¿Será posible Señor que un día vuelva a pisar las calles de
mi ciudad y no las reconozca?
¿La destrucción ha
sido tal que todo me sea extraño?
¿Puede la furia de la
naturaleza haber borrado mis
paisajes más queridos?
¿Que mis airosas
palmas reales hayan perdido su esbeltez y lozanía?
¿ Mis flamboyanes preferidos no florezcan para darme
alegría?
¿Qué mis ojos no puedan recrearse desde la altura de los rojos
techos
De tejas, de tanta
estampa colonial?
¿Mi Parque Céspedes no pueda cobijarme bajo la sombra de sus árboles
donde tanto
disfruté y soñé?
¿Qué las estructuras
de sus edificios hayan perdido la
historia de
tantos años?
¿Qué en el rostro de mis hermanos santiagueros no haya
el fulgor de
la esperanza y sus corazones estén llenos de tristeza?
¿De dónde arrancar
una sonrisa, la alegría de un pueblo abatido por la desgracia?
se cuente lo que ocurrió
en esa madrugada del 25 de octubre, en que la furia del
Huracán Sandy se
ensañó sin tener piedad de niños, ancianos, pobres que
Poco tenían y ahora no poseen nada.
Se gana el triste galardón
de no tener igual en la historia de arrasar
con el patrimonio, el
trabajo creador de tantos años de afanes
por
Tratar de vivir mejor.
¿Tendré vida para ver el renacer de tanta ruina?
¿Se podrá imitar la
belleza acumulada de tantos años?
¿A qué asirme para
encontrar consuelo?
Mi alma herida no
halla el paliativo para aliviar
tanto dolor, tanta pena por mi pueblo afligido,
Busco en mi soledad
ese Dios que me de la
conformidad para no
morir de tanta angustia
y pesar.
Madrid, 8 de noviembre de 2012
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