27 abril 2018

LA MUERTE DE MI PADRINO

LA  MUERTE DE MI PADRINO
RELATO
Desde mis más remotos recuerdos vi a mi padrino Manuel  Fernández Álvarez, como algo fuera de lo común. Era uno de esos muchos emigrantes españoles que arribó a estas tierras de la Madre Patria huyendo al Servicio Militar, que era muy rígido y además se peleaba en una guerra en Melilla, donde morían muchos jóvenes soldados. Digo fuera de lo común, por su porte elegante,   instruido e inteligente. Con él se  podía entablar cualquier conversación, sobre todo era muy versado en temas políticos, leía mucho, no faltaban en su biblioteca los mejores libros y revistas a su alcance,  así como la prensa escrita  actualizada. Llego a ser en los primeros años de la década de los años 40 Presidente de la  Asociación  de Cafetaleros de Cuba. Mi padre sentía un profundo respeto y admiración, por lo que no  dudo  en ningún momento de que debía ser mi  padrino, junto a mi tía materna y esposa  Serafina Rodríguez Marañón, más conocida por Fina.
Así  fue, en una  soleada mañana de primavera me vistieron de blanco, un lindo  vestidito  lleno de vuelos, confeccionado con el gran amor de  nuestra prima paterna Mariíta, Era muy pequeñita, tendría a lo sumo  3 años, pero lo recuerdo perfectamente. En el secadero de café de la finca  Loma Azul, propiedad de mis padrinos,  se hizo una rueda con unos 20 niños que  debían ser bautizados en ese domingo. Recuerdo que el cura párroco de San Luis oficiaba la ceremonia, puso en mis labios algo como sal y roció mis  rubios cabellos con agua bendita. ¡Ya estaba bautizado en la fe cristiana! Mis padrinos se comprometían a tomar el lugar de mis padres en caso de que me faltaran.
Acto seguido  hubo un abundante brindis, muchos dulces y refrescos, algunos  confeccionados por tía Fina, que era una excelente  repostera.
Desde ese  momento ante cualquier encuentro debería decir: ¡Bendición padrino o madrina! Ellos responderme:- ¡Dios te bendiga!
Pasaron los años, siempre en la más cordial de los encuentros, nos visitábamos a menudo, aunque  ellos vivían  actualmente en la hacienda Jaguayón, por Monte Rus y nosotros en la ciudad de Santiago de Cuba.
Ya en pleno proceso insurreccional en la Sierra Maestra  comandado por Fidel  Castro y  sus  seguidores alzados, no visitó  mi padrino, con una profunda conversación sobre los acontecimientos que se estaban desarrollando en el país y lo que se esperaba de esa revolución, participaba yo también, aportando mis puntos de vista, sobre lo que se  aspiraba después de concluida  la etapa insurreccional. Mi padrino dijo algo que nos cayó como un  jarro de agua fría en un crudo invierno por la columna vertebral. ¡Nino, esto es comunismo! Lo afirmó  convencido  por  los amplios conocimientos que tenía sobre ese sistema. Mi padre trató de convencerlo de su error: ¡Compadre, eso no puede ser, es imposible que  nuestros hijos están alzados luchando  en una  guerra   a favor del comunismo, eso no puede ser!  ¡Nino, esto es comunismo!  Lo ratificó.
Quedamos desencantados, pero seguíamos pensando que  mi padrino estaba equivocado a pesar  de lo sólido de sus argumentos, no lo podíamos creer.
Con el decursar del tiempo le dimos toda  la razón ¡Qué visión había tenido!
Como  nosotros  el  resto de nuestra familia, lo perdió todo, la hacienda fue intervenida  y no les quedó más remedio que venir a vivir a la casa que le habían dado a su  hijo Serafín que era muy “Integrado a la Revolución”  Se cuenta que estando en Jaguayón, muy joven, reclutó  a un grupo de  de otros jóvenes de la comarca y que con las armas de sus padres, consistentes en escopetas, rifles, pistolas y revólveres se presentaron en la  Comandancia de Raúl Castro como jefe de la tropa y éste lo nombró  Capitán desde el primer momento. Al  triunfo de la revolución escaló rápidamente a  la cima del poder y a la plena confianza de sus superiores, tanto que  tiempo después    llegó a ser Miembro del Comité Central y Ministro  de  Comercio Interior.
Mi  padrino hombre sencillo, se conformó con trabajar en una oficina hasta que se enfermó  como se dice en los medios oficiales: “Una larga y penosa enfermedad”
Vivían humildemente en  los Altos de Quintero, frente  a  Rancho Club. La casa había sido propiedad de la familia Barrios, ex -dueños de la mueblería Barrios. Era una hermosa residencia  rodeada  de  árboles frutales  y jardines.
No pudo evitar al encontrarse enfermo que su hijo lo trasladara a la  capital y lo ingresara en el exclusivo Hospital  Cira García, solo para  altos dirigentes.
Dicho sea de paso, él como hijo siempre ayudó a sus padres, no tanto a sus 5 hermanos mayores  Visia  Ámérica de la Caridad, más conocida por Meca, Clara, Hilda, Melva y Manolito. Del  resto   de la familia se separó, que ni a los velorios de sus más allegados asistía,   ya que por lógica la mayoría  era desafectos a la revolución después de haberlo perdido todo y muchos aspiraban a  salir del país por cualquier vía posible. Entre ellos se encontraba  tío Manolito, mi abuela Felipa  Marañón Ortiz y familia. Recuerdo con pena lo sucedido un Día de las madres, fuimos todos a saludar a mi abuela en su casa de calle 8 número 53 de la Ampliación de Fomento, todavía papá poseía su  flamante auto  rojo y blanco de la marca Osmobile, recogimos a mi abuela  y la llevamos a visitar a su hija mayor Fina, todos estábamos sentados en el amplio portal, cuando llegó  Serafín  con sus guarda espaldas en un Jeep, nos pasó por delante y entró en el garaje y no  fue  capaz de saludarnos. A mi abuela  se le salieron las lágrimas, mis tíos abochornados, solo  dijo tía: -A este se le ha olvidado que fue su abuela la que me parteo y ayudó a venir  a este mundo.
Él era así, no  deseaba ningún acercamiento familiar y manifestaba que  Fidel y la Revolución eran   sus padres. Hasta  en el año 1973 en que  su primo hermano Avelino, hijo su tía Ana Celia y que vivía en La Habana falleció electrocutado en su trabajo: Tía  trató  inútilmente  de comunicarse con él para que asistiera y ni siquiera le dio el pésame más tarde.
En esa  fecha  yo trabajaba como Especialista de Precios en la Dirección Mayorista de Comercio Interior, precisamente  en departamento de Estadísticas y Precios, al lado de la dirección. La guatacona de la secretaria del director de turno Miriam Gómez, cada vez que Serafín visitaba   la dirección me avisaba:-- Ahí está tu primo ¿No lo vas a saludar?- ¡Por nada de la vida! Si él no se acercaba a mí, yo tampoco iba a cometer el  sumiso acto de presentarme ante él.
Sucede que por mi cargo iba  con frecuencia a La Habana a llevar informaciones  al  Ministerio de  Comercio  Interior. Mi madre que apreciaba mucho a su cuñado y compadre me rogó que lo visitara en el hospital donde se encontraba ingresado. Después de entregar las informaciones me dirigí al hospital. Allí en una  lujosa habitación con aire acondicionado, televisor a  color, teléfono, por supuesto  una alimentación  especial  y todo tipo de comodidades. Estaba mi padrino acompañado por su hija Clara. Esta  me pidió que no dejara de ver a  mi madrina y tía, que estaba en la casa de Serafín en el  lujoso reparto Miramar. Hasta allí me dirigí. Pude ver la desigualdad  en toda su plenitud, hermosos muebles, cortinajes, flores artificiales, costosos adornos…  Mi tía siempre  sencilla y cordial me presentó a la actual esposa de Serafín, nombrada  Grisel y a su pequeña  nieta. Recuerdo que la estaba bañando en el lujoso  baño con  tantas cosas que no se veían en la mayoría de la población  y lavando la cabeza. Yo le advertí:- ¡Cuidado, no le caiga la espuma en los ojos!- Me respondió despectivamente y con aires de superioridad: - ¡No, ese es un  champú especial y no le hace ningún daño!-Dice  mi tía_ Si, ella es una burguesita. -Le respondió al  instante. -¡Ella no es  ninguna burguesa, ella puede! - Además de esposa  del  alto dirigente, era aeromoza internacional.
Mi tía  sin pedirle permiso a la arrogante  Grisel,  aunque algo  cohibida, me invitó a almorzar,  que según las malas  lenguas, había salido de una cuartería de calle K, del Reparto Sueño, por una turbia relación con el entonces famoso   boxeador Teófilo  Stevenson, la llevó  para la capital y por sus  amplias relaciones le había conseguido ser aeromoza. En uno de los  numerosos viajes al exterior  de  mi primo,  la conoció, se divorcio de su  segunda  esposa , la relojera de Enramadas y  San Félix  Solángel  con la que tenía una niña  nombrada Yamilé (La primera fue   en  los primeros tiempos  de ser  jefe  en Santiago de Cuba, nombrada  Martha, con la que no  tuvo hijos ) -Se comenta que conoció a Solángel en  un carnaval santiaguero, los cuales  él  casi nunca dejaba de asistir. Ahora la dejaba  en  una de las mansiones más lujosas de Miramar, después de haber sido  muy magnánimo con toda su familia, que por sus privilegiadas relaciones logró  conseguirle  casas a todos y trasladarlos a La Habana en los mejores repartos, a suegra y cuñadas.
Observo que para  hacer  el  almuerzo  Grisel  abre una amplia puerta  de algo que no  era un frízer  común, se cogía toda una pared de la amplia cocina. Allí  de una simple ojeada vi carnes de todo tipo, pollos y cuanto producto congelado  había. En la mesa  latas de café como de 10 libras y otras muchas laterías  en la  que era como una enorme despensa con productos  no visto en ninguna tienda estatal.
No sé  si mi ignnato  orgullo o desprecio a los que  por considerarse superiores  se creen  el derecho de ser mejores que los demás, reusé  la  invitación, refiriendo que debía de estar a una hora exacta en un lugar determinado. Me  asqueaba  la certeza que los que  imponían al pueblo una Libreta de Racionamiento vivieran así de espaldas a  la mayoría de una  población empobrecida y carentes  de lo mucho que  allí se  exhibía. ¡Qué falsedad! Tomaba la misma actitud  de Daniel al negarse compartir  alimentos  con  sus opresores.
Mi  tía insistía y yo aunque en realidad  iba a una modesta pizzería a  comer un spaquettis o  una pizza con los 3.50 diarios que  me daban   de dieta, no lo acepté.
Poco tiempo después y a pesar de los  muchos recursos empleados para su curación  en la moderna clínica, mi padrino fallecía.
Al  saber la infausta noticia, se movilizó toda la familia (Por parte de mi tía, él no tenía ninguna en  Cuba, todos se habían quedado en España y en otros países) Se anunció que sería traslado a  la ciudad de Santiago de Cuba. Mi tía Teresa, muy sentimental  quiso ir al aeropuerto  Antonio Maceo  a  recibir la comitiva y estar  cerca de su hermana  en tan tristes momentos. La acompañamos mi madre y yo, aunque de antemano le  dije que nosotros no íbamos a tener acceso a ellos, dado el alto nivel de Serafín y sus acompañantes.  No fuimos a la azotea con el fin de cuando aterrizara el avión bajar rápidamente y abrazar a  los dolientes. Llegó un  avión de la Fuerzas Armadas Revolucionarias con el cadáver y acompañantes, otro  con las numerosas  ofrendas florales. Solo nos dio tiempo a verlos llegar, rápidamente salieron por un costado  del  aeropuerto  con un grupo de autos de los principales dirigentes del  Partido  Comunista  Provincial  y  de todos los  jefes  de dependencias de Comercio  Interior, con un camión  cargado de  coronas. Por muy rápido que bajamos, solo alcanzamos a ver el final de la caravana. Como pudimos salimos de allí por nuestros propios medios directo a la Funeraria  Bartolomé de la calle Calvario entre Enramadas y San Jerónimo. Allí en la planta alta, que  se compone de dos amplias salas,  en una se exponía el cadáver, en otra las numerosas y  grande coronas  con cintas  moradas con el nombre de  los  más connotados  dirigentes del  Comité Central, entre ellos Fidel  Castro Ruz y su hermano Raúl, Vilma Espin y el resto de los ministros y miembros del Comité Central. ¡Qué derroche!  ¡Cuántas  obras se podrían hacer con ese enorme gasto!
Allí en el centro de las salas un Serafín que  parecía un pavo real  entre  la infinidad de adulones, todos  se acercaban  a él a darle el pésame. Junto al  féretro los familiares más allegados, entre ellos  su  compungida  viuda, sus hijos, mis tíos Marcial, que había venido con todos  sus hijos desde  la finca La Doncella de Jarahueca, mi tía Teresa e hijos de Alto Songo y demás familiares , entre ellos: -Mi madre  y hermanos.
Un  funcionario de  Comercio Interior se acercó a mí, para que fuera a la oficina a  hacer  una  factura   para  un almuerzo a los visitantes  en  la Casa de Protocolo del  Reparto Vista Alegre. En  el pedido  se solicitaban varias  bandas de cerdo, cervezas y otras bebidas y demás  artículos necesarios para  la comida.
Todos estábamos desde horas tempranas en  el  sepelio, algunos de muy lejos. Un rato después vimos como la  alta comitiva se iba en varios automóviles, nosotros no se nos invitó, incluyendo a los  familiares más cercanos. Como dos horas después los vimos retornar, algunos limpiándose los dientes con  palillos.  Mi madre quiso ir a nuestra casa  a hacer una comida para los demás dolientes. Yo indignada al ver  el desprecio y la poca atención me opuse. -¡Aquí nos quedamos todos  hasta que salga el entierro! - Ni un bocadillo  se nos ofreció.  Allí estuvimos hasta las 5.00 de la tarde en que salió  rumbo al  cementerio  de Santa  Ifigenia. Por supuesto no quedó un dirigente que no formara  parte del grupo en sus  flamantes automóviles y hasta camiones cargados con trabajadores  de Comercio Interior. Nosotros nos marchamos a nuestros  respectivos  hogares  rumiando  una vez más el gran desengaño  y  la desigualdad existente entre unos y otros.
Escrito en Santiago de Cuba

En la década  de los 80

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