18 febrero 2010

OTRO EPISODIO TRISTE

Relatos de amor y de guerra

En el año 1958, sucedieron muchos hechos relevantes en nuestra familia, ya mi hermano Nino se había alzado junto a su novia Margarita, el menor había sido atacado con ferocidad y apenas se dejaba ver, por temor a una delación y que lo fueran a buscar a la casa y posteriormente lo asesinaran, como había ocurrido con muchos de nuestros hermano de lucha. Serafín (Pincho) también estaba expuesto a correr la misma suerte, por lo que después de la huelga de abril decidió con otros jóvenes alzarse en la comandancia de Antonio Enrique Lussón, que radicaba en el II Frente Oriental.

¿Quién era Antonio Enrique Lussón? Este vivía en la carretera de Cuabitas, entre la calle Pere André y Avenida de General Wood (Hoy René Ramos Latour) en una casa de corredor pintada de verde, al lado de la barbería de Samuel, era camionero y procedía de la zona de Mayarí. Mis hermanos lo conocían por ser cliente de la panadería “Titán” y haber pertenecido a los grupos revolucionarios de toda esa zona. Se alzó en el lugar donde procedía y ya tenía grados de comandante.

La noticia fue terrible, nos quedábamos al frente del negocio mi padre y yo. Esto le hizo mucho daño, pero… sucedió que varios días después el pequeño grupo regresó a la ciudad, mi hermano a la casa de Quintero con los pies destrozados de la larga marcha por los matorrales, para evadir cualquier encuentro con los militares al servicio de la dictadura de Batista y muy cansado. Nos contó que al llegar a la zona rebelde y encontrarse en la comandancia con Lussón, este no los aceptó, los puso a sembrar boniatos, pues no llevaban armas y según su opinión, no se podían incorporar a la guerrilla.

Esta acción los disgustó de tal manera, que decidieron regresar a sus casas, sin prever las consecuencias.

Pasada las 10.00 de la noche, vino un emisario a toda carrera a comunicarnos que el resto que había llegado a la ciudad los habían detenido, que debía de irse inmediatamente, antes que lo fueran a recoger a él también.

La escena fue dramática, él llorando, que sin arma no se iba, mi padre con un ataque de nervios.

La única solución era buscar un arma, nos acordamos que en la casa de Enrique Felizola y Carmen Formento, que también tenía a dos de sus hijos, José y Mario alzados había una escopeta de caza. Esta familia vivía a un alto, al costado del Acueducto, frente a la carretera central, pero era sumamente peligroso transitar a esa hora, por lo que mi hermano Antonio y yo fuimos por entre las malezas hasta llegar a la casa. Al tocar en la puerta esta se asustó, pero al reconocernos nos abrió la puerta. Le expresamos cual era nuestra misión y la necesidad de que nos diera el arma.

Con muchas recomendaciones, la sacó de entre las vigas del techo, la desarmamos e introducimos en un saco de yute. Lo cargó mi hermano. Volvimos por la misma senda.

Al regresar a nuestra casa, mi hermano muy triste al ver el estado de nuestro padre, ponía excusas, con energía le puse el rifle ya armado en sus manos:-¡Tienes que irte! ¡Vamos camina! Que si te cogen aquí…

Muy compungido tomo el camino en la impenetrable oscuridad de la noche, de nuevo atravesando el monte hacía el II Frente. Debería subir hasta el Puerto de Boniato y después continuar.

Mi padre le salió atrás sumido en llanto. Nadie lo podía detener, gritaba en su angustia:- ¡Yo me voy con mi hijo! Y amenazaba con un tridente al que se le acercaba, para que desistiera de tan absurda idea.

Ya iba cruzando la cerca de la propiedad del Dr. Juan Emilio Cordiés Negret, no me quedó más remedio que salirle al paso, le quité con fuerza el tridente y lo conminé a regresar a la casa, a mí él no se atrevía a agredirme. Con llanto incontenible, volvimos a la casa, mi madre le hizo una tizana sedante, pero se pasó la noche sollozando y al tocar el timbre del reloj a las 4.00 a.m. hora que deberíamos irnos para la panadería a realizar el reparto de la mañana y abrir el mostrador nos dijo rotundamente:- Yo no voy, que se acabe todo, cierro la panadería.

Otra larga charla para convencerlo, que ese era nuestro único sustento y además de ahí salía la ayuda que le enviábamos a los alzados. Me decía:- ¿Qué voy a hacer solo?

Pude persuadirlo que yo lo ayudaría, que él haría el reparto en la calle y yo en el mostrador en la venta. En ese deplorable estado llegamos a la panadería. Lo apoyaba en llenar los sacos de pan en la boca del horno, después comenzar la venta de la mañana hasta las 11.00 que regresábamos a la casa a almorzar y volvíamos a las 2.00 p.m. hasta el oscurecer, pudo contratar como chofer a un joven llamado Pikin, que se encargaba del reparto. Poco tiempo después nos mudamos muy cerca y ya compartíamos el trabajo mi madre y hermana menor.

Los domingos, nos íbamos a los campamentos rebeldes a verlos y llevarles lo que se podía pasar, evadiendo los registros a las salidas de la ciudad y dejando el automóvil a prudencial distancia, hacíamos largas caminatas, con el pretexto de ir a buscar leche en las vaquerías cercanas a nuestro niño (Mi ahijado Ernesto Rodríguez Macias de año y medio de edad) Ya no dejaban pasar por las carreteras a los lecheros y los abastecimientos escaseaban, las viandas venían en barcos desde Haití. Todas las demás rutas estaba cortadas por el Ejército Rebelde.

Esta situación duró hasta el 1ro.de enero de 1959.


De mis recuerdos.

Madrid, 20 de diciembre de 2009

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