en la que
nunca me sentí marginada
ni discriminada en ese
pueblo sencillo y apacible.
Al mes justo
regresó Neysa, al día siguiente la propia
Concha al culminar
mi trabajo me pagó generosamente
y me
llevó en su coche hasta la Estación de Piedrahita.
Esta experiencia ha sido inolvidable, nunca se aparta
de mi mente y solo
deseo volver a disfrutar algún día de aquella paz y cordialidad que recibí de
sus moradores. Gracias a Dios y a ellos pude viaja a Cuba.
Madrid, septiembre de 2012.