LA MUERTE DE MI
PADRINO
RELATO
Desde mis más remotos recuerdos vi a mi padrino Manuel Fernández Álvarez, como algo fuera de lo
común. Era uno de esos muchos emigrantes españoles que arribó a estas tierras
de la Madre Patria huyendo al Servicio Militar, que era muy rígido y además se
peleaba en una guerra en Melilla, donde morían muchos jóvenes soldados. Digo
fuera de lo común, por su porte elegante,
instruido e inteligente. Con él se
podía entablar cualquier conversación, sobre todo era muy versado en
temas políticos, leía mucho, no faltaban en su biblioteca los mejores libros y
revistas a su alcance, así como la
prensa escrita actualizada. Llego a ser
en los primeros años de la década de los años 40 Presidente de la Asociación
de Cafetaleros de Cuba. Mi padre sentía un profundo respeto y admiración,
por lo que no dudo en ningún momento de que debía ser mi padrino, junto a mi tía materna y esposa Serafina Rodríguez Marañón, más conocida por
Fina.
Así fue, en una soleada mañana de primavera me vistieron de
blanco, un lindo vestidito lleno de vuelos, confeccionado con el gran
amor de nuestra prima paterna Mariíta,
Era muy pequeñita, tendría a lo sumo 3
años, pero lo recuerdo perfectamente. En el secadero de café de la finca Loma Azul, propiedad de mis padrinos, se hizo una rueda con unos 20 niños que debían ser bautizados en ese domingo.
Recuerdo que el cura párroco de San Luis oficiaba la ceremonia, puso en mis
labios algo como sal y roció mis rubios
cabellos con agua bendita. ¡Ya estaba bautizado en la fe cristiana! Mis
padrinos se comprometían a tomar el lugar de mis padres en caso de que me
faltaran.
Acto seguido hubo un
abundante brindis, muchos dulces y refrescos, algunos confeccionados por tía Fina, que era una
excelente repostera.
Desde ese momento
ante cualquier encuentro debería decir: ¡Bendición padrino o madrina! Ellos
responderme:- ¡Dios te bendiga!
Pasaron los años, siempre en la más cordial de los
encuentros, nos visitábamos a menudo, aunque ellos vivían
actualmente en la hacienda Jaguayón, por Monte Rus y nosotros en la
ciudad de Santiago de Cuba.
Ya en pleno proceso insurreccional en la Sierra Maestra comandado por Fidel Castro y
sus seguidores alzados, no
visitó mi padrino, con una profunda
conversación sobre los acontecimientos que se estaban desarrollando en el país
y lo que se esperaba de esa revolución, participaba yo también, aportando mis
puntos de vista, sobre lo que se
aspiraba después de concluida la
etapa insurreccional. Mi padrino dijo algo que nos cayó como un jarro de agua fría en un crudo invierno por
la columna vertebral. ¡Nino, esto es comunismo! Lo afirmó convencido por los
amplios conocimientos que tenía sobre ese sistema. Mi padre trató de convencerlo
de su error: ¡Compadre, eso no puede ser, es imposible que nuestros hijos están alzados luchando en una
guerra a favor del comunismo,
eso no puede ser! ¡Nino, esto es
comunismo! Lo ratificó.
Quedamos desencantados, pero seguíamos pensando que mi padrino estaba equivocado a pesar de lo sólido de sus argumentos, no lo
podíamos creer.
Con el decursar del tiempo le dimos toda la razón ¡Qué visión había tenido!
Como nosotros el
resto de nuestra familia, lo perdió todo, la hacienda fue intervenida y no les quedó más remedio que venir a vivir
a la casa que le habían dado a su hijo
Serafín que era muy “Integrado a la Revolución”
Se cuenta que estando en Jaguayón, muy joven, reclutó a un grupo de
de otros jóvenes de la comarca y que con las armas de sus padres,
consistentes en escopetas, rifles, pistolas y revólveres se presentaron en la Comandancia de Raúl Castro como jefe de la
tropa y éste lo nombró Capitán desde el
primer momento. Al triunfo de la
revolución escaló rápidamente a la cima
del poder y a la plena confianza de sus superiores, tanto que tiempo después llegó a ser Miembro del Comité Central y
Ministro de Comercio Interior.
Mi padrino hombre
sencillo, se conformó con trabajar en una oficina hasta que se enfermó como se dice en los medios oficiales: “Una
larga y penosa enfermedad”
Vivían humildemente en
los Altos de Quintero, frente a Rancho Club. La casa había sido propiedad de
la familia Barrios, ex -dueños de la mueblería Barrios. Era una hermosa
residencia rodeada de
árboles frutales y jardines.
No pudo evitar al encontrarse enfermo que su hijo lo
trasladara a la capital y lo ingresara
en el exclusivo Hospital Cira García,
solo para altos dirigentes.
Dicho sea de paso, él como hijo siempre ayudó a sus padres,
no tanto a sus 5 hermanos mayores
Visia Ámérica de la Caridad, más
conocida por Meca, Clara, Hilda, Melva y Manolito. Del resto
de la familia se separó, que ni a los velorios de sus más allegados
asistía, ya que por lógica la
mayoría era desafectos a la revolución
después de haberlo perdido todo y muchos aspiraban a salir del país por cualquier vía posible.
Entre ellos se encontraba tío Manolito,
mi abuela Felipa Marañón Ortiz y
familia. Recuerdo con pena lo sucedido un Día de las madres, fuimos todos a
saludar a mi abuela en su casa de calle 8 número 53 de la Ampliación de
Fomento, todavía papá poseía su flamante
auto rojo y blanco de la marca Osmobile,
recogimos a mi abuela y la llevamos a
visitar a su hija mayor Fina, todos estábamos sentados en el amplio portal,
cuando llegó Serafín con sus guarda espaldas en un Jeep, nos pasó
por delante y entró en el garaje y no
fue capaz de saludarnos. A mi
abuela se le salieron las lágrimas, mis
tíos abochornados, solo dijo tía: -A
este se le ha olvidado que fue su abuela la que me parteo y ayudó a venir a este mundo.
Él era así, no
deseaba ningún acercamiento familiar y manifestaba que Fidel y la Revolución eran sus padres. Hasta en el año 1973 en que su primo hermano Avelino, hijo su tía Ana Celia
y que vivía en La Habana falleció electrocutado en su trabajo: Tía trató
inútilmente de comunicarse con él
para que asistiera y ni siquiera le dio el pésame más tarde.
En esa fecha yo trabajaba como Especialista de Precios en
la Dirección Mayorista de Comercio Interior, precisamente en departamento de Estadísticas y Precios, al
lado de la dirección. La guatacona de la secretaria del director de turno
Miriam Gómez, cada vez que Serafín visitaba
la dirección me avisaba:-- Ahí
está tu primo ¿No lo vas a saludar?- ¡Por nada de la vida! Si él no se acercaba
a mí, yo tampoco iba a cometer el sumiso
acto de presentarme ante él.
Sucede que por mi cargo iba
con frecuencia a La Habana a llevar informaciones al
Ministerio de Comercio Interior. Mi madre que apreciaba mucho a su
cuñado y compadre me rogó que lo visitara en el hospital donde se encontraba
ingresado. Después de entregar las informaciones me dirigí al hospital. Allí en
una lujosa habitación con aire
acondicionado, televisor a color, teléfono,
por supuesto una alimentación especial y todo tipo de comodidades. Estaba mi padrino
acompañado por su hija Clara. Esta me
pidió que no dejara de ver a mi madrina
y tía, que estaba en la casa de Serafín en el
lujoso reparto Miramar. Hasta allí me dirigí. Pude ver la
desigualdad en toda su plenitud,
hermosos muebles, cortinajes, flores artificiales, costosos adornos… Mi tía siempre
sencilla y cordial me presentó a la actual esposa de Serafín,
nombrada Grisel y a su pequeña nieta. Recuerdo que la estaba bañando en el
lujoso baño con tantas cosas que no se veían en la mayoría de
la población y lavando la cabeza. Yo le
advertí:- ¡Cuidado, no le caiga la espuma en los ojos!- Me respondió
despectivamente y con aires de superioridad: - ¡No, ese es un champú especial y no le hace ningún
daño!-Dice mi tía_ Si, ella es una
burguesita. -Le respondió al instante.
-¡Ella no es ninguna burguesa, ella
puede! - Además de esposa del alto dirigente, era aeromoza internacional.
Mi tía sin pedirle
permiso a la arrogante Grisel, aunque algo cohibida, me invitó a almorzar, que según las malas lenguas, había salido de una cuartería de
calle K, del Reparto Sueño, por una turbia relación con el entonces famoso boxeador Teófilo Stevenson, la llevó para la capital y por sus amplias relaciones le había conseguido ser
aeromoza. En uno de los numerosos viajes
al exterior de mi primo, la conoció, se divorcio de su segunda esposa , la relojera de Enramadas y San Félix
Solángel con la que tenía una
niña nombrada Yamilé (La primera
fue en
los primeros tiempos de ser jefe
en Santiago de Cuba, nombrada
Martha, con la que no tuvo hijos
) -Se comenta que conoció a Solángel en
un carnaval santiaguero, los cuales
él casi nunca dejaba de asistir.
Ahora la dejaba en una de las mansiones más lujosas de Miramar,
después de haber sido muy magnánimo con
toda su familia, que por sus privilegiadas relaciones logró conseguirle
casas a todos y trasladarlos a La Habana en los mejores repartos, a suegra
y cuñadas.
Observo que para
hacer el almuerzo Grisel
abre una amplia puerta de algo
que no era un frízer común, se cogía toda una pared de la amplia
cocina. Allí de una simple ojeada vi
carnes de todo tipo, pollos y cuanto producto congelado había. En la mesa latas de café como de 10 libras y otras
muchas laterías en la que era como una enorme despensa con
productos no visto en ninguna tienda
estatal.
No sé si mi
ignnato orgullo o desprecio a los
que por considerarse superiores se creen el derecho de ser mejores que los demás, reusé la
invitación, refiriendo que debía de estar a una hora exacta en un lugar
determinado. Me asqueaba la certeza que los que imponían al pueblo una Libreta de Racionamiento
vivieran así de espaldas a la mayoría de
una población empobrecida y
carentes de lo mucho que allí se
exhibía. ¡Qué falsedad! Tomaba la misma actitud de Daniel al negarse compartir alimentos
con sus opresores.
Mi tía insistía y yo
aunque en realidad iba a una modesta
pizzería a comer un spaquettis o una pizza con los 3.50 diarios que me daban
de dieta, no lo acepté.
Poco tiempo después y a pesar de los muchos recursos empleados para su curación en la moderna clínica, mi padrino fallecía.
Al saber la infausta
noticia, se movilizó toda la familia (Por parte de mi tía, él no tenía ninguna
en Cuba, todos se habían quedado en
España y en otros países) Se anunció que sería traslado a la ciudad de Santiago de Cuba. Mi tía Teresa,
muy sentimental quiso ir al
aeropuerto Antonio Maceo a
recibir la comitiva y estar cerca
de su hermana en tan tristes momentos.
La acompañamos mi madre y yo, aunque de antemano le dije que nosotros no íbamos a tener acceso a
ellos, dado el alto nivel de Serafín y sus acompañantes. No fuimos a la azotea con el fin de cuando
aterrizara el avión bajar rápidamente y abrazar a los dolientes. Llegó un avión de la Fuerzas Armadas Revolucionarias
con el cadáver y acompañantes, otro con
las numerosas ofrendas florales. Solo
nos dio tiempo a verlos llegar, rápidamente salieron por un costado del
aeropuerto con un grupo de autos
de los principales dirigentes del
Partido Comunista Provincial
y de todos los jefes
de dependencias de Comercio
Interior, con un camión cargado
de coronas. Por muy rápido que bajamos,
solo alcanzamos a ver el final de la caravana. Como pudimos salimos de allí por
nuestros propios medios directo a la Funeraria
Bartolomé de la calle Calvario entre Enramadas y San Jerónimo. Allí en
la planta alta, que se compone de dos
amplias salas, en una se exponía el
cadáver, en otra las numerosas y grande
coronas con cintas moradas con el nombre de los
más connotados dirigentes
del Comité Central, entre ellos
Fidel Castro Ruz y su hermano Raúl,
Vilma Espin y el resto de los ministros y miembros del Comité Central. ¡Qué
derroche! ¡Cuántas obras se podrían hacer con ese enorme gasto!
Allí en el centro de las salas un Serafín que parecía un pavo real entre
la infinidad de adulones, todos se acercaban
a él a darle el pésame. Junto al
féretro los familiares más allegados, entre ellos su
compungida viuda, sus hijos, mis
tíos Marcial, que había venido con todos
sus hijos desde la finca La
Doncella de Jarahueca, mi tía Teresa e hijos de Alto Songo y demás familiares ,
entre ellos: -Mi madre y hermanos.
Un funcionario
de Comercio Interior se acercó a mí,
para que fuera a la oficina a hacer una
factura para un almuerzo a los visitantes en la
Casa de Protocolo del Reparto Vista Alegre.
En el pedido se solicitaban varias bandas de cerdo, cervezas y otras bebidas y
demás artículos necesarios para la comida.
Todos estábamos desde horas tempranas en el
sepelio, algunos de muy lejos. Un rato después vimos como la alta comitiva se iba en varios automóviles,
nosotros no se nos invitó, incluyendo a los
familiares más cercanos. Como dos horas después los vimos retornar,
algunos limpiándose los dientes con
palillos. Mi madre quiso ir a
nuestra casa a hacer una comida para los
demás dolientes. Yo indignada al ver el
desprecio y la poca atención me opuse. -¡Aquí nos quedamos todos hasta que salga el entierro! - Ni un
bocadillo se nos ofreció. Allí estuvimos hasta las 5.00 de la tarde en
que salió rumbo al cementerio
de Santa Ifigenia. Por supuesto
no quedó un dirigente que no formara parte
del grupo en sus flamantes automóviles y
hasta camiones cargados con trabajadores
de Comercio Interior. Nosotros nos marchamos a nuestros respectivos
hogares rumiando una vez más el gran desengaño y la
desigualdad existente entre unos y otros.
Escrito en Santiago de Cuba
En la década de los
80
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