Estampa santiaguera
Le llamaban Rocinante, flaco, lleno de garrapatas, su dueño no era El Caballero de la triste figura, Este era rudo, grosero y autoritario, el infeliz jamelgo era poco menos que su esclavo, lo hacía trabajar desde la salida del sol hasta tarde en la noche en los recorridos desde el inicio de la Alameda Michaelsen hasta la Terminal de Ómnibus Nacionales en un improvisado y rústico coche cabillas de hierros y madera, con el techo de una raída lona, hacía el trayecto con más de diez pasajeros arriba, fustigándolo constantemente cuando su paso era lento con las peores frases.¡Rocinante sala’o, avanza, penco asqueroso!
Sucedió en una mañana de verano con el ardiente sol del medio día, su paso se hizo dificultoso, pese a los latigazos que recibía, al llegar a Yarayó frente al Callejón de Mariana Grajales, más conocido por el Callejón de los perros cayó como fulminado por un rayo, de nada valieron los golpes e imprecaciones, Rocinante permanecía impávido.
Algunos pasajeros impacientes al ver su viaje interrumpido reclamaban la devolución del importe pagado, otros al ver la rigidez del jamelgo le decían: -¡Compay, no se da cuenta que está muerto!
Este exclamaba con desesperación: -¡ Desgració no te puedes morir, eres mi único sustento! ¿De qué voy a vivir?
Tiempo le costó percatarse de la realidad, ya un público curioso se había a congregado alrededor. Para no interrumpir el tránsito entre unos cuantos lo arrastraron hasta la mitad del callejón. Había que esperar a que un inspector certificara la muerte.
Ya al atardecer yacía en medio del callejón, con el calor su vientre se estaba abultando, sus patas estiradas y el inspector no aparecía, más de una docena de negros de la amplia barriada de Los Olmos y sus alrededores cuchillos y machete en mano se disputaban los primeros lugares para descuartizarlo y coger una posta, el dueño impaciente les recomendaba no tocarlo hasta que no se certificara su deceso como marcaba la ley.
Ya casi de noche vino el solicitado Inspector, para solo mirarlo y sin ningún otro examen certificar que había muerto de un infarto masivo.
Lo que se formó fue indescriptible, todos se lanzaron al mismo tiempo sobre el animal y sin importarles que ya hediera, en menos de lo que canta un gallo, solo quedaron los cascos y las tripas. Venían corriendo otros parroquianos, pero ya era tarde, no quedaba nada, hasta la cabeza para hacer sopa la reclamaban dos vecinas de la cuartería de Julio Palacios, se fajaron, tiraron al suelo, se revolcaron, se halaron los pelos, se arañaron y se insultaron con las peores palabras hasta que vino uno de los participantes al festín y en gesto Salomónico, de un machetazo partiera la cabeza en dos y se acabó la reyerta y el acalorado altercado.
Pero lo más curioso fue que muchos siguiendo la cábala china, donde el caballo es el 1 en la charada y exclamaban.- ¡Señores, esta noche no hay más que el 1, el caballo!
Sucedió que ese sábado muchos jugaron a “la bolita” ese número y… ¡Ganaron! Dio la casualidad, que aunque en Cuba el gobierno prohibió todos los juegos de azar, siguiendo los sorteos de algún país de la América Central acertaron.
Santiago de Cuba, agosto de 2006
30 abril 2015
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